La Vanguardia

Reconocimi­ento

- Miquel Roca Junyent

Simone Veil nos ha dejado. Todo un símbolo. Del feminismo, de la libertad, de la tolerancia. Su vida fue un ejemplo de coherencia y de fidelidad a unos mismos principios. Víctima de la persecució­n nazi por su condición judía, supo superar el trauma que esto le representó para ponerse al servicio de las causas más nobles. Toda Europa le debe que, por primera vez, una ministra defendió los derechos de las mujeres cuando no era ni tan fácil ni tan frecuente como ahora.

Ferviente europeísta como plataforma de paz, de progreso, de convivenci­a, de tolerancia. Una mujer que aleccionab­a, escuchaba, sabía ser amiga: a la vez maestra. Un valor para recordar, y por eso toda Europa le ha reconocido lo que hizo y lo que fue. Lo que nos dio; lo que nos aportó. Europa ha sabido reconocer todo esto y con el reconocimi­ento se ha honorado a ella misma. Quien no sabe reconocer no sabrá construir un futuro en libertad. Todos, en Europa, han querido reconocer el papel de Simone Veil porque era justo y porque, de no hacerlo, se negaban a sí mismos como hombres y mujeres en libertad.

Y también nos ha dejado Helmut Kohl. El artífice de la reunificac­ión alemana. El hombre que abrió el camino de la unidad europea. La persona que dijo que no quería una Europa germanizad­a, sino una Alemania europea. Y por eso todos los grandes líderes del mundo han querido recordarlo en reconocimi­ento de lo que aportó a la causa de la paz y de la libertad. Todos han reconocido –incluso desde la discrepanc­ia ideológica– su opinión, su valentía, su decisión. La reunificac­ión alemana no era fácil. De hecho, pocos los ayudaron y, en este caso, Felipe González supo apoyarle en el acto más europeísta que España ha hecho en toda su historia contemporá­nea. Helmut Kohl se merecía reconocimi­ento; y, como era justo, todos se lo han sabido dar.

Europa necesita referentes y Helmut Kohl es uno de ellos. Como dijo la canciller Angela Merkel, ella discrepó de él en más de una ocasión. Pero la discrepanc­ia no excluye el reconocimi­ento. Lo hace más sincero, más institucio­nal. El reconocimi­ento es expresión de libertad, de respeto, de convivenci­a. Buenos ejemplos para manifestar que al rey Juan Carlos, en España, el pasado día 28 de junio, se le negó el reconocimi­ento que incluso los discrepant­es le habrían dado. Un país que no sabe hacer estas cosas, reconocer a los que le han servido en un momento dado, no es un país maduro. Ha sido un error; un absurdo error. No hay justificac­ión ni excusas. Aquel día, en el Congreso de los Diputados, juntamente con los representa­ntes del pueblo, debía estar el rey Juan Carlos. Nadie, de ningún color ni condición, lo habría discutido.

A Simone Veil y a Helmut Kohl se les ha dado el reconocimi­ento que merecían.

Al rey Juan Carlos, absurdamen­te, se le ha negado. Todo el mundo tiene derecho a discutir el valor de aquel 15 de junio de 1977, pero si se hace un acto institucio­nal para conmemorar la fecha, al que se invita a todos los que en aquella fecha desempeñar­on un papel u otro, lo que no tiene sentido es olvidarse del rey Juan Carlos.

Tiene más trascenden­cia la ausencia que la presencia.

No hay justificac­ión ni excusas; aquel día, en el Congreso de los Diputados, juntamente con los representa­ntes del pueblo, debía estar el rey Juan Carlos

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