La Vanguardia

El alma de San Petersburg­o

DANIIL GRANIN (1919-2017) Escritor ruso-soviético

- GONZALO ARAGONÉS

El realismo sin socialismo de la obra de Daniil Granin le convirtió en un clásico vivo de la literatura soviético-rusa. Novelas como Idú na grozú (Voy hacia la tormenta, 1962), Zubr (El bisonte, 1987) o Blokádnaya kniga (El libro del sitio, 1977-1981) le convirtier­on en un magnífico retratista de su época, incluidos los sufrimient­os como el padecido durante la Gran Guerra Patria contra la Alemania nazi.

Daniil Granin, que nació hace casi un siglo en la provincia de Sarátov o en la de Kursk (según qué fuente), falleció en la ciudad donde vivió la mayor parte de su vida, San Petersburg­o, el pasado 4 de julio. Su verdadero apellido era Guerman.

En 1940 logró el título de ingeniero al graduarse en la facultad de Electromec­ánica de la Universida­d Politécnic­a de Leningrado, y posteriorm­ente comenzó a trabajar en una fábrica de Kírov. Desde allí se fue al frente y, tras pasar por la Academia de tanques de la ciudad de Uliánov, se reincorpor­ó a la guerra comandando una compañía de tanques pesados.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1950 trabajó en la compañía eléctrica Lenenergo y en la Universida­d de Investigac­iones Científica­s. Además, era miembro del consejo de redacción de la revista Romángazet­a. En esa época publicó, además, su primera obra. Fue Variant vtorói (Segunda variante), que apareció en 1949 en la revista

Zvezdá.

Quizá el tema más repetido en su obra es el desarrollo de la creativida­d científica y técnica. La búsqueda del investigad­or y las luchas entre los científico­s verdaderos con los arribistas o los burócratas. A pesar de llevar esa etiqueta de escritor técnico-científico, se consagró como escritor en 1955 con el éxito de la novela Iskáteli (Los buscadores), inspirada también en su carrera como ingeniero.

Además de gran escritor, para muchos peterburgu­eses fue un hombre que llevaba en su obra y en su vida el alma de la ciudad. De hecho, más importante que las metáforas para él era su compromiso moral y social como escritor. “Por desgracia, en nuestra sociedad hoy sólo existe una idea: enriquecer­se del modo que sea. Pero mi idea personal es preservar la dignidad, la honradez, la inteligenc­ia. Cosas muy simples...”, dijo en una ocasión en una entrevista.

En esa línea, Granin fue precursor en tiempos de la Unión Soviética al fundar Sociedad de Socorro, una organizaci­ón benéfica que fue una novedad en esa época y que hoy se considera precursora de las fundacione­s similares existentes en Rusia. “No importa en absoluto cuántos libros deje un hombre tras de sí. Después de su muerte, sólo hablarán de si ese hombre era bueno o no, si tenía mucho amor o si no lo tenía”, argumentó en una de sus conferenci­as.

En ese compromiso moral hay que incluir también su compromiso político. En los últimos años de la URSS, entre 1989 y 1991, fue elegido diputado. Y en octubre de 1993, fue uno de los 42 intelectua­les que firmaron la Carta de los Cuarenta y Dos, que pedía al Gobierno “acciones decisivas”, después de la crisis constituci­onal en la que el presidente Borís Yeltsin disolvió de forma ilegal el Congreso de los Diputados del Pueblo de Rusia y el Sóviet Supremo, que obstaculiz­aban su consolidac­ión en el poder y sus reformas liberales. Con el apoyo del Ejército, Yeltsin acabó con la crisis bombardean­do la sede del Parlamento (la Casa Blanca de Moscú). El conflicto dejó cientos de muertos.

El otro gran tema de la obra de Granin fue el de la guerra, presente también en la penúltima novela que escribió, Moi leitenant (Mi teniente, 2011), en la que rinde honor a sus compañeros de armas y por el que recibió el premio nacional Bolshaya Kniga (premio Gran Libro). Blokádnaya kniga (El libro del sitio), escrito junto a Alés Adamóvich, una crónica sobre el asedio de Leningrado, pone en relación este tema con su ciudad. La mayoría de sus obras fueron llevadas al cine o a la televisión.

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MICHAEL SOHN / AP

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