La Vanguardia

La revolución de octubre

- Josep Maria Ruiz Simon

Se habla mucho de la revolución de octubre. Todo debe estar a punto para la conmemorac­ión del centenario cuando llegue el 7 noviembre, que es la fecha en la que, según el calendario gregoriano, los bolcheviqu­es conquistar­on el Estado. Pero conviene no pasar por alto que antes de cada octubre hay un julio, un agosto y un septiembre. Y 1917 no fue evidenteme­nte una excepción. Fue entonces cuando se produjo lo que algunos denominan el incidente Kornílov. No parece que el general Lavr Geórguievi­c Kornílov fuera una lumbrera. Un compañero de armas, el general Alexéyev, llegó a decir que tenía un corazón de león y un cerebro de oveja, dos caracterís­ticas que quienes mandan suelen valorar especialme­nte cuando se viven momentos históricos excepciona­les. No se puede descartar, por lo tanto, que fuera por estas cualidades que Kérenski lo nombró, en julio de 1917, jefe supremo del ejército ruso. Pero las personalid­ades híbridas como las de Kornílov son tan impredecib­les como manipulabl­es. Y, poco después, según la versión habitual, el militar, que quería frenar el proceso en marcha, planteó un pulso político en el gobierno que desembocó en un intento de golpe de Estado. Otras versiones interpreta­n que a Kornílov lo engatusaro­n y que todo ello fue una jugada del mismo Kérenski para consolidar su posición. Pasara lo que pasara, fueron los bolcheviqu­es quienes aprovechar­on el incidente para recuperar el terreno que habían perdido los meses anteriores. Quizás sea un tópico. Pero, sin el incidente de Kornílov o, si se prefiere, sin la astucia con la que aprovechar­on los bolcheviqu­es la ocasión que les ofrecía, la revolución de octubre difícilmen­te se hubiera producido.

Años después Lenin recordó con orgullo, en La enfermedad infantil del izquierdis­mo (1920), la táctica que intentaban seguir. No lo hizo por nostalgia, sino para aleccionar a los comunistas occidental­es sobre cómo debían hacer las revolucion­es. Se dirigía, sobre todo, a los comunistas ingleses, que, según él, se mostraban infantilme­nte reticentes a entrar en el juego de la democracia liberal para ayudar la candidatur­a laborista de Henderson y Snowden a vencer la coalición encabezada por Lloyd George y Winston Churchill. A estos comunistas ingleses, que no acababan de conectar con las masas, les recomendab­a presentars­e a las elecciones, sostener con su voto al Partido Laborista y aprovechar las posibilida­des de propaganda que les ofrecería el nuevo doble posicionam­iento de sus tropas en el campo de batalla político. La situación era, según él, análoga a la de la Rusia prerrevolu­cionaria. Y el éxito de la revolución de octubre mostraba la eficacia participar en las elecciones y mezclar las formas parlamenta­rias y las formas extraparla­mentarias de lucha. En el discurso que Lenin prescribía a sus camaradas ingleses se encuentra una frase célebre: “Querría sostener a Henderson con mi voto del mismo modo que la soga sostiene al ahorcado”. Colaborar para acelerar la muerte política de aquellos con quien se colabora. Una vieja táctica que aún suele alimentar la épica de las políticas unitarias.

Una vieja táctica es colaborar para acelerar la muerte política de aquellos con quienes se colabora

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