Cuando tu hijo dice “no me gusta leer”
Los editores que participan en el Foro Edita quieren ser cartógrafos del futuro, y como son personas leídas y no se fían de los profetas, saben que el futuro no existe, que el futuro es una pantalla en la que proyectamos sueños, esperanzas y miedos del presente. Por lo tanto, hay muchos futuros. Un sueño, el de Ylia Pérdigo, editor de Al Revés, que se imagina sorteando por la calle paseantes absortos leyendo libros. Una esperanza, la de Care Santos, imaginándose escuelas que motivan a sus profesores para que transmitan la pasión lectora a sus jóvenes alumnos, sabiendo qué libro necesita cada uno de ellos. Y muchos miedos: el de Gemma Lienas, para quien la distopía de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, ya está aquí. O el de Javier Aparicio: ¿qué esperar de un gobierno que persigue al escritor de talento y, al llegar a la edad de su retiro, le obliga a dejar de escribir para cobrar la pensión? Cervantes no hubiera publicado la segunda parte de El Quijote.
Hay muchas maneras de contar historias y la técnica las multiplica sin abolir las anteriores. La escritura no eliminó la oral, y el cine y ahora las teleseries no acabarán con el libro. O no del todo. El foro organizó una mesa en la que debatía qué hacer con aquel niño o niña que a los doce años se planta ante un libro y pronuncia la frase devastadora: “No me gusta”. Care Santos, el
booktuber Sebas, Iolanda Batallé y Gemma Lienas coinciden: hay poco que hacer si los niños no ven libros en sus casas y no se han acostumbrado a ver sus padres leyendo. Y cuando llega la edad en la que las hormonas desorientan y los adolescentes ensayan su rebeldía y se enamoran o se angustian buscando sentido a sus vidas, Sebas dice que hay que hablarles en su propio idioma, que sean los jóvenes quienes recomienden a jóvenes, y que los adultos no impongan nada. Excepto, apunta Lienas, libros clásicos, que han de ser obligatorios. Pero este cronista añadiría, con profesores que les den las armas para hacérselos placenteros, el tipo de placer que siente uno al resolver por sí mismo un enigma que parecía irresoluble, el de descubrir una puerta secreta que conduce a mundos –también interiores– que ni se imaginaba que pudieran existir.
El futuro de la edición barcelonesa pasa también por Latinoamérica. Oriol Castanys (Anagrama) se pregunta si en el 2030 el motor de la edición en castellano seguirá siendo Barcelona o pasará a México, Argentina o EE.UU., y advierte del peligro de monopolio de compra mundial de derechos: ¿“un autor, una editorial” o “un autor, un país?”. Ilya Pérdigo propone una red internacional de editoriales independientes que difunda internacionalmente tanto literatura en castellano como traducida del catalán.
En otra sesión del foro, Javier Cercas no quería, pero al final comentó su salida de Tusquets y su fichaje por Random Penguin House. Hay muchas razones, pero es difícil que emerja la parte sumergida del iceberg. De jueces habló Cercas refiriéndose a Pilar Abel. “Todos los personajes de Soldados de Salamina son reales, menos uno, la pitonisa. Pues bien, una pitonisa puso una denuncia para poder cobrar royalties, la misma que ahora dice que es hija de Dalí. Por fortuna, la juez fue más sensata que la que dispuso el levantamiento del cadáver de Dalí”.
En la mesa de libreros, James Daunt, el hombre que salvó Waterstones de la quiebra, dio la fórmula válida para todos los ámbitos afectados por la revolución tecnológica: “Las librerías sólo pueden competir con Amazon con personalidad y excelencia”.
James Daunt: “Las librerías sólo pueden competir con Amazon con personalidad y excelencia”