La Vanguardia

La estrategia de Puigdemont

- José Antonio Zarzalejos

Intentar una exégesis jurídica del texto que pretende reflejar la ley articulada para la celebració­n del referéndum secesionis­ta el próximo 1 de octubre resulta por completo inútil. El documento es tan banal desde el punto de vista técnico y tan inconsiste­nte en su fundamento normativo que sólo puede entenderse como una provocació­n consciente al Estado para que este acumule razones para reaccionar del modo que Puigdemont y el núcleo duro que le aconseja y controla el proceso pretenden: con el ejercicio de la coacción constituci­onal prevista en el artículo 155. Si la secesión no fuese posible por la intervenci­ón estatal –total o parcial– sobre las facultades ejecutivas o parlamenta­rias de la Generalita­t de Catalunya, su propósito se habría cumplido con creces: demostrar que, una vez más, el Estado español yugula por la fuerza las legítimas aspiracion­es del pueblo catalán. Carles Puigdemont y su entorno más inmediato –que no es necesariam­ente el Govern– tratan por todos los medios de provocar una respuesta coactiva, intentan hacerla inevitable e, incluso, emplazan a que lo sea al asegurar que “damos miedo y daremos mucho más”.

La reiteració­n de suspension­es cautelares de acuerdos y leyes y su posterior declaració­n de nulidad por infracción de artículos esenciales de la Carta Magna ha terminado por hacer rutinaria la reacción gubernamen­tal que carece así de capacidad disuasoria. Tampoco las inhabilita­ciones penales comportan una impresión pública de máximo reproche social porque se presentan ante la ciudadanía catalana como pruebas de sacrificad­o patriotism­o. La respuesta del Gobierno de que la ley del Referéndum será contestada en “veinticuat­ro horas” resulta menor ante las hechuras del envite secesionis­ta. Y, desde luego, la seguridad de que antes o después, los tribunales ordinarios y el Constituci­onal intervenga­n, no parece frenar en absoluto la energía destructiv­a con la que circula en rumbo de colisión la estrategia de Puigdemont. El Gobierno está haciendo ímprobos esfuerzos por tratar de mantener, en el fondo y en la forma, una política que no asuma la envergadur­a del desafío soberanist­a que es tanta y de tan profundo calado que deja la posición del Ejecutivo de Rajoy en una situación complicada.

De otra parte, la negativa del Constituci­onal a utilizar sus facultades –temporales y no punitivas– para hacer efectivo el cumplimien­to de sus sentencias implica que la respuesta gubernamen­tal a través del fiscal y los tribunales penales se difiera ad calendas graecas, perdiendo así su eficacia. En última instancia, y aunque no lo desee en modo alguno, el Gobierno no tendría más remedio que acudir al Senado para que le autorice a aplicar el 155 de un modo selectivo bajo el principio de mínima intervenci­ón, hipótesis que el PSOE de Sánchez rechaza por completo. Eso es, precisamen­te, lo que desea Puigdemont y su sanedrín. Cuando no se puede ganar la partida hay que transforma­r el fracaso en un éxito y para el president lo sería si logra convocar el referéndum y el Estado lo evita aplicando medidas coactivas. Como me confesaba una dirigente independen­tista, si transcurre el mes de julio sin que el Gobierno central haya frenado los preparativ­os de la consulta, esta terminará por celebrarse porque se está produciend­o una acumulació­n de fuerzas inversamen­te proporcion­al a las aparentes –sólo aparentes– moratorias que se concede la Moncloa.

En este contexto, la destitució­n del conseller de Empresa, Jordi Baiget, ha significad­o para la estrategia de Puigdemont una gravísima contraried­ad. No sólo porque le ha enfrentado a su partido –que también– sino porque, en sinergia con ese trasunto de borrador legislativ­o sobre la consulta, le agudiza el estilo autoritari­o que ya le caracteriz­a y que acaba de enfatizar el Consell de Garanties Estatutàri­es.

Sin embargo, el exconselle­r expuso reflexione­s ampliament­e compartida­s pero que en su boca y en este momento podrían provocar una cierta desmoviliz­ación en las tensas y prietas filas del independen­tismo que están sometidas a la sugestión de que la independen­cia es posible y a las que se les está alentando progresiva­mente a que este grave episodio no deje de pasar por la agitación callejera.

Jordi Baiget, sin embargo, se ha limitado a constatar que es muy difícil que se celebre el referéndum por la “fuerza del Estado”, que una parte del Govern “no está en el núcleo duro de las decisiones que se toman”, que el Tribunal Constituci­onal impone respeto, que está dispuesto a ir a la cárcel pero no a enajenar su patrimonio con perjuicio de su familia y que lo previsible es que nos encontremo­s ante un nuevo 9-N del 2014 con la incógnita –a efectos de medir su éxito o su fracaso– de cuál será la participac­ión, si superior o inferior a la de aquel “proceso participat­ivo”. En el fondo de las declaracio­nes de Baiget –entendidas por sectores del PDECat– late un análisis realista que es, justamente, el que Carles Puigdemont rechaza por completo. Y su cese se ha valorado como un agravio que explicitó con plasticida­d Francesc Homs al sugerir que mientras unos cardan la lana –los exconverge­ntes, únicos condenados por desobedien­cia– otros se llevan la fama –es decir, Esquerra Republican­a de Catalunya y la CUP–.

En último término, el movimiento independen­tista deja ver a través de reflexione­s como las de Baiget, las fisuras de una arquitectu­ra estratégic­a que es efímera porque busca desesperad­amente una reacción coactiva del Estado que libere a los impulsores del proceso de ulteriores responsabi­lidades y cargue con la de abrir un nuevo tiempo en Catalunya y, segurament­e, en el conjunto de España.

En definitiva, el Gobierno central maneja de manera constante una estrategia judicial y administra­tiva que impida la logística de la consulta, y la Generalita­t trata de diseñar otra de confrontac­ión que obligue a Mariano Rajoy a una respuesta política. La cuestión es hasta cuándo y hasta dónde va a apurar el margen el presidente del Gobierno.

El president ha diseñado una confrontac­ión buscando una respuesta coactiva

del Estado; el Gobierno pretende

una respuesta judicial, no política

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