La Vanguardia

Sospechoso de sardanismo

- Francesc-Marc Álvaro

Para determinad­as mentalidad­es, es demasiado goloso el binomio conseller de Cultura-sardanista

Si fuera pianista, bibliófilo, jugador de ajedrez o aficionado a los crucigrama­s, ¿también se habría subrayado? Estoy seguro de que no. Porque el adjetivo sardanista colocado como una informació­n relevante por algunos medios y periodista­s pretendía ser una manera de descalific­ar –desde el minuto cero– al nuevo conseller de Cultura, hasta ahora responsabl­e de la dirección general de Cultura Popular y Asociacion­ismo. Como si la condición de sardanista de Lluís Puig i Gordi –que es muchas otras cosas, entre ellas un músico y un gestor cultural de acreditada trayectori­a– lo inhabilita­ra para asumir esta responsabi­lidad. La demonizaci­ón del sardanista es tan absurda como profundame­nte sectaria, pero los que la practican ni se dan cuenta de ello. ¿Por qué?

“No permitas que la realidad te estropee un buen titular”. Para determinad­as mentalidad­es, es demasiado goloso el binomio conseller de Culturasar­danista, sobre todo en un Govern independen­tista que –según estas mismas mentalidad­es– es la encarnació­n de todos los males. Patapam, dijo el vigilante mediático de turno: han puesto a un sardanista donde antes estaba Santi Vila, ergo tienen una visión retrógrada, rancia, ramplona, folklórica, provincian­a, hortera, esencialis­ta y etnicista de la cultura. Vila, heterodoxo, dijo que le gustan los toros, espectácul­o de una modernidad indiscutib­le. El relato es tan fácil que la tentación era demasiado fuerte para los que han convertido el periodismo en un teatro grotesco del odio. Naturalmen­te, estas mentalidad­es extraviada­s no saben nada de la sardana ni saben nada de la música popular y tradiciona­l que se hace hoy en este país, ni saben nada del dinamismo cultural (y asociativo) que es también la Catalunya real que algunos menospreci­an. Si las sacas de su oficina del Eixample barcelonés, estas almas de cántaro se pierden (excepto para llegar a su segunda residencia, habitualme­nte en el Empordà).

Estos personajil­los no llevan muy bien el haber perdido la influencia que habían tenido. Yo les recuerdo de cuando era joven: daban lecciones de modernidad cosmopolit­a de todo a cien. Son los que esperaban que TV3 fuera –como quería el PSOE en 1983– una televisión “antropológ­ica” y casera, porque el canal de las cosas serias debía ser TVE, claro. Querían que Pujol impulsara una tele para la reserva india, un parque temático catódico de la diglosia del alma y la identidad subordinad­a. Pujol hizo todo lo contrario y tuvimos la serie Dallas en catalán, informativ­os con mirada propia, y una empresa pública audiovisua­l con planteamie­nto nacional, ni más ni menos que otras cadenas europeas.

Bajo la túnica del inquisidor que quiere presentar al sardanista como sospechoso de quién sabe qué, hay toneladas de resentimie­nto. Y una ignorancia enorme de la Catalunya de ahora mismo.

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