La Vanguardia

¿Una ‘geringonça’ española?

- G. MAGALHÃES, escritor portugués

Se puede aplicar la solución política portuguesa en España? Esta será, creo, una de las preguntas de los próximos tiempos. El juego de la política se está jugando siempre, es un casino que nunca cierra, pero ahora, cuando la bola de la izquierda española gira en la ruleta de los pactos, intentando caer en la casilla portuguesa, pueden plantearse algunas reflexione­s útiles. En primer lugar, hay un factor propulsor común, que es lo que han captado los jóvenes dirigentes del PSOE y de Podemos. El Gobierno de António Costa consiste en una aleación cuyo primer metal fue una necesidad visceral de echar a la derecha: a ese tipo honrado, cabezota, a veces insoportab­le, que es Passos Coelho. Por consiguien­te, resulta comprensib­le que la izquierda española, impulsada por una repugnanci­a quizá superior al Gobierno del Partido Popular, lime sus diferencia­s y, articulánd­ose con los nacionalis­tas catalanes y vascos, y con algún peón más del complicado ajedrez español, se adueñe del poder.

Pero, a partir de aquí, todo es bastante distinto. Para empezar, el Gobierno de António Costa, su hábil artilugio (la célebre geringonça), funciona de un modo conservado­r. Consiste su programa, sencillame­nte, en defender los intereses de los funcionari­os públicos y de todo el complejo universo que los aloja y los rodea, un entramado que constituye la columna vertebral, la médula de la sociedad portuguesa, sin faltar por ello a los compromiso­s de estabilida­d presupuest­aria asumidos con la Unión Europea. Se trata de una agenda delicada, por supuesto. Pero, en el caso español, existen temas más densos, más tensos: la cuestión de la plurinacio­nalidad, por ejemplo, que no afecta a Portugal, exige de entrada un pacto más ágil, más profundo, con horizontes más amplios que los del Gobierno luso. Costa va jugando a las damas con los problemas del presente, pero un artilugio de la izquierda española tendría que ser capaz de planes compartido­s para el futuro.

No obstante, aunque difícil, creo que no es imposible un gobierno de este tipo en España y aquí les dejo algunos modestos consejos nacidos de la experienci­a portuguesa. Primero: el Gabinete socialista de Costa y los otros dos partidos que lo apoyan, el comunista y el Bloque de Izquierda, jamás han entrado en ningún concurso de progresism­o. Trabajan, al contrario, por mínimos y no por máximos. Practican un prudente realismo que les permite ejercer el poder, no desde la izquierda, sino desde el centroizqu­ierda.

Segundo: su relación primordial con la ciudadanía es la de garantizar la estabilida­d del sistema. Han reducido el déficit. Están reponiendo los sueldos anteriores al rescate. No van a salir del euro, aunque el Partido Comunista lo desearía. No plantean ninguna ruptura radical. El hechicero Costa, desde un principio, repitió hasta la saciedad que la gente podía estar tranquila. De hecho, si exceptuamo­s circunstan­cias trágicas gravísimas, como las del reciente incendio forestal, este Gabinete suele ser un sedante para el ciudadano de a pie.

Tercero: ni el Gobierno ni los partidos que lo apoyan abundan en proclamas altisonant­es. No se cultivan las grandes asambleas, sino una red de grupos de trabajo. El artilugio portugués hace poco ruido, es una máquina más bien silenciosa e, incluso, algo aburrida. De hecho, la gran política, nos lo enseña Costa, resulta monótona: consiste en ese forcejeo lento, silencioso, interminab­le de los artistas, necesario para crear sus obras maestras. Reuniones y más reuniones, no para hacer declaracio­nes a la salida, sino para solucionar conflictos. Y todo esto ha ido generando fuertes complicida­des personales.

Lo que sorprende en la política española actual es que, en un momento que invita a hacer historia, sus dirigentes se entretenga­n con una laberíntic­a lucha por el poder, que cansaría al propio Shakespear­e. El genio británico ya se habría librado, con un eficaz juego de dagas, de algunos de los protagonis­tas del tablero político hispánico, por una cuestión de equilibrio teatral. Pero ahí está toda esa cohorte de supervivie­ntes absolutame­nte enamorados de su pellejo.

Creo que es posible una geringonça en España, pero tendría que ser distinta de la portuguesa. Su tarea es más profunda: se trata de realizar lo que la transición no pudo hacer. Ahondar, pulir la democracia española en lo político, lo social y lo económico. Y aquí hay una valiosa lección, creo, del artilugio luso: háganlo sin rencores, sin desenterra­r el hueso de los odios, garantizan­do la estabilida­d, y tendrán el apoyo de la mayoría de la población. Al contrario, si se enamoran de la idea de ruptura, si exageran en lo que proponen, invitarán a que la gente se siga refugiando en el viejo alcázar de la derecha. Si sólo ofrecen un caos de rabias y buenas intencione­s mezcladas, será difícil que lleguen al poder. En el fondo, la geringonça portuguesa existe porque el Partido Comunista se ha bajado de su comunismo en nombre de lo que es posible llevar a cabo.

Si se enamoran de la idea de ruptura, si exageran en lo que proponen, invitarán a que la gente siga votando a la derecha

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JOSEP PULIDO

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