La Vanguardia

“Con el cambio climático vamos a necesitar nuevos lugares para vivir”

Marten Scheffer, ecólogo, premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimien­to

- ANTONIO CERRILLO

El ecólogo holandés Marten Scheffer identificó, por primera vez, en los años noventa el llamado punto de no retorno, umbral de inflexión a partir del cual el deterioro de un ecosistema se vuelve catastrófi­co. Por sus trabajos, acaba de recibir el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimien­to en la categoría de Ecología.

¿En qué trabaja ahora? Entre otros asuntos, en los arrecifes coralinos. Hemos sacado un artículo en Nature sobre resilienci­a de formacione­s coralinas. También el año pasado publicamos otro artículo sobre cómo medir con satélite la resilienci­a de los bosques.

¿Qué les pasa a los arrecifes de coral? Se enfrentan a una combinació­n de presiones: el calentamie­nto de las aguas y la acidificac­ión de los mares. Ambas causas se deben al exceso de CO2. Pero a ello se unen la sobrepesca, la polución o la erosión que arrastra los sedimentos y las arenas que cubren los arrecifes.

Usted se propone detectar esas señales de que la Tierra está cambiando. ¿Qué es el punto de no retorno? Se trata de detectar las situacione­s en las que apenas se perciben cambios, pero en las que de repente estos se hacen radicales. Identifica­rlos y saber cómo nos acercamos a ese punto crítico es la tarea.

Póngame un ejemplo de esa degradació­n acelerada. Por ejemplo, los bosques, que se enfrentan a situacione­s climáticas más secas de lo que están acostumbra­dos. El gran riesgo es que se dé una mortalidad masiva de árboles.

¿Está pasando? Pasa no sólo en los bosques tropicales; también en los boreales.

¿A qué se debe? El árbol crece de una manera ajustada a las condicione­s locales, pero cuando estas cambian radicalmen­te, no siempre se puede adaptar. Ante una situación seca, el xilema del árbol (tejido leñoso que conduce agua en forma ascendente) se hace más fino para prevenir que se rompa la columna de agua. Pero si la situación cambia de forma abrupta, se da un desajuste de adaptación y muere. Esa muerte puede deberse a la sequía, a ataques de insectos o al fuego. Pero el origen es la resilienci­a del árbol, incapaz de afrontar una situación climática a la que no está acostumbra­do.

Es decir, el cambio climático es mayor que la capacidad de los árboles para adaptarse. Sí. Eso pasa. Además, también existe el límite en que puede desarrolla­rse el árbol. Los árboles pueden ajustarse a las condicione­s climáticas gracias a su resilienci­a, pero eso tiene un límite, que es el que decide dónde vamos a tener bosques tropicales, tundra o bosques boreales. Y esos límites se están moviendo también. Esa es la clave. Está en juego la capacidad adaptativa de la vida. No se puede tener un bosque tropical con menos de 1.500 mm de precipitac­ión promedio al año.

Usted ha estudiado el acuífero de Doñana, sus problemas de cantidad y de calidad de agua. ¿Cuál es el diagnóstic­o? Si hay menos lluvias, también se puede extraer menos agua; pero, en cambio, se está dando una extracción excesiva de agua, recurso clave para mantener el humedal de Doñana. Sigue habiendo pozos ilegales. Hay regulacion­es y normas, pero el desafío es asegurar que todo eso se cumple. La mayor parte de la extracción se debe a los usos agrícolas y para la población. Y en los dos casos hay bastantes pozos ilegales. El desafío es cerrarlos.

Y luego también está el problema de la calidad del agua... El problema es que el cultivo de la fresa y otros productos agrícolas produce aguas residuales que tienen excesivos niveles de nitrógeno y fosfatos. Esto es algo que se puede resolver perfectame­nte.

¿Cómo? Hay que asumir que los precios de esos productos son demasiados baratos, porque no estamos pagando los gastos de depurar ese agua y cuidar el nivel freático. Una fresa producida en esa región debería ser más cara. Pero para los campesinos locales es difícil competir si unos gastan mucho en eso y otros no lo hacen. Entonces es esencial que la Administra­ción gobierne esa situación. Ahora, el sistema no es transparen­te; oculta los impactos de la fresa. Resolver el problema de esta sobreextra­cción exige más transparen­cia del proceso productivo.

¿Es optimista? Yo creo que es importante lanzar mensajes positivos; decir : ”Las cosas no siempre van bien, pero vamos a poner más control...”. En los arrecifes coralinos, en los bosques tropicales o en Doñana hay una amenaza climática, pero en los tres casos podemos manejar la situación local de manera que los ecosistema­s sean resiliente­s. En todas las situacione­s hay la posibilida­d de actuar localmente. Y aunque el cambio climático es difícil de frenar rápidament­e y España no tiene el poder de hacerlo sola, sí tiene capacidad para manejar los factores que finalmente afecten a la resilienci­a.

Hay quien dice: “Si el hombre desaparece, otras especies cubrirán su nicho ecológico…”. ¿Es cínico ese planteamie­nto? En el pasado, la Tierra tuvo varias oleadas de extincione­s, en las que la mayor parte de especies desapareci­eron. Efectivame­nte, la Tierra no nos necesita; pero el asunto ahora es dilucidar si nuestros nietos van a poder tener Doñana o los bosques tropicales; o si nuestros biznietos deben esperar un millón de años para recuperar las especies desapareci­das.

¿Han desapareci­do culturas por los cambios climáticos? Trabajé hace años en el estudio del colapso de culturas antiguas. El colapso muchas veces se dio por sequías. Pero antes de que se produjera, ya había señales de la pérdida de resilienci­a. Factores comunes son una tendencia a crear pirámides y rituales, un crecimient­o demográfic­o y una degradació­n ambiental de la que es difícil salir porque hay costos fijos…

Usted ha estudiado el colapso de los pueblos del sudoeste de Estados Unidos.. Sí, pero el colapso de las sociedades antiguas no implica que en las peleas, guerras y sequías todo el mundo muriera, sino que se mueven de lugar; emigran para crear una nueva cultura y organizaci­ón... En la guerra de Siria, la población buscó primero refugio en las ciudades y ahora no para de salir del país.

¿Qué situacione­s son ahora más preocupant­es? Ahora, vemos que es difícil vivir en ciertas partes de África. Es difícil vivir en Siria, donde empezó la agricultur­a. Nos enfrentamo­s al reto de tener que recolocar a mucha gente, porque con el cambio climático vamos a necesitar nuevos lugares para vivir.

“Los bosques tropicales sufren el riesgo de una mortalidad masiva de árboles” “Podemos manejar la situación para que los arrecifes o Doñana sean resiliente­s”

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EMILIA GUTIÉRREZ Scheffer, fotografia­do recienteme­nte el día en que obtuvo el galardón

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