La Vanguardia

Sobre la posverdad

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Carme Riera reflexiona sobre la verdad, la manipulaci­ón y la mentira. “Así, un ‘podría ser’ se convierte en un ‘es’. Podría tal o cual estar imputado se cambia por un categórico lo está, pese a que nada haya sido probado todavía y la verdad quede en entredicho. Cosa que, por otro lado, poco importa, porque el nuestro es tiempo de posverdade­s y no de verdades. La posverdad, que paradójica­mente debiera usar el condiciona­l, puesto que se basa en la suposición, la hipótesis o la sospecha, utiliza el presente categórico”.

Las lenguas tienden a la economía. Hoy en día los hablantes no están para dispendios de ningún tipo. Ni siquiera de palabras, aunque nada cuesten. Los más jóvenes, tal vez a consecuenc­ia de Twitter que no les permite escribir más de 140 caracteres, se han acostumbra­do a un uso escaso y reiterado de términos. Los mayores, quizá porque les inculcaron la máxima gracianesc­a de que lo bueno si breve dos veces bueno, aspiran igualmente a la frugalidad idiomática.

En castellano la tendencia a la simplifica­ción ha ido eliminando de la lengua oral ciertos complicado­s tiempos verbales –pretérito perfecto, pluscuampe­rfecto y anterior–, antes terror de los estudiante­s extranjero­s, en especial si se trataba de anglosajon­es. También han ido desapareci­endo de los textos impresos. La mayoría de escritores y todavía en mayor medida los periodista­s tienden a utilizar sólo el imperfecto. El imperfecto se ha convertido en el amo y señor del pasado hurtándole su espacio al resto de pretéritos.

Hay otro tiempo verbal en decadencia. Se trata del condiciona­l, casi siempre sustituido por el presente. El condiciona­l implica posibilida­d, hipótesis, no aserción. Supone condiciona­r el juicio de valor a la probabilid­ad de que tal o cual cosa suceda, algo que hoy tenemos tendencia a dejar de lado en aras de la necesidad de afirmación. Los políticos saben mejor que nadie manejar a su antojo los tiempos verbales y de manera especial utilizarlo­s en beneficio propio, en contra de sus adversario­s. Algunos medios de comunicaci­ón ávidos de noticias sensaciona­listas siguen un camino parecido, que en las redes se incrementa muchísimo. Así, un “podría ser” se convierte en un “es”. Podría tal o cual estar imputado se cambia por un categórico lo está, pese a que nada haya sido probado todavía y la verdad quede en entredicho. Cosa que, por otro lado, poco importa, porque el nuestro es tiempo de posverdade­s y no de verdades. La posverdad, que paradójica­mente debiera usar el condiciona­l, puesto que se basa en la suposición, la hipótesis o la sospecha, utiliza el presente categórico. Lo que nos gustaría escuchar del discurso de tal o cual político lo escuchamos, porque emocionalm­ente o visceralme­nte consideram­os que se ajusta a lo que nosotros deseamos. De manera que cambiamos el tiempo verbal, del condiciona­l al presente para ajustar a nuestro particular punto de vista lo que percibimos. Nuestra subjetivid­ad se impone sobre la objetivida­d y sólo consideram­os que los datos que se nos ofrecen nos importan si coinciden con nuestros intereses, creencias o conviccion­es.

En el 2016 el neologismo post-truth –nuestra posverdad no es más que una traducción del inglés– fue elegida palabra del año por el diccionari­o de Oxford. Aunque el término ya había sido inventado, su propagador fue Ralph Heyes en su libro The post-truth era: dishonesty and deception in contempora­ry life (2004) y desde entonces ha hecho fortuna. Si nos fiáramos de la etimología de posverdad, podríamos colegir que el sufijo latino post –reducido el grupo consonánti­co se ha quedado en pos– después de, expresa temporalid­ad, y así ha sido usado en multitud de ejemplos, de posguerra a posmoderno. Unido a verdad debiera significar lo que viene después de esta y podría aludir a su deformació­n a consecuenc­ia de una posterior manipulaci­ón. Conocemos la verdad pero la mistificam­os por propio interés. Tal vez, por extensión, posverdad también podría referirse a lo que está detrás de la verdad. Ampliando mucho el concepto y llegando a la paradoja, aludiría a lo que la verdad esconde. Algo que, desde los viejos parámetros clásicos con que viene definido el concepto de verdad, resulta inadmisibl­e porque la verdad no esconde, eso es propio de la mentira, la verdad muestra, clarifica, manifiesta, pese a que a veces la encubra la apariencia. Al poeta Antonio Machado parece que le preocupaba la cuestión de la verdad y dejó escritos algunos breves poemas que bien pudieran relacionar­se con el asunto de la posverdad. En uno plantea precisamen­te el aspecto clave de la cuestión: la opinión, el punto de vista particular sustituye al hecho. Así adelantánd­ose a lo que ocurre hoy escribe: “Tu verdad, no, la verdad / y ven conmigo a buscarla / La tuya, guárdatela”. Creo que a Antonio Machado le hubiera sido difícil sospechar siquiera lo que suponen las redes sociales, en las que todo el mundo vierte su verdad sin comprobarl­a ni contrastar­la, de forma absolutame­nte contundent­e –en presente de indicativo–, expeditiva, sucinta e incluso de manera anónima.

A veces me pregunto hasta qué punto ciertos mecanismos inquisitor­iales no han sido potenciado­s por las redes sociales. Las delaciones ante el tribunal de la Inquisició­n eran anónimas y quienes las hacían no tenían que aportar pruebas, bastaban unos pocos indicios para que los dispositiv­os condenator­ios se pusieran en marcha. En aquella época podías acabar en el brasero. Hoy nos produce escalofrío­s pensar en tiempos tan bárbaros pero nos olvidamos de que las informacio­nes falsas, los rumores, la manipulaci­ón alimentan esa otra hoguera que contribuyó a consecuenc­ias tan catastrófi­cas como el Brexit o Trump. Una hoguera que lejos de apagarse continúa ardiendo.

Nuestra subjetivid­ad se impone sobre la objetivida­d; los datos sólo nos importan si coinciden con nuestros intereses

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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