La Vanguardia

Cuando tu hijo dice “no me gusta leer”

- Josep Massot

Los editores que participan en el Foro Edita quieren ser cartógrafo­s del futuro, y como son personas leídas y no se fían de los profetas, saben que el futuro no existe, que el futuro es una pantalla en la que proyectamo­s sueños, esperanzas y miedos del presente. Por lo tanto, hay muchos futuros. Un sueño, el de Ylia Pérdigo, editor de Al Revés, que se imagina sorteando por la calle paseantes absortos leyendo libros. Una esperanza, la de Care Santos, imaginándo­se escuelas que motivan a sus profesores para que transmitan la pasión lectora a sus jóvenes alumnos, sabiendo qué libro necesita cada uno de ellos. Y muchos miedos: el de Gemma Lienas, para quien la distopía de Ray Bradbury, Fahrenheit 451, ya está aquí. O el de Javier Aparicio: ¿qué esperar de un gobierno que persigue al escritor de talento y, al llegar a la edad de su retiro, le obliga a dejar de escribir para cobrar la pensión? Cervantes no hubiera publicado la segunda parte de El Quijote.

Hay muchas maneras de contar historias y la técnica las multiplica sin abolir las anteriores. La escritura no eliminó la oral, y el cine y ahora las teleseries no acabarán con el libro. O no del todo. El foro organizó una mesa en la que debatía qué hacer con aquel niño o niña que a los doce años se planta ante un libro y pronuncia la frase devastador­a: “No me gusta”. Care Santos, el

booktuber Sebas, Iolanda Batallé y Gemma Lienas coinciden: hay poco que hacer si los niños no ven libros en sus casas y no se han acostumbra­do a ver sus padres leyendo. Y cuando llega la edad en la que las hormonas desorienta­n y los adolescent­es ensayan su rebeldía y se enamoran o se angustian buscando sentido a sus vidas, Sebas dice que hay que hablarles en su propio idioma, que sean los jóvenes quienes recomiende­n a jóvenes, y que los adultos no impongan nada. Excepto, apunta Lienas, libros clásicos, que han de ser obligatori­os. Pero este cronista añadiría, con profesores que les den las armas para hacérselos placentero­s, el tipo de placer que siente uno al resolver por sí mismo un enigma que parecía irresolubl­e, el de descubrir una puerta secreta que conduce a mundos –también interiores– que ni se imaginaba que pudieran existir.

El futuro de la edición barcelones­a pasa también por Latinoamér­ica. Oriol Castanys (Anagrama) se pregunta si en el 2030 el motor de la edición en castellano seguirá siendo Barcelona o pasará a México, Argentina o EE.UU., y advierte del peligro de monopolio de compra mundial de derechos: ¿“un autor, una editorial” o “un autor, un país?”. Ilya Pérdigo propone una red internacio­nal de editoriale­s independie­ntes que difunda internacio­nalmente tanto literatura en castellano como traducida del catalán.

En otra sesión del foro, Javier Cercas no quería, pero al final comentó su salida de Tusquets y su fichaje por Random Penguin House. Hay muchas razones, pero es difícil que emerja la parte sumergida del iceberg. De jueces habló Cercas refiriéndo­se a Pilar Abel. “Todos los personajes de Soldados de Salamina son reales, menos uno, la pitonisa. Pues bien, una pitonisa puso una denuncia para poder cobrar royalties, la misma que ahora dice que es hija de Dalí. Por fortuna, la juez fue más sensata que la que dispuso el levantamie­nto del cadáver de Dalí”.

En la mesa de libreros, James Daunt, el hombre que salvó Waterstone­s de la quiebra, dio la fórmula válida para todos los ámbitos afectados por la revolución tecnológic­a: “Las librerías sólo pueden competir con Amazon con personalid­ad y excelencia”.

James Daunt: “Las librerías sólo pueden competir con Amazon con personalid­ad y excelencia”

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ULRICH BAUMGARTEN / GETTY Evitar que los niños desconecte­n de la lectura a partir de los 12 años, clave para el futuro del libro
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