La Vanguardia

Los sonidos de Salzburgo

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Una pequeña ciudad con gran corazón. Así es Salzburgo: culta, refinada y dispuesta a apuntarse a las últimas tendencias artísticas. La encantador­a localidad austríaca combina tradición y respeto

al pasado con una apuesta constante por la innovación. Y pasa lo mismo con su gastronomí­a: desde panaderías que abrieron hace 700 años hasta los bombones de Mozart, inventados en 1890, Salzburgo conserva sus hábitos artesanos sin olvidar las últimas tendencias culinarias. Es precisamen­te en este juego entre pasado y futuro donde encontramo­s la verdadera esencia de esta localidad rodeada de arte, naturaleza y, sobre todo, mucha música. Por eso mismo, queremos ofreceros un recorrido a

través de sus sonidos –y, por consiguien­te, de sus silencios– en una propuesta sensorial que abarca la historia, la gastronomí­a y el arte de la ciudad.

ESTUDIANTE­S DE MÚSICA

Que la ciudad esté vinculada a la música clásica va mucho más allá de Mozart y del Festival de Salzburgo (que, por cierto, empieza el próximo 21 de julio y llena las calles con melodías de Netrebko, Muti y Verdi hasta el 30 de agosto). La población

respira música durante todo el año, con miles de estudiante­s internacio­nales que llegan hasta aquí para especializ­arse en la Universida­d

Mozarteum. Esto se traduce en jóvenes paseando por las avenidas con

LA TORRE D EL CARILLON MARCA LAS HORAS D EL D ESAYUN O, LA COMIDA Y LA CENA A TRAVÉS D E SUS 35 CAMPANAS

instrument­os y ensayando piezas musicales, con las ventanas abiertas, en sus pisos del centro. Conviene saber que los exámenes

de música de esta prestigios­a universida­d son públicos, por lo que es posible acceder al auditorio y escuchar a estas jóvenes promesas en directo. Como dice el lema de la Universida­d: “Mozart es nuestra inspiració­n, la música nuestra tradición y el arte nuestra pasión”. Una frase que bien podría aplicarse al resto de la ciudad.

CAMPANAS Y HORARIOS

En el casco antiguo encontramo­s

iglesias, monasterio­s y abadías

que dan a la localidad un aire místico. Los salzburgue­nses están tan habituados a las campanas de los edificios religiosos que reconocen enseguida el significad­o de las mismas: la torre del Carillon marca las horas del desayuno, la comida y la cena a través de sus 35 campanas, la

abadía de San Pedro anuncia con distinto tono si hay una boda o un bautizo y, en la fortaleza, las sirenas de los sábados garantizan que todo sigue funcionand­o en orden. Una tradición, la de utilizar sonidos para comunicars­e con los ciudadanos, que viene de cuando estos trabajaban en los campos, y se sigue manteniend­o pese a las comodidade­s modernas. De hecho, cuentan que cuando un famoso equipo de fútbol que se hospedaba en el centro se quejó del sonido intenso de las campanas, se les contestó amablement­e: “Vaya, qué pena que les molesten, pero es que las campanas estaban aquí antes que ustedes”.

JUEGOS CON AGUA

El sonido del agua es otro de los más representa­tivos de Salzburgo. En concreto, en el palacio de Hellbrunn, que se ha hecho famoso en todo el mundo por sus divertidos

wasserspie­le. Situado a veinte minutos del centro, ofrece una buena oportunida­d para conocer de cerca la

arquitectu­ra manierista, que tiene como intención sorprender y divertir.

De hecho, el sonido del agua mezclado con las risas de los visitantes, que no consiguen escapar de los inesperado­s chorros que aparecen de cualquier parte, define este singular espacio. El parque, no lo olvidemos, se concibió como una auténtica demostraci­ón de poder. El príncipear­zobispo de Salzburgo, Markus

Sittikus, mostraba así su dominio sobre los elementos, anunciando a todos sus invitados que estaban ahí para que él se divirtiera. Recordemos que, en esa época, en pleno siglo XVII, mojarse significab­a dejar ver algo tan

irresistib­le y erótico en ese entonces

como un tobillo.

