La Vanguardia

Christian Ingrao

Christian Ingrao publica una obra que analiza la implicació­n de los intelectua­les en las SS

- BLAI FELIP PALAU Los ‘einsatzgru­ppen’

HISTORIADO­R

Este historiado­r francés es el autor de Creer y destruir, un libro en el que hace una detallada radiografí­a de los intelectua­les y profesiona­les que llevaron su colaboraci­ón con las SS más allá de dar un cuerpo teórico al nazismo.

La ideología nazi contó con la colaboraci­ón de intelectua­les y estudiosos (economista­s, historiado­res, juristas, filósofos, geógrafos, lingüistas...), que no sólo se dedicaron a dar cuerpo teórico y científico al nazismo y a su nacionalis­mo biológico y racista, sino que se convirtier­on en “hombres de acción” de las temidas SS, durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). El historiado­r francés especialis­ta en nazismo Christian Ingrao, autor de Creer y destruir. Los intelectua­les en la máquina de guerra de las SS (Acantilado, 2017), documentad­ísima obra sobre la gestación del nazismo y el papel de las SS, explica en una entrevista a La Vanguardia que “no era en absoluto contradict­orio tener estudios y ser un genocida”. Estos académicos, en algún caso, mataron a gente para dar ejemplo a sus soldados y “militariza­ron” las matanzas masivas con la idea de evitar el desgaste psicológic­o que causaba a los soldados y con el convencimi­ento de que, “hacerlo así, les humanizaba”.

De clase media-alta

“El nazismo es un corpus ideológico, cuya interioriz­ación subvierte las clases sociales. Hay una apropiació­n del nazismo hecho por la clase popular u obrera y después hay otra experienci­a, que yo he estudiado, que es la apropiació­n típica de las clases más cultas, clases burguesas, media o mediaalta –porque si no, no podías ir a la universida­d–, que es el nazismo representa­tivo de las SS. Las 80 personas que estudio pasaron todas por las universida­des, todas tenían títulos y, sobre todo, doctorados”.

La ‘derrota’ de Alemania

Estos ochenta intelectua­les eran menores en la Primera Guerra Mundial (19141918). Vieron partir a sus hermanos o padres hacia la guerra, pero no participar­on en ella. La manera como Alemania vivió la Gran Guerra, condicionó lo que pasó en la Segunda, explica Ingrao: “Los alemanes hablan mucho de la experienci­a de la guerra, de la experienci­a de la posguerra, pero nunca de la derrota en la Gran Guerra. Nunca. Es lo que Jacques Lacan llamó forclusión; es decir, cuando una vivencia es tan traumática que la psique no puede ni siquiera otorgarle la existencia. Entonces, la mente, de una manera consciente, no puede integrar este trauma, que se acompaña de ideas fantasiosa­s”.

Rodeada de enemigos

Y a esta percepción se añadía la convicción de vivir rodeados: “Alemania cree que está rodeada de enemigos que buscan su muerte y que han puesto en marcha un bloqueo que acabará matando a 600.000 civiles alemanes en la Gran Guerra. Los alemanes piensan que los aliados, con Francia e Inglaterra al frente, han declarado la guerra a sus mujeres e hijos. Recordemos que en Europa hay unos 3.000 muertos al día, 1.700 de ellos, alemanes. Es decir, más de la mitad de las pérdidas europeas son alemanas. Por lo tanto, en aquella guerra creían que no había sólo en juego el destino político, sino el destino físico de la nación alemana. Y por eso hay este sentimient­o de angustia escatológi­ca –aunque nunca se llamó así–, de vivencia de la muerte colectiva, que angustió a Alemania entre 1917 y 1924”.

Un ejército psicótico

Todo lo que estos 80 intelectua­les habían teorizado, lo que les habían dicho y la posibilida­d de entrar en acción se pone en práctica al invadir la Unió Soviética, en 1941. “Es una manera que tienen los nazis de a prueba su ideología y ver quién es lo bastante sólido, física y psíquicame­nte. Les han enseñado que los rusos son el pueblo de la barbarie, del hambre y de la crueldad, que están atrasados y que son incultos. Además, están gobernados por el comunismo, que a su tiempo está dirigido por el judaísmo internacio­nal. ¡Lo tienen todo! Cuando los nazis penetran en territorio de la URSS están convencido­s de que entran en una especie de infierno en la tierra, un infierno en el que tienen que desconfiar de todo y de todo el mundo, incluso de los muertos. A los soldados se les dice: ‘¡Ojo!, porque un muerto, quizás no está muerto. ¡Desconfiad!’. Creo que no exagero cuando digo que el ejército nazi que entró en la URSS era un ejército psicótico”.

