Después de la derrota
Nadie sabe qué ocurrirá cuando, en los aledaños del primero de octubre, la fuerza irresistible del independentismo entre en colisión con el obstáculo inamovible del Gobierno de Madrid. El término derrota, empleado por Francesc-Marc Álvaro en un reciente artículo (“Partidos para después de la derrota”, La Vanguardia, 22/VI/17) al que me referiré más adelante me parece sugestivo, y lo tomo prestado aquí. El encontronazo sellará, en efecto, la derrota de ambos bandos, porque ni uno ni otro habrán logrado lo que pretendían. Hay que quitar importancia al hecho, porque lo único que de verdad importa en una sociedad madura como la española es la convivencia, y podemos estar orgullosos de ver cómo estos años de despropósitos, salidas de tono, desplantes y payasadas de uno y otro lado han dejado esa convivencia algo maltrecha, pero ni mucho menos herida. Ambos bandos han errado el diagnóstico, medido mal sus fuerzas y confundido sus deseos con la realidad, errores que se verán recogidos en las urnas en el momento oportuno. Pero ni actitudes épicas, ni declaraciones tremendas, ni amenazas y querellas parecen haber hechomellaenunas ciedad inclinada a la cordia como resulta ser la n
Como era de espe vención exterior ha sido un so enrarecida atmósfer no haya adoptado la forma que algunos esperaban. Me refiero no tanto al editorial del The New York Times que deseaba un referéndum que diera como resultado un no a la independencia como a las recientes declaraciones del profesor del MIT Daron Acemoglu, alguien llamado probablemente a los más altos honores de su profesión. Acemoglu sugería que la independencia no era una receta mágica para Catalunya y dudaba de que las instituciones catalanas tuvieran una mejor calidad que las del resto de España. Condensaba así en pocas frases lo que muchos han venido diciendo durante años sin recibir más que improperios por respuesta.
Y ahora tratemos de situarnos en las postrimerías del encontronazo. Suceda lo que suceda, nuestra convivencia necesitará por lo menos un zurcido, y ese zurcido, en el ámbito de lo político, pasará necesariamente por los partidos. Por desgracia, el panorama que han dejado estos últimos años en Catalunya no es muy halagüeño, porque la concentración en el combate soberanista ha ocupado hasta tal punto las energías físicas y mentales de las principales formaciones que el escenario donde habría que debatir ideas y propuestas aparece vacío: las primeras figuras están ausentes y sólo quedan comparsas y actores de reparto, con los que no se puede contar para imprimir una dirección definida al país. Es verdad que el fin de fiesta del otoño obligará a los principales partidos a volver al escenario de la política real, pero veremos entonces que lo que se adivina como fuerza dominante se caracteriza por una notable opacidad, manifestada en la aversión de su líder por responder a las preguntas, presentar cifras que validen sus contadas propuestas y dar siquiera indicaciones sobre qué es lo que piensa hacer.
En ese desierto político puede uno celebrar la aparición de partidos de nueva planta que pretenden colmar vacíos creados por los combates fratricidas de los últimos años: los antaño votantes de CiU ni han desaparecido ni se han pasado en masa al independentismo. De modo que la reaparición de un partido catalanista de centro es una buena noticia, y puede también que muchos católicos que prefieren mantener sus creencias en la intimidad, porque no están de moda, se alegren de poder votar de nuevo a un partido afín a la democracia cristiana. Claro que tras sus nuevos líderes se adivina la sombra de alguno de sus precursores, pero es bueno que sea así, para no desperdiciar la e eriencia adquirida; eso sí, siempre que los veteranos se mantengan en un discreto segundo plano, como así parece que va a ser. Difiero así de la opinión de Álvaro, que considera que mueve a esos recién llegados el pobre objetivo de aprovechar la derrota del proceso, y les desea suerte. Coincido en cambio con él cuando afirma que “la idea de la secesión no perderá atractivo mientras Madrid haga lo que hace” y creo, como él, que sólo “una gran oferta” de Madrid causará bajas en las filas independentistas. No creo que el actual Gobierno la haga, pero tiene cabida, en sus puntos esenciales, en el marco actual. Habrá, pues, que esperar una mejor ocasión, que quizá no tarde demasiado en presentarse. Mientras tanto habrá que esperar... y no estaría de más empezar a trabajar. Un buen barrido de nuestra casa no tiene por qué esperar instrucciones ni permisos de Madrid, y en una Catalunya mejor gobernada todos estaríamos mejor. Es el momento de cuidar los restos de la vajilla, no de romper más platos.
El encontronazo sellará la derrota de ambos bandos, porque ni uno ni otro habrán logrado lo que pretendían