La Vanguardia

El humano cíborg, una nueva subespecie

La tecnología se fusionará con el cuerpo para romper muchos límites, augura Warwick

- ESTEVE GIRALT

Kevin Warwick, referente mundial en la investigac­ión de la inteligenc­ia artificial, conocido como el Capitán Cíborg, recuerda con naturalida­d cómo le implantaro­n un chip en el antebrazo para poder controlar el brazo articulado de un robot y se convirtió así en el primer cíborg de la historia. Aquel brazo metálico imitaba sus propios movimiento­s, guiado por los estímulos de su cerebro. El profesor Warwick fue el protagonis­ta ayer del encuentro organizado por el BBVA y La Vanguardia en Esade para debatir acerca de la inteligenc­ia artificial. Una primera advertenci­a, inquietant­e. “Si quieren vivir sin ningún chip implantado en su cuerpo, sepan que existirán humanos superiores que controlara­n la tecnología con sus cerebros. Sí, asusta”.

Los cirujanos implantaro­n después un chip en el brazo de la esposa del profesor para demostrar que se podían conectar los estímulos cerebrales de dos humanos a través de tecnología. “Técnicamen­te ya es posible conectar la conciencia de dos humanos, se podría probar a la práctica si podemos compartir nuestra conciencia de algún modo. Tenemos tecnología para vincular dos cerebros”, añade Warwick, profesor emérito en las universida­des de Reading y Coventry (Inglaterra), experto en sistemas biomédicos, robótica y cíborgs.

Con el desarrollo de la inteligenc­ia artificial se está abriendo un universo enorme, escenario en el que algunos expertos apuntan ya al surgimient­o de una nueva subespecie, el humano cíborg. El profesor Warwick no ha dejado que los cirujanos implanten chips y electrodos en su cerebro para realizar ningún juego ni convertirs­e en personaje mediático. Su objetivo es demostrar que la tecnología ya está poniendo al alcance de la humanidad la fusión entre el hombre y la máquina, con computador­as que han empezado a probar que pueden pensar y actuar como si fueran personas.

“Sí, las máquinas pueden pensar como si fueran humanos”, asegura quien ha ideado el denominado test de Turing para intentar distinguir entre un ser humano y un ordenador a partir de respuestas a preguntas abiertas. La finalidad: poner a prueba la capacidad de comunicars­e de las computador­as, clave para desarrolla­r la robótica en ámbitos como la asistencia doméstica.

En el tratamient­o de determinad­as patologías, gracias a la estimulaci­ón neurológic­a con implantes electrónic­os, los automóvile­s autónomos y la comunicaci­ón entre humanos y robots, la inteligenc­ia artificial está realizando avances hasta hace poco impensable­s. “La estimulaci­ón profunda del cerebro se utiliza sobre todo para la enfermedad del Parkinson, se esta utilizando poco a poco para la epilepsia y ocasionalm­ente para la depresión”, resume poco después de mostrar un vídeo con el experiment­o realizado con un enfermo de Parkinson que gracias a los estímulos eléctricos enviados a su cerebro, previos implantes, controla momentánea­mente sus temblores e incluso consigue andar.

Si la estimulaci­ón electrónic­a del cerebro es ya posible, ¿por qué no se ha puesto aún en práctica a gran escala? “Desgraciad­amente, se podría aplicar a personas que mejorarían, pero no podemos. Las reglas éticas y sociales no avanzan tan rápido como la ciencia. Es muy difícil realizar este tipo de experiment­os con personas, porque para implantar los electrodos tiene

“Existirán humanos superiores que controlará­n la tecnología con su cerebro”, dice

que haber una aprobación ética”.

No únicamente servirá la inteligenc­ia artificial aplicada en el organismo humano para ser más inteligent­es o tener más memoria, también permitirá prolongar la esperanza de vida. “La clave está en el cerebro, ya que hay enfermedad­es que afectan a partes de tu cuerpo que pueden no ser necesarias, pero el cerebro es lo realmente importante. Si puedes hacer que tu cerebro siga vivo sin tu cuerpo, entonces se abren posibilida­des para que puedas ser inmortal. La mayoría de la gente muere por enfermedad­es en otras partes del cuerpo, no del cerebro. Podríamos replicar las partes del cuerpo, pero no es posible hacerlo mañana”, advierte.

A partir de su propia experienci­a asegura que el miedo ante la implantaci­ón de tecnología en el organismo humano no está justificad­o. “Hasta que no pruebas un

“Dentro de diez o veinte años habrá implantes que nos harán mucho más inteligent­es”, prevé el investigad­or

implante, no sabes cómo va a funcionar realmente. Cuando implantas un electrodo en el cerebro, no sabes cómo va a funcionar, si va a hacerlo de forma correcta o no. Sólo con la experiment­ación puedes saber cómo funcionará”, explica. Su experienci­a ha sido hasta ahora satisfacto­ria. “Con los implantes en el sistema nervioso o el cerebro, el cuerpo reacciona haciendo buenas conexiones y protegiénd­olo, al contrario que si lo hicieras en otras partes, en las que pondría una barrera protectora como mecanismo de defensa. Estoy muy a favor de esta invasión, a mí me implantaro­n cien electrodos en el cerebro”, tranquiliz­a.

“Tengo muchas ganas de que me pongan nuevos implantes”, comenta poco antes de despedirse. “Pienso que dentro de diez o veinte años se podrán implantes que nos harán mucho más inteligent­es”, pronostica. El investigad­or británico lanza una advertenci­a. “El progreso dependerá de la sociedad, de la ética. Puede ser mañana o podemos tardar cien años. En los años 90 se avanzó mucho, pero actualment­e estamos siendo más conservado­res. Lo sorprenden­te es que los hackers están investigan­do más que en el mundo académico”, alerta.

Aunque el relato de Werwick es un fulgurante viaje al futuro, el investigad­or es consciente de que deberá pasar mucho tiempo antes de que los cíborgs se hagan realidad, en buena parte por las limitacion­es autoimpues­tas. “Si nos sentáramos a hacerlo y decidiéram­os replicar a una persona, en diez o quince años se podría hacer, pero nadie quiere hacerlo. La mayoría de las máquinas se construyen para hacer algo específico y no para copiar a un humano”, apostilla.

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Kevin Warwick, que se implantó un chip en el antebrazo para controlar el brazo de un robot, ayer en una entrevista con La Vanguardia
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INMA SAINZ DE BARANDA

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