La Vanguardia

Si en el cielo hay ‘bassetes’

- Màrius Serra

Cuando el DNI ponía la profesión, Joan Brossa se declaró poeta, el funcionari­o entendió paleta y le recriminó: “¿Paleta?, pondremos albañil”. Hay nombres de oficio que se usan de modo innoble para menospreci­ar al personal. Payaso, por ejemplo. O verdulera, o camionero. Algunos generan frases hechas: fumar como un carretero, tener ideas de bombero, comer pies de ministro... Otros son más coyuntural­es (banquero, tertuliano). El gran Joaquim Ventalló, traductor de Tintín al catalán, incluyó un insólito “arquitecto” en la ristra de insultos que le endilgó al capitán Haddock. A saber lo que tendría con los arquitecto­s, o si era un chiste privado. Esta semana, a raíz de la crisis de Govern saldada con un cambio repentino de conseller de Cultura, algunos destacados periodista­s locales han transferid­o todo su menospreci­o a la palabra “sardanista”. La suya es una actitud soberbia, etnicista y lexicaliza­da que merecería la participac­ión obligada en un concurso de sardanas “revesses”, concebidas como un reto enigmático que oculta el tiraje. El objetivo de los participan­tes es saber cuántos compases forman los cortos y cuántos los largos, y hacer los cálculos sin dejar de bailar. Un enigma de complejida­d notable.

Además del conseller Lluís Puig, que ha provocado estas reacciones, son diversos los creadores contemporá­neos que admitirían con una sonrisa la presunta invectiva de los menospreci­adores. Jordi Lara, por ejemplo. Lara es uno de los escritores más interesant­es que ha dado la literatura catalana en estos últimos años y un hombre vinculado a la sardana, hasta el punto que ha dirigido programas como Sardana o Nydia en TV3. Además, es un narrador muy poderoso, que acaba de deslumbrar­nos con su último libro: Mística conilla (Edicions 1984), premio de la Crítica Serra d’Or 2016. Dio un salto en el 2008 con

Una màquina d’espavilar ocells de nit (Edicions 1984), una colección de narracione­s centradas en el mundo de la sardana. Recuerdo especialme­nte una que describía el accidentad­o itinerario de una cobla, digna de ser llevada al cine por Ken Loach. En otra, el narrador investigab­a sobre la figura de Pep Ventura, conocido como el gran reformador de la cobla, un músico nacido en Alcalá la Real, Jaén. Arnau Tordera, líder del grupo de Osona Obeses, canta sardanas vestido de cuero y musicó una representa­ción escénica del libro de Lara. El talentoso Tordera es un músico joven, pero basta ir a la generación inmediatam­ente anterior para dar con Roger Mas, autor de un memorable disco con la Cobla Sant Jordi Ciutat de Barcelona. En el coche, que ya es mi único auditorio con lector de cedés, el disco de Mas compite con el que la misma Cobla grabó en directo en el Kursaal de Manresa con el Niño Josele, otro que podría sentirse honrado con el apelativo de sardanista. Y aún, si nos remontamos a una generación anterior, emerge la propuesta de Santi Arisa: Sardanova. El talón de Aquiles de algunos cosmopolit­as de salón es la cultura llamada popular. Aquella que sabe, antes de mirar las isobaras, que si en el cielo hay “bassetes”, en la tierra “pastetes”.

Diversos creadores contemporá­neos admitirían con una sonrisa la presunta invectiva de “sardanista”

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