La democracia ya no es aburrida
El mapa político español vuelve a la fragmentación del sistema de partidos, cuarenta años después de los comicios de 1977
Hace cuatro décadas, algunas democracias eran aburridas. Quizás porque los países que las acogían también lo eran. O porque parecía que siempre ganaban los mismos. En España, hubo un momento, hacia 1986, en el que la democracia también mostraba signos de monotonía. Lo admitía su propio presidente. Pero fue un instante fugaz. Luego, incluso con las mayorías absolutas del PP, la conducta de los actores políticos o las circunstancias económicas liquidaron cualquier atisbo de aburrimiento.
De hecho, la actual democracia española resultó especialmente dinámica desde el principio. Y no sólo por el seísmo del intento de golpe de Estado de 1981. Ya antes y después del 23-F mostró una vitalidad que inicialmente supo conciliar con las cautelas que se derivaban de la convulsa experiencia republicana y la traumática guerra civil. El mapa político de 1977, tras casi cuatro décadas de dictadura, es un buen exponente de la sabiduría colectiva y de la buena memoria histórica de la sociedad española. Frente al escenario republicano –con decenas de partidos que acababan coaligados en dos bloques irreconciliables–, el mapa de la transición huye de los extremos: evita un bipartidismo estricto que pudiese resucitar la polarización pero elude también una fragmentación excesiva del mapa político (eso sí, con la ayuda de un sistema electoral mayoritario disfrazado de proporcional).
El resultado es un ganador sobredimensionado (un partido de centro pret a porter, la UCD, que cosecha el 47% de los escaños con menos del 35% de los votos), seguido a apenas cinco puntos por el primer partido de la oposición: un PSOE añejo pero renovado. Y ya más lejos, otros dos partidos de ámbito estatal –PCE y AP– con casi un 10% de los votos (aunque tan infrarrepresentados que su supervivencia futura no parecía garantizada).
Ahora bien, cumplido su ciclo vital y tras la sacudida que supuso la intentona del 23-F, el centrismo ortopédico y mal avenido de la UCD fue liquidado sin contemplaciones por los electores, que se realinearon ideológicamente de acuerdo con la sociología política de la España de los 80: un país mayoritariamente de centroizquierda (con más del 48% de los votos para el PSOE e IU) y una derecha y un centro escindidos e incapaces de movilizar a más del 36% de los votantes. Y esa situación se prolongará hasta 1993, tras la unificación del voto de centro y derecha en torno al PP y la creciente dispersión del de izquierda a causa del desgaste del Gobierno socialista.
A partir de 1996, el centro derecha unificado inicia una escalada que le llevará a la aplastante mayoría absoluta del 2000 (con casi un 45% de las papeletas). Sin embargo, la creciente rigidez de su líder y su turbia gestión de uno de los mayores atentados terroristas perpetrados en Europa occidental, en plena campaña electoral de los comicios de marzo del 2004, malogran ese capital y resucitan la mayoría social de izquierda (con cerca del 48% de los votos, una tasa que se prolonga hasta el 2008). La diferencia esta vez es que el centro derecha mantiene un elevado suelo electoral, cercano al 40% de los votos. Y ese capital político le permitirá recuperar el poder con otra mayoría aplastante cuando la crisis económica y su errática y contradictoria gestión por parte del PSOE hundan a la izquierda en las elecciones del 2011.
El mapa de esos comicios se parece curiosamente, como una imagen especular, al de la década de los 80, pero a la inversa: un gran partido de centro derecha hegemónico frente a una izquierda minoritaria y fragmentada (que reúne menos del 36% de los votos entre el PSOE e IU). Sin embargo, ese escenario será sólo el canto de cisne que dará paso a un nuevo e inédito mapa político, resultado de una recesión económica que tarda una eternidad en revertirse y de unos escándalos que desnudan la suciedad, el deterioro y el anquilosamiento de las dos grandes formaciones tradicionales: el centro derecha popular y el centroizquierda socialista. Los comicios del 2015 dibujan una nueva correlación de fuerzas, que guarda algunos paralelismos, aunque más aparentes que reales, con los de la transición.
La irrupción de nuevas generaciones en el censo electoral (muy especialmente del llamado contingente de la democracia, los nacidos desde 1977) y el agotamiento de los partidos tradicionales abrirán, a partir del 2014, la puerta a una correlación atrevida, de la que desaparecen las cautelas de la transición. Los nuevos votantes (y algunos de los antiguos más enojados) rompen la unidad del centro derecha (aunque invirtiendo los términos de 1977, pues la fuerza secundaria es ahora un centro de nueva creación: Ciudadanos) y dinamitan la correlación tradicional de la izquierda. La socialdemocracia española pierde la hegemonía en ese espacio y el voto de izquierdas se divide a partes casi iguales entre un centroizquierda que tiene dificultades para renovarse y desprenderse de los lastres del pasado, y una nueva izquierda generacional que, sin embargo, bebe en las vetustas fuentes ideológicas del izquierdismo radical (en una compleja amalgama de comunistas de diverso pelaje y social-populistas).
Ese escenario deja la correlación entre bloques en unos parámetros similares a los de la transición: el centro y la derecha vienen sumando desde el 2015 entre el 43% y el 46% de los votos, lo mismo que el centroizquierda y la izquierda. Pero una de las diferencias sustanciales con 1977 es que la contribución de Catalunya a la centralidad española se ha disipado como consecuencia del proceso soberanista y de la errónea gestión de la agenda catalana desde Madrid; y ahora en Catalunya dominan las fuerzas independentistas y la izquierda alternativa.
El mapa político actual puede parecer un episodio momentáneo que la mejoría de la situación económica y la amortización de los escándalos podrían revertir. Pero algunas fuerzas han venido para quedarse y los sucesivos comicios indicarán en qué magnitud. La pauta en casi todas partes favorece el triunfo de la fragmentación y/o la novedad y no excluye las emociones fuertes.
LA MEMORIA HISTÓRICA El elector de 1977 huye de un bipartidismo que resucite la polarización, pero acota la dispersión LA DÉCADA DEL CAMBIO En 1982, la mayoría de centroizquierda reflejó la sociología política de la España de la época DOMINIO DEL CENTRO DERECHA La mayoría absoluta del PP nace de la unidad del centro y la derecha y de una izquierda dividida EL NUEVO MAPA POLÍTICO Cs arrebata más de una cuarta parte del espacio popular, y Podemos, la mitad del socialista