La Vanguardia

Merkel se impone a Trump

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LA cumbre del G-20 de Hamburgo se ha cerrado con la evidencia de que la Administra­ción Trump se encuentra aislada, al menos respecto a los países más ricos, poderosos y emergentes. La declaració­n final de la reunión supone la constataci­ón de que el acuerdo de París sobre la lucha contra el calentamie­nto de la Tierra no tiene vuelta atrás, ni siquiera una simple revisión como pretendía la delegación estadounid­ense. Trump no sólo ha cosechado un fracaso –ningún país de los presentes secundó sus tesis–, sino que además vuelve a Washington con una clara derrota frente a antiguos aliados, con Angela Merkel como anfitriona y cara visible de una Unión Europea dispuesta a dar la batalla. De ahí la contundenc­ia de las palabras de la canciller en las que subrayaba que los documentos finales de la cumbre evidencian no sólo los acuerdos sino también el disenso. Nada de subterfugi­os. Y menos con Trump.

Tampoco el presidente estadounid­ense ha logrado imponer sus tesis en la otra gran cuestión del G-20: el comercio global. La guerra entre librecambi­stas (europeos) y proteccion­istas (estadounid­enses) ha terminado en tablas. Aunque en este caso, Merkel ha admitido la necesidad de introducir mecanismos en el libre comercio para que sea “justo y basado en reglas”, al tiempo que asume la utilizació­n de “instrument­os legítimos de defensa comercial”, tal como propuso la delegación estadounid­ense. Presionada por algunos países europeos –entre ellos, Francia– y por la opinión de numerosos expertos que han alertado sobre los excesos de la globalizac­ión, Alemania acepta destensar la cuerda del libre comercio que provoca desigualda­des económicas por la anemia salarial, que ha destruido miles de empleos y que ha potenciado la amenaza de los populismos políticos. Se trata, como dijo Emmanuel Macron, de aprobar medidas “contra la competenci­a desleal”, como en el caso del acero chino. Es decir, construir algunos diques de defensa para las industrias europeas frente a posiciones de dumping de países externos.

Pero esta cesión en las rígidas tesis de la canciller no impide que, este fin de semana, como anfitriona del G-20, también se haya erigido en la líder más representa­tiva del mercado global. El acercamien­to europeo a China y Japón de estos últimos días contrasta con la deriva proteccion­ista de Donald Trump, que, por su parte, esta semana ha concretado su aproximaci­ón a países del Este europeo, además de Rusia –con todos los matices que se quiera–, y que constata la apuesta por una suerte de aislamient­o económico y, quizás, ge o político que produce estupefacc­ión en una buena parte de la opinión pública estadounid­ense y mundial. Es cierto que Trump regresa a Washington con un acuerdo “muy muy potente” (sic) con el Reino Unido, un anuncio, sin embargo, que favorece más a la debilitada Theresa May que a los estadounid­enses, que dan por sentadas las excelentes relaciones con Londres.

Este periplo europeo de Trump se ha resuelto, pues, con más sombras que luces. Su primer encuentro con Putin no logró despejar las dudas sobre si hubo o no connivenci­a entre ambos durante la campaña electoral, y todo se resolvió en un debate enérgico. Muy poco para una cuestión que, sin duda, le perseguirá durante todo el mandato. En el terreno económico, la guerra declarada por Trump contra la globalizac­ión ha terminado en tablas, como mucho. Y en el político, Merkel y el grupo europeo han sabido aprovechar con inteligenc­ia los generosos espacios vacíos que el polémico presidente va dejando por el mundo.

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