El buscabroncas
El video-fake de Trump dando una paliza a un periodista de la CNN se ha convertido, como era de esperar, en un fenómeno viral, y los memes ya cabalgan felices por la red. Trump alimenta su papel de carne de late show y si continúa por esos derroteros pronto jubilará a todos los humoristas, incapaces de competir con tal maestro del esperpento. Es el hombre espectáculo, el buscabroncas de taberna, el clásico rey de la fiesta, con exceso de alcohol y testosterona, que tanto puede animar al personal como acabar a puñetazos. Si no fuera porque es el presidente de una potencia mundial que interviene en la geopolítica, y cuyo potencial militar es inigualable, todo esto sería muy divertido.
Pero es el dicho presidente de la susodicha potencia, y por ello mismo sus bromas de camorrista no hacen una puñetera gracia. No comparto, sin embargo, la idea de que es un loco sin estrategia, “un gilipollas con millones”, como asevera Xavier Sardà, siempre tan enemigo de los eufemismos. Muy al contrario, creo que Donald Trump sabe lo que se hace y que no improvisa sus boutades al tuntún, sino que conoce a su público y por ello usa el estilo pendenciero como talismán. Detrás del Trump que aporrea ficticiamente a un periodista de la CNN hay un poderoso mensaje que el trumpismo ha convertido en trampolín de éxito: la prensa, la prensa seria, la oficial, la de referencia en todo el mundo, no es de fiar porque forma parte de la pomada del poder. Es decir, según la idea fuerza que tanto caló en la campaña electoral, la política norteamericana estaría en manos de una especie de maquiavélica conjura, donde periodistas, artistas de Hollywood y el todo Washington se repartían el poder y las influencias y el ciudadano común quedaba fuera del reparto. Pero llegó The
Donald cual sheriff del Oeste, para parar los pies a los villanos.
Es el primo de Zumosol que aporrea al matón de la escuela.
Con un añadido igualmente poderoso: en estos tiempos de redes sociales, ¿quién necesita The New York Times? Y así ha sido, de hecho, desde que llegó a la Casa Blanca y convirtió Twitter en el instrumento predilecto para los grandes anuncios. De esa manera directa, aunque falaz, el presidente dribla a los periodistas, los únicos que pueden interferir entre el mensaje y los ciudadanos. Y zas, con un tuit desaparecen las preguntas incómodas, los cuestionamientos difíciles, el necesario ejercicio de poner contra las cuerdas a un gobernante: Twitter convertido en una especie de asamblea del pueblo, sin interlocutores, ni interferencias. Por ello se divierte colgando un vídeo trucado, aporreando a un periodista de la CNN, porque sabe que refuerza la idea de un presidente libre de las ataduras del Washington power, y nada hay más poderoso que el logo de la CNN.
No. Trump no es peligroso porque no sabe lo que se hace. Es peligroso precisamente porque sabe lo que se hace.
Trump pronto jubilará a los humoristas del país, incapaces de competir con tal maestro del esperpento