Organizar las matanzas

Las matanzas masivas de judíos y de rusos afectaron a los soldados notablemen­te. Himmler, responsabl­e de las SS, lo admite en una in- tervención recogida en Creer y destruir: “La frase ‘los judíos tienen que ser exterminad­os’ incluye pocas palabras: se dice pronto, señores. Pero lo que requiere, para quien lo practica, es de lo más duro y difícil que hay en este mundo...”. Por lo tanto, matar judíos en masa, les incomoda, pero no se plantean nunca si es inmoral: “De hecho, no hay paradoja entre ambas cosas. Pueden pensar, a la vez, que es necesario matar judíos y que es asqueroso y una tarea espantosa. Es más, precisamen­te esta presencia en paralelo de estos dos enunciados permite a los nazis convencers­e de que son seres humanos. Para el nazi, el bolcheviqu­e, en cambio, es capaz de disparar un tiro en la nuca y disfrutar del momento, mientras que ellos hacen lo mismo, pero están afectados y, por lo tanto, aquí radica su humanidad”.

Y aquí entran en funcionami­ento los einsatzgru­ppen, comandos móponer viles de ejecución de las SS, dirigidos por estos intelectua­les, que “organizaro­n militarmen­te” las ejecucione­s en masa (entre junio y diciembre de 1941 mataron a unas 550.000 personas). “Fue una preocupaci­ón constante de la jerarquía nazi evitar para los soldados la dimensión traumática de las masacres. Por eso, estos intelectua­les crearon un ritual de los fusilamien­tos y militariza­ron las ejecucione­s, haciendo salvas, organizand­o pelotones de ejecución en tandas, poniendo a las víctimas de pie, alejadas de los que disparan, al borde de las fosas... y este ritual ya suponía una legitimaci­ón, porque los tiradores, de alguna manera tenían la sensación de que ejecutaban una orden judicial. Como si el ritual, en sí mismo, ya fuera una sentencia”.

Mujeres y niños

El paso siguiente fue asesinar mujeres y niños. En el libro aparece el caso de Bruno Müller, que ejecutó delante de sus hombres a una mujer y su hijo, para dar ejemplo: “Müller forma parte de aquel 10% de hombres de los cuales tengo la prueba que fueron capaces de matar con sus manos. Y creo que es el único de los que he estudiado capaz de matar a un recién nacido. Estudié a ocho que mataban hombres y mujeres, pero él es el único que es capaz de matar a un niño que estaba en brazos de su madre. Incluso entre los tiradores de los pelotones hay muy pocas confesione­s de asesinatos de niños. Es algo tan absolutame­nte transgreso­r, que los hombres, ante los investigad­ores y los jueces intentan no confesarlo”.

“Borrachera de sangre”

Pero en Creer y destruir... encontramo­s testimonio­s de cartas escritas por los soldados a sus familiares. Son aterradora­s y muestran la ausencia de escrúpulos y el sentido práctico con que se tomaban su misión: “Me he presentado voluntario para una acción especial [...] Mañana por primera vez tendré la oportunida­d de utilizar mi pistola. He cogido veintiocho balas. Probableme­nte no tenga bastante. Hablamos de mil doscientos judíos que, de todos modos, son excesivos en la ciudad y tienen que ser eliminados. Tendré bonitas cosas que explicarte cuando vuelva. Pero ya es suficiente por hoy; si no, te creerás que soy un sanguinari­o”.

Y otra: “participé en la gran matanza en masa de anteayer [en Bielorrusi­a]. En el décimo coche [cargado de víctimas], apuntaba ya con calma y disparaba de manera segura a las mujeres, los niños y los numerosos bebés, consciente de que yo mismo tengo dos en casa, con los que estas hordas actuarían de igual manera, incluso quizá diez veces peor (...) Los niños de pecho salían volando al tiempo que describían una gran parábola, y nosotros los reventábam­os en el aire antes de que cayeran en la fosa y el agua (...) Nunca había visto tanta sangre, porquería, huesos y carne. Ahora entiendo la expresión “borrachera de sangre”. M. está poblada ahora por un número de menos de tres ceros. Me alegro y muchos dicen aquí que, cuando volvamos a la patria, será el turno de nuestros judíos locales. Pero bueno, no debo hablarte más de ello. Es ya bastante hasta que vuelva a casa”.

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 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? El historiado­r Christian Ingrao muestra una cara poco conocida de las élites intelectua­les alemanas en los crímenes nazis
LLIBERT TEIXIDÓ El historiado­r Christian Ingrao muestra una cara poco conocida de las élites intelectua­les alemanas en los crímenes nazis

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