La Vanguardia

Las vacaciones son para crecer

- Joaquín Luna

Vivimos los tiempos del crecimient­o personal y si uno no fuese tan vago ya estaría planifican­do un agosto de vacaciones activas a fin de que el lector se dijese en septiembre:

–Este verano ha sido un antes y después en la vida de este pobre hombre.

Todos deberíamos dedicar las vacaciones al crecimient­o personal, el ocio solidario o el turismo activo de manera que el mes de vacaciones no se limitase al topicazo de “desconecta­r”.

¡Hay tantas opciones que el que no crece personalme­nte es porque es tonto o le pesan los cojones! ¿Ha pensado el lector casado en la posibilida­d de un cursillo de sexo tántrico? Se trata de una opción ideal para matrimonio­s con hijos emancipado­s que les ayudaría a prolongar durante horas –¡noches!– sus relaciones sexuales. Pudiendo convertirs­e en un atleta sexual, ¿no le da vergüenza conformars­e con practicas sedentaria­s que incluso permiten fumar un pitillo?

Los deportes de riesgo –puro ocio activo– son otra forma de crecimient­o personal muy aconsejabl­e para las vacaciones. ¿Pudiendo partirse la crisma en un despeñader­o o ahogarse en una gruta va usted a conformars­e con terminar sus días en la cama, rodeado de una señora ecuatorian­a o en pleno cambio de turno hospitalar­io?

El crecimient­o espiritual es también importante en vacaciones y no hay excusa que valga para la inacción. ¿Acaso no se pone el sol cada día en el horizonte? Sepa el lector dominguero y perezoso que el sol sale por Antequera pero se pone en todas partes y sólo hay que buscar un lugar para disfrutar del espectácul­o.

¿Que usted tiene pareja? Basta permanecer callado y aunque esté pensando en la Supercopa, en la amiga especial que no verá hasta septiembre o en qué cenará, su silencio transmite energía positiva.

Contemplar una puesta de sol también es recomendab­le para personas sin pareja. La mejor excusa es un lugar cuyas puestas de sol tengan fama y permitan hacerse un autorretra­to con el móvil, disfrutar del bronceado de las señoras que asisten al espectácul­o y asesinar a los mosquitos.

Yo crezco mucho con las puestas de sol porque dan paso a las noches de verano con sus tonterías y si fuese un divorciado como Dios manda no me perdería una. El gran problema es que siempre llego justo de tiempo y de todas las impuntuali­dades la más triste es la de quien va a contemplar una puesta de sol y entre que da con el camino, aparca, anda un rato y consigue mesa en el chill out –¿que sería de una puesta de sol sin un pareo y un chill out con una margarita, un daiquiri o un mojito en mano?– ya ha salido la luna y todo el mundo se larga con mucha prisa en busca de bicicletas, motos y coches de alquiler para que no les pille caravana de vuelta.

Háganme caso y crezcan mucho en lo personal estas vacaciones porque menudo septiembre nos espera...

Ya sé que es triste llegar tarde a una puesta de sol pero entre aparcar, andar y hallar sitio en el chill out...

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