Macron en Versalles
EMMANUEL Macron, el joven presidente de la República Francesa, reunió ayer en el palacio de Versalles a los parlamentarios de la Asamblea Nacional y a los del Senado para exponerles, en una sesión extraordinaria, sus prioridades de gobierno. Macron informó a los reunidos de que planeaba prescindir de un tercio de ellos (en aras, dijo, de una mayor eficacia); añadió que preveía levantar en octubre el estado de excepción, motivado hace dos años por la ofensiva terrorista; y expuso su deseo de emprender una reforma legal que permita introducir mayor proporcionalidad en el sistema electoral, apuntando también que si los diputados se demoraban a la hora de aprobar reformas institucionales de peso, no descartaba recurrir a referéndums.
Más allá de esbozar estas y otras medidas, y sin entrar en precisiones, Macron reafirmó ayer su acusado estilo presidencialista, en la estela de Charles de Gaulle o François Mitterrand. Lo hizo de varias maneras. No fue sólo la solemnidad del acto, su escenario característicamente monárquico o el despliegue de pompa oficial. Fue también el momento elegido: la víspera de la declaración de política general de Édouard Philippe, prevista para hoy en la Asamblea Nacional. Con el discurso de ayer, que se interpretó en determinados círculos como un pisotón del presidente a su propio primer ministro, Macron reafirma su vocación presidencialista, que le ha granjeado ya otras críticas.
La carrera de Macron hasta convertirse en el inquilino del Elíseo ha sido fulgurante. Hace poco más de un año, Macron era todavía miembro del Partido Socialista y del Gobierno bajo la presidencia de François Hollande. En el tiempo transcurrido desde entonces, Macron abandonó dicha formación, fundó la suya, concurrió a las presidenciales, las ganó y, en las posteriores legislativas, logró una mayoría parlamentaria holgada. El presidente francés ha acumulado, en un breve plazo, gran respaldo y autoridad. Y no duda en rentabilizar la
grandeur del Estado ni en exhibir su presidencialismo. Macron llegó al Elíseo ofreciendo, en tiempos de mensajes populistas, su apuesta de síntesis centrista. Opuso su extremo centro a los extremismos de derecha y de izquierda, triunfando en toda línea. Ahora, ya como presidente, trata de ensanchar su base y aumentar su autoridad, tanto en la escena nacional como en la europea o en la de sus relaciones con Estados Unidos. Las expectativas en él depositadas aumentan día a día. Y, con ellas, su responsabilidad, así como la exigencia de un electorado al que ya ha demostrado su ambición, pero todavía no su idoneidad para el cargo.