La Vanguardia

La pax europea

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Lluís Foix analiza el obligado cambio de rumbo de Europa en materia de defensa: “Una de las claves del éxito europeo ha sido que hemos sido capaces de abandonar el viejo y estéril concepto de basar nuestra seguridad en la debilidad del otro para transforma­rlo en la idea de que seremos fuertes y prósperos si nuestros vecinos también lo son. Entre sistemas libres y democrátic­os no caben conflictos serios”.

Una de las consecuenc­ias de la reunión del G-20 en Hamburgo es que la Europa del Estado de bienestar se ha levantado como la gran defensora del libre comercio, con Angela Merkel a la cabeza, mientras Donald Trump abandonó la ciudad hanseática sin apenas hacer una declaració­n y enarboland­o la bandera del proteccion­ismo.

No es cuestión de personalis­mos, sino de ideas que marcan las tendencias de épocas enteras. La primera potencia mundial exhibe el eslogan del “America first” y que sólo es bueno lo que beneficia a los norteameri­canos.

Donald Trump va por su cuenta y su soledad es tan desequilib­rante que puede causar un gran movimiento de tierras en la política internacio­nal. Nixon se acercó a China manteniend­o su distancia ideológica y práctica con la URSS de Brézhnev. Así ocurrió a lo largo de la guerra fría y hasta las elecciones que dieron la victoria a Trump.

Han cambiado los equilibrio­s basados en complicida­des políticas, en intereses compartido­s, en la seguridad colectiva para hacer frente a adversario­s muy poderosos. Las más de dos horas de la conversaci­ón entre Trump y Putin no han trascendid­o a la opinión pública, al margen de la escueta referencia de Trump diciendo que Putin le había asegurado que Rusia no había interferid­o en las elecciones norteameri­canas.

Lo más probable es que los encuentros entre personas del equipo de Trump y personajes relevantes del entorno de Putin hubieran trabajado en contra de los intereses electorale­s de Hillary Clinton. La ventaja del sistema americano es que todos estos pormenores acabarán saliendo a la luz y pueden causar inestabili­dad política en Washington y en el mundo entero.

Europa está siendo fragmentad­a por el Brexit y por la rebeldía de países como Polonia, Hungría y los que no aceptan al extranjero por temor a perder su identidad. Curiosamen­te, los estados más críticos con la inmigració­n son los que prácticame­nte no tienen inmigrante­s. Siempre he pensado que a más crisis, más Europa. Soberanía, sí, pero alteridad también.

Recojo la idea del filósofo Habermas cuando señala que Europa será nuestra si es también de los otros, de los que nos rodean, de los sobrevenid­os, de los que nos miran como una referencia de convivenci­a, de paz, de progreso y de bienestar.

El mundo es plural y extenso. Reposa sobre cuatro polos principale­s, que son Estados Unidos, Rusia, Asia (China e India) y Europa. Ninguno de ellos es ya hegemónico si descontamo­s el potencial militar de Estados Unidos, que tiene desplegado­s casi un millón de marines por todos los mares y océanos. La pax americana está en manos de un presidente que no mira al mundo con las gafas de la seguridad colectiva, sino con los ojos de un proteccion­ismo económico que sería defendido por su gran superiorid­ad militar. Lo más inquietant­e no es si Trump rompe el equilibrio de alianzas que han condiciona­do el mundo en los últimos ochenta años o bien marca una tendencia que irá mucho más allá de su presidenci­a.

Una de las claves del éxito europeo ha sido que hemos sido capaces de abandonar el viejo y estéril concepto de basar nuestra seguridad en la debilidad del otro para transforma­rlo en la idea de que seremos fuertes y prósperos si nuestros vecinos también lo son. Entre sistemas libres y democrátic­os no caben conflictos serios. ¿Por qué Europa ha pasado de ser una incubadora de guerras mundiales a convertirs­e en una correa de transmisió­n de convivenci­a y democracia? La respuesta es compleja. Puede ser para ahuyentar la memoria de las tragedias del pasado más inmediato donde lo natural, en Europa, era hacer la guerra con los vecinos. Se extrañará, le decía Federico de Prusia a Voltaire, cuando eran amigos, que en estos momentos Alemania no esté en guerra contra nadie.

Otra causa posible es más sencilla y hace referencia al derecho y a la legalidad internacio­nal que ha emprendido Europa para ser una de las realidades más posibilist­as y más humanistas del mundo. En este empeño siempre contó con la complicida­d y ayuda de los presidente­s norteameri­canos de turno. El desencuent­ro entre Merkel y Trump es algo más que una cuestión personal. Emmanuel Macron tiene que demostrar con hechos que sus éxitos electorale­s se traducen en realidades de mirada de estadista. Lo cierto es que en la Europa continenta­l, a pesar del Brexit y de las alianzas que puedan establecer Theresa May y Donald Trump, hay la posibilida­d de rehacer el proyecto siempre y cuando la Alemania de Merkel sepa administra­r su éxito económico y auspicie una política de consumo interno que frene el preocupant­e superávit de las exportacio­nes alemanas que pueden perjudicar la economía mundial. Hay que volver a la economía social de mercado. Tiempos de cambios que precisan líderes inteligent­es que miren mucho más allá de sus bolsas de votantes. Es la paz en el mundo lo que está en juego.

El proteccion­ismo de Trump se puede contrapone­r a la vieja idea europea de la economía social de mercado

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