Memoria del tiempo
El argentino Juan José Becerra reconstruye la vida del dueño de una decadente sala de cine
El espectáculo del tiempo (Candaya), del argentino Juan José Becerra (Junín, 1965), es una extensa (528 páginas) novela fragmentaria, con la cronología trastocada, historia de una vida y a la vez de todas, que otorga a la literatura del yo unas honduras filosóficas que van mucho más allá que algunos falsos diarios de moda.
Hay cosas que sólo la literatura sabe hacer. La prueba: uno de los títulos más interesantes del curso literario que se acaba, El espectáculo del tiempo (Candaya), del argentino Juan José Becerra (Junín, 1965), extensa (528 páginas) novela fragmentaria, con la cronología trastocada, historia de una vida y a la vez de todas, que otorga a la literatura del yo unas honduras filosóficas que van mucho más allá que algunos falsos diarios de moda.
“El libro estuvo congelado cinco años, sin editarse, por pereza mía. Lo retomé, y me sonó incompleto –explica el autor, a su paso por Barcelona–. Así que me dije: voy a acotarlo, con explicaciones y opiniones que me genera mi propia obra, leída a posteriori, sobre todo para dejarla mal. Es que no tenía nada que ver con lo que yo pensé que era”.
El protagonista, Juan Guerra –que regenta una decadente sala de cine en La Pampa– es muy parecido al autor y se pregunta, básicamente, cuánto dura la vida de un hombre. Él cree que una vida no es sólo algo que sucede entre dos fechas, sino que existen tres tipos de tiempos: el personal , el histórico y el de la eternidad. La novela aborda la intimidad, la grandeza del universo, las crisis familiares, los roles del mundo laboral, los viajes...
Becerra también fue socio de un cine y elude las preguntas sobre su padre –el del narrador sale muy mal parado– diciendo que “él lo leyó, cree lo que yo le digo y yo le dije que es una ficción... así que todos contentos”. “No puedo hablar de mí mismo con conocimiento de causa –prosigue–, la persona que escribe no sabe nada de sí mismo. A medida que te acercas a tu vida mediante la escritura, esa vida se aleja cada vez más. La identidad es invisible, imposible de captar, solo hay pistas”.
Es más: “El tiempo altera de manera violenta tu identidad, no solo con el paso de los años sino en un solo día, no eres el mismo en el mecánico, en una charla de trabajo, hablando con un amigo de literatura... Uno se la pasa actuando, hay muy pocos momentos en que no actúas, incluso en los momentos más dramáticos, uno acaba imitando a un personaje que vio no sé dónde”.
El libro “es una entrega al salvajismo de la escritura, un ejercicio de la violencia que sale de uno mismo, sin autoindulgencia. Un amigo me dijo que mi narrador se la pasa haciendo bullying a sus personajes, eso me gusta”. Y las escenas de sexo son todo menos suaves. “La verdad del sexo es algo de bestias”, explica.
La infancia es otro de los temas, una infancia como “experiencia retrospectiva, son recuerdos que uno va a cazar de adulto. Es la ilusión de que todo está por venir, es una víspera, no pasa casi nada”.
“El tiempo es un espectáculo que se puede ver”, dice un personaje. Y el narrador se afana en encontrar esos momentos auténticamente representativos. “La víspera del amor es muy grande, el otro momento verdaderamente intenso es la destrucción de ese amor, tiene mucha más intensidad que el mismo enamoramiento, son momentos dañinos pero muy grandes”.
La forma evoca el modo en que recordamos: “Escribía un recuerdo hasta que me agotaba y luego seguía con otro. La memoria funciona con voluntad de edición: mediante saltos, rupturas y conexiones inesperadas, interrumpiendo unos relatos y continuando otros”. Becerra, también periodista –escribe semanalmente sobre el Boca Juniors–, es autor de varios ensayos, cuentos y novelas, entre ellas La interpretación de un libro (2012).
“Un amigo me dijo que mi narrador se la pasa haciendo ‘bullying’ a sus personajes, eso me gusta”, dice el autor