Meritocracia de superviviente
La longevidad de Sálvame (Telecinco) se basa en un encadenamiento de vidas, agonías y resurrecciones. Cuando parece que la fórmula, las tramas, los presentadores y los colaboradores empiezan a perder fuelle, siempre encuentran la manera de, aplicando literalmente el título del programa, resucitar. Durante meses sus espectadores habituales habían visto cómo el protagonismo de Belén Esteban quedaba congelado por una cuarentena judicial que la obligaba a no hablar de su pleito con Toño Sanchís, su representante en los años más turbulentos de su vida televisiva. Una vez dictada la sentencia (a favor de Esteban), el vigor de la colaboradora ha renacido. No sólo ha recuperado protagonismo sino también capacidad de influir de manera relevante en los audímetros.
SOCIOLOGÍA SUPERVIVIENTE.
La mecánica siempre es la misma: hay un conflicto (de intereses, sentimental, real, ficticio...) que crea un enfrentamiento entre unos hipotéticos buenos y malos y la cadena se encarga de alimentar ambos bandos y de diversificar la presencia de unos (Esteban) y otros (Sanchís) creando un bucle de barro, maledicencia, intereses, rumores y, sobre todo, un clímax melodramático primario. Todo invita a recordar lo que escribía al sociólogo Guillaume Erner: “Hoy cualquiera puede ser famoso, incluso los que no merecen serlo. Porque –y esta es una distinción esencial– el mundo de la celebridad, contrariamente al de la gloria, no es una meritocracia”. Viendo cómo Esteban resucita y reactiva su máquina de facturar (para ponerse al día con sus obligaciones fiscales), la afirmación de Erner es relativa. Es verdad que la tele del siglo XXI se alimenta de multitud de personajes sin oficio ni beneficio para justificar ningún protagonismo objetivo. Y es cierto que aceptamos la presencia de iconos tan conocidos como las Kardashian sin preguntarnos a qué demonios se dedican. Sin embargo, una vez situados en esta jerarquía voraz del absurdo, sí podemos intuir una lógica interna en la que la supervivencia y la capacidad de influir en los audímetros se convierte en un nueva forma de meritocracia. Volvamos a Erner: “En sólo un siglo los personajes históricos han sido sustituidos por los personajes famosos”.
TRUMPOLOGÍA DILETANTE. La permanente conflictividad mediática de Donald Trump tiene mucho en común con los códigos de Sálvame y la doctrina de un tipo de televisión que necesita multiplicar y diversificar la sensación de conflicto. Como bestia televisiva, Trump necesita distanciarse de la previsibilidad meritocrática de la política convencional y del gregarismo institucional de los partidos. Por eso reacciona a golpes de audímetro, porque sabe cómo dinamitar un plató, cómo reactivar una trama moribunda y, sobre todo, cómo concitar el interés que, como colmo del exhibicionismo millonario maleducado, le mantiene en primera línea televisiva. E, igual que en el caso de Sálvame y Belén Esteban, lo que acaba enganchando el espectador es que, contra toda la lógica y todos los pronósticos, Trump sobreviva.
Una vez dictada la sentencia, el vigor de Belén Esteban como colaboradora ha renacido