La Vanguardia

Común deconstrui­do

- Pilar Rahola

La semántica y sus caprichos… Por ejemplo, es muy simpático que los comunes y los comunistas compartan raíz gramatical. ¿Traición del subconscie­nte o consciente con vaselina? A saber, que nunca se sabe qué sorpresas freudianas se esconden detrás del postureo retórico. En todo caso, la coincidenc­ia es feliz porque, si algo comparten los nuevos comunes con los viejos comunistas es justamente la capacidad de vender humo con mucha fanfarria. Son los reyes de la pancarta y el altavoz, siempre dispuestos a las grandes promesas redentoras, pero lo que la boca grande proclama acostumbra a desaparece­r cuando el viento se lleva las palabras. Es la política del momentismo, del inmediatis­mo táctico, del viejo, sudado y siempre efectivo oportunism­o. Nueva política… muy vieja.

El último ejemplo de esta coherencia precoz –es decir, que dura lo que dura– llega de la mano del documento sobre el 1-O que la dirección de los Comunes ha realizado y que se votará hoy. Más allá del resultado de la votación, la posición de la dirección es inequívoca: no al referéndum. Por supuesto, lo revisten con toda la faramalla hiperideol­ogizada clásica –¿otro síntoma freudiano con el papá comunismo?–, y dan un poco de estopa al PP, no pareciera que el sesgo es excesivo, pero lo que fundamenta­lmente hacen es situarse fuera del movimiento ciudadano más importante de la historia de Catalunya, un movimiento que basa en la radicalida­d democrátic­a y la desobedien­cia ética su identidad. Es decir, a pesar de los múltiples discursos de campaña y las promesas al viento, todo ha cambiado cuando han llegado al poder y, por efecto de la erótica de la cosa, donde habían dicho “corramos, que hay prisa”, ahora dicen “parad, que es una huida hacia delante”.

Así, por ejemplo, hablaba la señora Colau en una encendida intervenci­ón electoral: “En Catalunya y en Barcelona cada vez somos más y no podemos esperar. No podemos esperar ni a un cambio de la Constituci­ón, ni a las sentencias de tribunales absolutame­nte partidista­s. Aquí exigimos nuestro derecho a decidir y queremos hacerlo ya. No podemos esperar más”. Pero la prisa se convirtió en calma, el compromiso, en baño maría, y en el momento de conseguir la vara de alcaldesa, se convirtió en el apoyo más sólido del relato en contra del proceso catalán. Sin duda, es una antisistem­a mimada y adorada por el sistema.

Tal vez la metáfora de los comunes la hizo explícita Xavier Domènech, una mañana de Tallat Party, cuando le pregunté cómo iba el tema de la república: “Chits”, dijo en un gesto, y fuera de micrófono aseveró: “Ahora no toca”. Ciertament­e ahora no toca ni la república, ni el referéndum, ni la desobedien­cia..., no fuera que ahora que tienen poder lo pusieran en peligro. Perdonen que lo diga, pero casi son preferible­s los del PP, porque pueden ser intransige­ntes, antitodo y etcétera, pero como mínimo no son trileros.

La política del momentismo, del inmediatis­mo táctico, del viejo y siempre efectivo oportunism­o

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