La revolución de octubre
Se habla mucho de la revolución de octubre. Todo debe estar a punto para la conmemoración del centenario cuando llegue el 7 noviembre, que es la fecha en la que, según el calendario gregoriano, los bolcheviques conquistaron el Estado. Pero conviene no pasar por alto que antes de cada octubre hay un julio, un agosto y un septiembre. Y 1917 no fue evidentemente una excepción. Fue entonces cuando se produjo lo que algunos denominan el incidente Kornílov. No parece que el general Lavr Geórguievic Kornílov fuera una lumbrera. Un compañero de armas, el general Alexéyev, llegó a decir que tenía un corazón de león y un cerebro de oveja, dos características que quienes mandan suelen valorar especialmente cuando se viven momentos históricos excepcionales. No se puede descartar, por lo tanto, que fuera por estas cualidades que Kérenski lo nombró, en julio de 1917, jefe supremo del ejército ruso. Pero las personalidades híbridas como las de Kornílov son tan impredecibles como manipulables. Y, poco después, según la versión habitual, el militar, que quería frenar el proceso en marcha, planteó un pulso político en el gobierno que desembocó en un intento de golpe de Estado. Otras versiones interpretan que a Kornílov lo engatusaron y que todo ello fue una jugada del mismo Kérenski para consolidar su posición. Pasara lo que pasara, fueron los bolcheviques quienes aprovecharon el incidente para recuperar el terreno que habían perdido los meses anteriores. Quizás sea un tópico. Pero, sin el incidente de Kornílov o, si se prefiere, sin la astucia con la que aprovecharon los bolcheviques la ocasión que les ofrecía, la revolución de octubre difícilmente se hubiera producido.
Años después Lenin recordó con orgullo, en La enfermedad infantil del izquierdismo (1920), la táctica que intentaban seguir. No lo hizo por nostalgia, sino para aleccionar a los comunistas occidentales sobre cómo debían hacer las revoluciones. Se dirigía, sobre todo, a los comunistas ingleses, que, según él, se mostraban infantilmente reticentes a entrar en el juego de la democracia liberal para ayudar la candidatura laborista de Henderson y Snowden a vencer la coalición encabezada por Lloyd George y Winston Churchill. A estos comunistas ingleses, que no acababan de conectar con las masas, les recomendaba presentarse a las elecciones, sostener con su voto al Partido Laborista y aprovechar las posibilidades de propaganda que les ofrecería el nuevo doble posicionamiento de sus tropas en el campo de batalla político. La situación era, según él, análoga a la de la Rusia prerrevolucionaria. Y el éxito de la revolución de octubre mostraba la eficacia participar en las elecciones y mezclar las formas parlamentarias y las formas extraparlamentarias de lucha. En el discurso que Lenin prescribía a sus camaradas ingleses se encuentra una frase célebre: “Querría sostener a Henderson con mi voto del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado”. Colaborar para acelerar la muerte política de aquellos con quien se colabora. Una vieja táctica que aún suele alimentar la épica de las políticas unitarias.
Una vieja táctica es colaborar para acelerar la muerte política de aquellos con quienes se colabora