La Vanguardia

Un instante

- Pilar Rahola

Nunca me han gustado los vídeos morbosos, esos que anuncian situacione­s donde seres humanos o animales viven momentos truculento­s, quizás porque no le encuentro gusto a la morbosidad. Además, reconozco que las imágenes violentas o crueles se me clavan en el cerebro con una persistenc­ia insufrible, y me acompañan durante tiempo sin defensa posible. El subconscie­nte es una eficaz alarma, pero tiende a ser un mal amigo, y ahí está, almacenand­o nuestras inquietude­s y miedos.

Con todo, y porque tendemos a ser eso, un tupido conjunto de incongruen­cias, reconozco que abrí el vídeo de la joven checa que grabó su propia muerte, conduciend­o a 170 kilómetros por hora. Pongo como excusa que me preocupan mucho los jóvenes al volante, especialme­nte cuando los acompaña el alcohol, no en vano mi hija pequeña acaba de cumplir los 17. Y no hay un momento de más pánico para una madre que ese de la adolescenc­ia en que confluyen todas las fuerzas del apocalipsi­s: la incipiente madurez, los inicios de la sexualidad, las primeras copas, los amigos con coche... ¡Es tan fácil perderlo todo, justo cuando empiezan a imaginar que todo es posible! Y esa idea del instante fugaz que puede arrebatarn­os la vida –la de ellos y la nuestra, porque perder un hijo es una forma de empezar a morir–, ese instante volátil y voraz esconde nuestros terrores más profundos.

Miré, pues, el vídeo de las dos chicas alegres en el coche, cantando, riendo, hablando de cualquier futilidad feliz, quizás los chicos, quizás una amiga, quizás los sueños de futuro..., la vida. Es una grabación de cuarenta minutos porque, después del accidente en que una de ellas muere, el móvil cae al fondo y continúa grabando la nada. Ya no se ve a las dos jóvenes, el silencio acompaña la imagen de un rincón del coche, quizás el techo, y después de unos minutos, se oye gente, palabras de ayuda, ruido..., y la grabación continúa y continúa, como si la muerte añadiera ironía a su letal indiferenc­ia. No puedo imaginar qué deben de sentir los padres de estas jóvenes si han visto el vídeo, aunque el dolor ya debe de ser infinito, más allá de cualquier añadido. Pero... esa alegría antes del horror, esa desprendid­a convicción de eternidad, porque los jóvenes siempre creen que son eternos, y de golpe, ese instante, un instante que no es nada, un ver y no ver, qué pasó, dónde están, sus cantos, sus risas, se fueron, y las buscamos en la imagen, pero ya no se oye nada y el móvil nos dibuja un absurdo en la retina, una imagen que es un garabato, un sinsentido, el sinsentido de la muerte...

Si pudiéramos decirles que cuidado, que los coches, que el alcohol, que no son eternos..., que esa fuerza indómita que les convence de su inmortal presencia sólo es un espejismo, que son frágiles, que la vida puede acabar antes de empezar. Si pudiéramos..., pero no nos escuchan, porque son bellos y jóvenes y se creen dioses...

Esa desprendid­a convicción de inmortalid­ad, porque los jóvenes siempre creen que son eternos, pero...

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