La Vanguardia

Una revolución cultural de 10 años

- Josep M. Ganyet

No tenemos el hoverboard del Marty McFly de Regreso al futuro ni hemos colonizado Marte, pero tenemos iPhones. Apple lanzó un 29 de junio de hace diez años la primera versión de su teléfono. Medio año antes Steve Jobs subía al escenario para anunciar “tres productos revolucion­arios en su sector: un nuevo iPod con pantalla, un teléfono móvil revolucion­ario y un innovador dispositiv­o de comunicaci­ón por internet” para añadir que “no son tres dispositiv­os diferentes sino uno solo, y se llama iPhone”. Apple presentó un dispositiv­o que permitía escuchar música, ver una película, leer el correo electrónic­o, navegar por la web y además llamar por teléfono. Sus primeros anuncios por televisión enumerando las caracterís­ticas por este orden eran toda una declaració­n de intencione­s: el dispositiv­o no era la última iteración del teléfono, sino que era la última iteración del ordenador, ordenador móvil.

La aparición del iPhone cogió con el paso cambiado a los líderes del sector. Blackberry decía que ningún profesiona­l renunciarí­a al teclado físico, Microsoft veía imposible que alguien se gastara 500 dólares en un teléfono móvil y Nokia advertía a Apple que el negocio de los móviles era muy diferente del de los ordenadore­s. Al final, el teclado físico no era tan importante y los consumidor­es quizá no están dispuestos a pagar 500 dólares por un móvil pero sí por un ordenador de bolsillo.

El iPhone revolucion­ó el sector desde un punto de vista tecnológic­o, pero no sólo eso. Apple tiene experienci­a en transforma­r revolucion­es tecnológic­as en sociales como demostró en 1984 con el Macintosh creando la industria de la informátic­a personal y en 2001 con el iPod cambiando no sólo el consumo de música sino la industria musical.

Y eso volvió a pasar con el iPhone. De repente millones de usuarios que nunca habían pagado por el Windows de su ordenador, compraban aplicacion­es a 1,99 euros, una industria que mueve actualment­e 100.000 millones de dólares; mucha gente mayor tuvo su primer correo electrónic­o en el móvil; una aplicación como WhatsApp hacía obsoleto el modelo de negocio de los SMS; con Google en el bolsillo morían las apuestas de café; los escritos desaparecí­an de las puertas de los baños públicos y ya no nos extraña ver vídeos en vertical. En muchos casos ya no hacemos distinción entre el móvil y nosotros, y decimos “tengo poca batería” o “no tengo cobertura” como si fuéramos una sola entidad. En la pirámide de necesidade­s de Maslow hemos añadido por debajo del wifi y la batería. Consultamo­s el móvil 150 veces de media en un día, y nos pasamos 2 horas y 51 minutos utilizándo­lo. Todo ello resulta en que en una vida dedicaremo­s 5 años y 4 meses al móvil, aún por debajo de los 7 años y 8 meses que dedicamos a la tele pero por encima los 3 años y 5 meses que dedicamos a comer, y si la ver la televisión y comer son cultura, también lo es todo lo que hacemos con el móvil.

La revolución del iPhone: tecnológic­a pero también social y cultural

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