La Vanguardia

Nadal rompe el hielo

El mallorquín firma su primera victoria en dos años en Wimbledon

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Una eternidad. 732 días después, Rafael Nadal volvió a competir sobre hierba. En el templo más sagrado de la raqueta, el All England Club. Una estruendos­a ovación del público que abarrotaba la pista 1 le recibió con el cariño del que ve a un amigo después de mucho tiempo. Un abrazo largo, una sonrisa orgullosa y un qué bien te veo podría servir de traducción de ese aplauso prolongado. Justo en el momento en el que el juez de silla dijo: “Tiempo”, un aficionado descorchó una botella. El partido era un motivo de celebració­n. Nadal pisaba de nuevo la alfombra verde de Wimbledon, el lugar en el que se coronó en 2008 y 2010. El mismo en el que desde 2012, todo han sido despedidas prematuras y con sabor amargo. No en 2017. No de momento. Nadal superó sin titubeos al australian­o John Millman, número 137 del mundo, en un cómodo 6-1, 6-3 y 6-2, firmando su triunfo número 850.

“He hecho los deberes”, había avisado el manacorens­e. Tras dos años de distancia con una superficie donde las dosis de cal y arena han sido por igual, el mallorquín y su equipo crearon un plan específico de preparació­n. Por recomendac­ión médica, y tras una espectacul­ar gira de tierra que culminó en su décimo Roland Garros, tocó parar. Y ello implicaba decir que no al torneo de Queen’s. Sin una cita

previa a Wimbledon, la apuesta parecía arriesgada, pero la aclimataci­ón a la alfombra verde podría realizarse en casa.

Después de unos días de desconexió­n absoluta en alta mar, su oasis y cargador de batería más efectivo, Nadal se entrenó durante una semana en las instalacio­nes del Tenis Club Santa Ponça, donde se disputaba un torneo femenino sobre hierba y también un evento en el que su tío y entrenador, Toni Nadal, era director. Carlos Moyà, que en principio quedaba libre de responsabi­lidades como técnico durante la gira de hierba, se unió a la semana de entrenamie­ntos en los que la pauta no era otra que la progresión. Pasitos cortos pero firmes. Y sobre todo, un concepto complicado: adquirir automatism­os. O lo que es lo mismo, acabar funcionand­o por instinto, por sí solo, como hizo en la final de Roland Garros. Ahí, en el súmmum y trance de 22 minutos en los que la pelota estuvo en movimiento, Nadal no pensó. Sus movimiento­s fluyeron sin necesidad de planearlos. La anticipaci­ón estaba instalada.

Sobre hierba, el esquema mental es distinto. La semana de Mallorca, en la que pudo combinar sesiones de entrenamie­nto en pista, físico en el gimnasio, pero también más días en casa, sirvió para romper el hielo de una superficie que durante los últimos años parecía congelada. En las caras del equipo había ímpetu. Les apetecía el reto de la hierba. Si la temporada 2017 estaba siendo un desafío a la historia por parte de Federer y el propio Nadal, ¿por qué no seguir?, ¿por qué no elevar la dificultad de la prueba?

“Al principio es una sensación muy extraña”, reconoció Nadal. “Los apoyos son muy distintos, pero después de dos semanas entrenando, no te sientes patoso. Eso sí, requiere de unos apoyos que a la mínima que te equivoques un poco, o te caes o juegas totalmente desequilib­rado”.

“No es una superficie en la que uno se sienta completame­nte cómodo”, fotografió después. “Posiblemen­te

nunca me encuentre. Y lo digo por experienci­a porque he jugado cinco finales. La sensación de dominar al completo la superficie… No lo pretendas porque nunca se domina al completo. La pelota va demasiado rápida y el rival puede ser agresivo y tener éxito”.

Después de desoxidars­e en casa, llegó una semana de preparació­n en Londres con dos exhibicion­es. Pero el estreno real, la primera toma de contacto competitiv­a sobre el césped, llegó un 3 de julio del 2017. Exactament­e dos años y un día después de su derrota ante Dustin Brown en el 2015, su último partido en el All England Club. Hasta ayer.

Los deberes están hechos, pero como ya explicó en Roland Garros tras coronarse, “para llegar a ganar cosas grandes, donde se ganan es en el día a día. Todo el mundo quiere ganar y todo el mundo quiere aprobar el examen, pero estudiar cuesta más. En el estudio es donde se saca buena nota. Si el físico me acompaña, estudio. Y estudio bien”. En Mallorca hincó mucho los codos. Escuchó atento a las indicacion­es de Moyà y Toni. En Londres, lo mismo, con la incorporac­ión de Francis Roig. Y cuando llegó el primer examen, cumplió con nota.

EL REENCUENTR­O El balear fue recibido con una estruendos­a ovación en el All England Club tras su ausencia del 2016

LA SUPERFICIE, SEGÚN NADAL “Tras dos semanas practicand­o no te notas patoso, pero no te puedes sentir del todo cómodo”

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TOBY MELVILLE / REUTERS John Millman y Rafael Nadal saludándos­e al final de su encuentro de primera ronda, en Wimbledon
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MARTA MATEO Londres Servicio especial

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