Campeones de transfuguismo
El senador napolitano Luigi Compagna ostenta probablemente el récord mundial del transfuguismo político. Llegó a cambiar 5 veces de partido en 9 meses. En lo que va de legislatura –iniciada en la primavera del 2013–, lo ha hecho 9 veces. El personaje es un virtuoso camaleón, “el príncipe de los veletas”, según el semanario L’Espresso. La trashumancia ideológica ha marcado su carrera. Empezó en el Partido Republicano. Continuó en el Partido Liberal. Militó luego en el Partido Socialista. Se adhirió después al Centro Cristiano Democrático. Fichó por el berlusconiano Pueblo de la Libertad. Estuvo en Grandes Autonomías y Libertad... Hoy milita en la Federación de la Libertad. ¿Mañana?
El caso de Compagna es exagerado, pero los números muestran que en Italia los cambios de chaqueta suponen una auténtica plaga, una perversión del sistema representativo. La asociación Openpolis, que trabaja por la transparencia de las instituciones y la participación democrática, ha tenido la paciencia de cuantificar los trasvases durante esta legislatura y de hacer una lista de la maraña de siglas de viejos y nuevos grupos y grupúsculos presentes en el Parlamento y desaparecidos por el camino. Han sido 324 los parlamentarios (191 diputados y 133 senadores) que hasta ahora se han cambiado del partido o del grupo en el que fueron elegidos. Eso representa el 34% del total. Algunos padres de la patria han hecho varios saltos, como Compagna. De ahí que las mutaciones totales sumen 502.
No es de extrañar que ni los periodistas que cubren el Parlamento sepan dónde ubicar a los políticos o puedan descifrar algunas siglas. Se trata de un mundo aparte, una burbuja. La población en general ignora –y desprecia– esos infinitos tejemanejes de quienes, en teoría, fueron colocados allí para servirles. Las escisiones, refundaciones, creación de efímeras alianzas y de artefactos políticos son una constante. Y la prioridad absoluta es la supervivencia del político en cuestión, presente y futura, bajo cualquier coyuntura.
Una fuente parlamentaria, sin duda bastante incómoda por el espectáculo que ofrece Italia al mundo, trató de minimizar ante La Vanguardia la dimensión del problema. “Quizás los números son de récord, pero es un fenómeno que se da en cada legislatura –afirmó el interlocutor–. Lo importante es cuando hay un trasvase desde la mayoría a la oposición o viceversa. El transfuguismo entre los diversos grupos del centroderecha o del centroizquierda son irrelevantes”.
Lo cierto es que la diáspora habida desde el 2013 no tiene precedentes. Silvio Berlusconi es quien más ha sufrido el transfuguismo. Su partido de entonces, el Pueblo de la Libertad, obtuvo 99 diputados y 91 senadores. Ahora, Forza Italia (recuperó ese nombre cuando desapareció el Pueblo de la Libertad) cuenta sólo con 56 diputados y 44 senadores. También Beppe Grillo ha visto mermadas sus huestes. El Movimiento 5 Estrellas (M5E) comenzó la legislatura con 109 diputados y 53 senadores. Hoy tiene 88 y 35, respectivamente.
El oportunismo político se practica en Italia de modo tan generalizado que nadie se sonroja ya. Es una muestra de resistencia, de astucia. Un ejemplo muy definitorio se produjo en noviembre del 2013. Berlusconi había dado apoyo, hasta entonces, al gobierno de Enrico Letta. Cuando este respaldo terminó, los cinco ministros que Berlusconi tenía en el gabinete decidieron abandonar a il
Cavaliere y fundar su propio partido. Pesó más mantener el cargo que la lealtad política. Dos de esos ministros siguen aún en el actual Ejecutivo de Paolo Gentiloni. Sobrevivieron a la caída de Letta y a la de Renzi. Uno de estos supervivientes es el siciliano Angelino Alfano, ministro de Asuntos Exteriores. Alfano llegó a ser, en su día, el delfín de Berlusconi. Como ministro de Justicia, dio su nombre a una ignominiosa ley destinada a blindar a su jefe de los procesos judiciales que lo amenazaban.
El transfuguismo italiano, más allá de cuestiones de idiosincrasia, es fruto de una ley electoral que establece listas cerradas, decididas por el líder del partido, y de fuerzas políticas estructuralmente débiles en las que impera el caudillismo. Los parlamentarios no sienten que representan a unos electores concretos, ni siquiera a una ideología, sino que su cargo depende de veleidades personales y lealtades siempre provisionales. La descomposición de los partidos es rápida e incesante; las traiciones en las cúpulas, muy frecuentes. La estrategia pasa por la adaptación continua, por el juego del camaleón, por mutar la piel y asegurarse poder seguir medrando, no importa bajo qué nuevo partido o qué nueva sigla.
Durante esta legislatura, 324 diputados y senadores italianos han cambiado de partido
Berlusconi ha sido la principal víctima de este periodo exacerbado de los camaleones