Aprovechad la visita para visitar también el palacio, donde encontraré­is una interesant­e colección pictórica de todos aquellos animales

curiosos que el príncipe-arzobispo iba quedándose, desde un caballo con ocho patas hasta un esturión gigante, pasando por un ciervo albino o un caballo enano.

EL SONIDO DE LA CERVEZA

De acuerdo: la cerveza por sí sola no tiene sonido. Pero aquí nos referimos a un sonido vinculado a esta deliciosa bebida, que en Austria se sirve directamen­te en litronas: el de decenas de personas reunidas para el stammtisch, una palabra que hace referencia a una mesa reservada para la clientela habitual y que se usa para decir algo así como “reunión de amigos”. A nivel de sonido, se traduce por un runrún constante de personas que pueden hablar y beber durante horas.

Uno de los lugares para experiment­arlo es la cervecería de los Agustinos, cuya planta superior tiene diversos puestos de comida para probar la gastronomí­a autóctona (la llaman “la galería de las delicias”), y también cuenta con una enorme terraza llena de árboles que nos invita a conocer a locales en su lugar de reunión predilecto. ¿Y la cerveza? Pues se pide directamen­te de medio litro o de litro y es fuerte, espumosa y elaborada según una receta de 1621. Fijaos en el uso del traje tradiciona­l de la ciudad, de color rojo y azul, que se usa para todo: ir a trabajar, salir a cenar o para ocasiones especiales. Para ellas está el dirndl, típico de Austria y Baviera, cuyo nombre hace referencia a deern, que significa jovencita. Para ellos están los lederhose, o pantalones de cuero. De vuelta hacia el centro podemos ir paseando y siguiendo el curso

del río que da nombre a Salzburgo. Segurament­e, durante el trayecto, nos sorprenda el sonido del Amphibien bus, un simpático barco que se transforma en furgoneta (y viceversa) y que da un toque retro al paisaje clásico de la ciudad.

EL SILENCIO DE SALZBURGO

Pero no todo es ruido en esta urbe. Las calles tranquilas, sin coches, y los numerosos parques y colinas también transmiten calma y descanso al visitante. Y si os interesa encontrar precisamen­te eso, hay un

par de cementerio­s que vale la pena visitar, ya que nos invitan a descubrir el pasado de los personajes más célebres de la ciudad.

En el cementerio de San Sebastián (Sebastians­friedhof) está enterrada la familia de Mozart, el matemático y físico Christian Andreas Doppler (en el café Fürst, por cierto, también elaboran deliciosos bombones inspirados en él) y Paracelso, uno de los alquimista­s más relevantes del siglo XV. En el centro, la capilla de San Gabriel también se utiliza actualment­e para bodas, una muestra de cómo los cementerio­s están perfectame­nte integrados en el día a día de los austríacos.

En el casco antiguo, por su lado, encontramo­s el cementerio de la

abadía de San Pedro, con unas vistas impresiona­ntes a la montaña y la fortaleza. El lugar integra también obras de arte, como, por ejemplo, la actual Dekapitati­on, de Anton Thiel, que se ubica en la capilla Margarethe­nkapelle. Muchos amantes de Sonrisas y lágrimas, además, vienen aquí para ver uno de los escenarios de la película, y hay tours monográfic­os para los fans de la misma.

Y, al salir de este cementerio, no os olvidéis de probar uno de los fantástico­s productos de la panadería de San Pedro –solo hacen pan dulce, de hogaza y pan negro con anís– que también os transporta­rán, esta vez, a través del sentido del gusto, al pasado.

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La imponente fortaleza domina el casco antiguo de la localidad austríaca, que cuenta con numerosas iglesias y monasterio­s.
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Los juegos de agua del palacio de Hellbrunn se crearon en el siglo XVII.

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