La Vanguardia

Durmiendo con el enemigo

- Pilar Rahola

Apesar del mutismo de los gobiernos, atrapados en su tupida red de intereses, los informes se acumulan en los despachos de los servicios de inteligenc­ia y en los think tanks que analizan el tema yihadista, y amenazan con estallar en la cara de las cancillerí­as occidental­es. Ya es un secreto a voces, una verdad dicha con sordina, pero muy ruidosa, y aunque se mantiene como un rumor difuso, pronto será un hecho difundido.

Decía Rafael Ramos en su crónica de ayer que Theresa May tiene un informe demoledor sobre la cuestión, y que lo mantiene bajo llave para no poner en peligro sus relaciones bilaterale­s, pero los artículos con sus evidencias arrecian en la prensa británica. Y en otros países empiezan a aparecer datos escalofria­ntes.

La cuestión se resume en una frase cada vez más recurrente: el dinero saudí, felizmente acompañado del de otros países del Golfo, es la primera fuente de financiaci­ón del terrorismo yihadista. Y en el informe presentado por la influyente Henry Jackson Society no hay dudas: los vínculos entre grupos yihadistas, imanes radicales, fortunas saudíes, es claro, estrecho y creciente. Después vendrán los saudíes y hablarán de su lucha contra el terrorismo, de los atentados de Al Qaeda que han sufrido y del amor fraternal para sus aliados. Pero es evidente que ambas realidades viven en paralelo sin ningún problema. El wahabismo oficial lucha contra el terrorismo, y los ilustres miembros de ese mismo wahabismo financian imanes radicales en todo el mundo, usan su enorme poder financiero para imponer la versión más totalitari­a, homófoba, misógina, cristianóf­oba y antisemita del islam, y por el camino de la radicalida­d, dan millones de dólares bajo mano a los amantes de la yihad. Por un lado nos ayudan, y por el otro intentan destruir nuestro modelo social, mientras permiten la locura yihadista en el mundo. Y nosotros ¿qué hacemos? Nosotros ponemos la mano, la cara, el cogote y si hace falta el trasero, porque para eso Arabia Saudí es la exportador­a mundial de petróleo del mundo, y además, mutatis mutandis, acostumbra a ser una gran importador­a de armas. De ahí los silencios gubernamen­tales para no inquietar a un enemigo de la libertad, tan nutrido de petrodólar­es amigos.

Por el camino, tienen tiempo de usar la terrible guerra en Siria para afianzar posiciones en la región –en su atávica lucha con el chiísmo iraní– y de presionar a Qatar, porque se ha salido del guion que impone el gigante wahabí. Y, por si fuera poco, consigue que la ONU le bese los pies. Arabia Saudí es la metáfora de nuestra miserable debilidad: necesitamo­s su veneno para garantizar nuestro modelo de sociedad, sabiendo que ese veneno es el que intenta destruirno­s. Es una tiranía feroz que promociona ideas totalitari­as. Pero es una tiranía poderosame­nte rica, y cuando ese adverbio y ese adjetivo rematan la frase, el sustantivo ya no importa.

Por un lado Arabia Saudí nos ayuda, y por el otro intenta destruir nuestro modelo social de libertad

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