Recep Tayyip Erdogan
PRESIDENTE DE TURQUÍA
El rodillo del Gobierno turco contra las voces críticas sigue imparable. Haciendo valer el estado de excepción impuesto tras el fallido golpe, detuvo el miércoles a una decena de activistas, entre ellos la directora de Amnistía Internacional en el país.
Las autoridades turcas agarran al vuelo cualquier oportunidad de estropear su imagen. A los más de ciento setenta periodistas encarcelados a la espera de juicio, se sumaron el miércoles una decena de activistas de derechos humanos de organizaciones extranjeras, entre ellos la directora de Amnistía Internacional (AI) en Turquía, Idil Eser, arrestados en la isla del Príncipe. El estado de excepción alcanza así esta bucólica isla, rodeada de agua y de Estambul por todas partes. Libre de vehículos de motor, ocupa sin embargo un lugar de privilegio en la historia universal de los revolucionarios derrotados, como antepenúltimo refugio de Trotski.
A última hora de ayer se desconocía el paradero de los detenidos, así como los motivos aducidos para su arresto, por lo que AI ha llamado a su liberación, el mismo día en que el Parlamento Europeo votaba por suspender las negociaciones de adhesión con una Turquía presidencialista.
Los abortados talleres de “seguridad digital” en la isla del mar de Mármara estaban organizados por Hivos, una organización no gubernamental fuertemente vinculada –valga la contradicción– al Gobierno holandés, el mismo que hace unos meses humilló a dos ministros turcos, impidiéndoles que se dirigieran a sus compatriotas en los Países Bajos, previamente dispersados a caballo por antidisturbios.
Asimismo, el marco elegido no podría ser más sospechoso para las autoridades de Turquía, cuya prensa –tras el intento de golpe de Estado– se hartó de publicar pruebas –no muy convincentes– de que aquel 15 de julio, el hotel isleño Splendid Palace era un nido de agentes de la CIA y especialistas convocados por la fundación Woodrow Wilson, para apoyar cuando no orquestar a los golpistas. Entre ellos estaba Henri J. Barkey, coautor de un libro sobre el Kurdistán –ahora de rabiosa actualidad– con quien fue jefe de la CIA en Estambul, Graham Fuller. Ambos apadrinaron el permiso de residencia en Estados Unidos del vilipendiado imán Fethullah Gülen, la némesis de Erdogan. Fuller tiene también un interesante parentesco con los hermanos chechenos que atentaron contra el maratón de Boston del año 2013: eran los sobrinos de su hija.
Aún se desconocen los cargos contra los nuevos detenidos, pero existe el precedente, hace apenas un mes, de que el número uno de AI en Turquía, Taner Kiliç, fue encarcelado por presuntos vínculos con el estado turco paralelo que el imán Gülen inspira desde Pensilvania. Para Ankara, además, la organización con sede en Londres tiene la mancha de haber lanzado una campaña, en el 2010, contra la extradición a Rusia del terrorista checheno Ajmed Chataev –al que Austria había concedido el asilo–. Chataev, a quien la web de Amnistía Internacional presenta aún como un “discapacitado” al que había que evitar el riesgo de “interrogatorios” y “torturas”, no tardó en unirse al Estado Islámico y ahora se encuentra detenido como cerebro del atentado contra el aeropuerto Atatürk, que hace un año provocó 45 muertos y 230 heridos, y desangró el turismo.
Hace un mes el número uno de Amnistía, Taner Kiliç, fue encarcelado por presuntos vínculos con Fethullah Gülen