Postal británica
NADIE como Isabel II para entender que la monarquía necesita de las liturgias y de las tradiciones. De la discreción y de la distancia. Y del papel satinado y de la retransmisión televisiva. Las imágenes del viaje de los reyes de España al Reino Unido son plásticamente impecables, en ocasiones fuera del tiempo. Es posible que eso sea parte de su atractivo.
Hace 64 años la reina fue coronada y parece que el tiempo se haya detenido en sus sombreros, sus guantes y sus abrigos de colores. Pero tuvo el acierto entonces de dejar que la televisión retransmitiera la ceremonia, que fue una de las primeras celebraciones de consumo masivo. Los cortesanos se habían opuesto a que la BBC televisara el acto solemne alegando que su visión debía reservarse a la aristocracia. Winston Churchill declaró que no entendía por qué la televisión pública había de disfrutar de mejor vista que él sobre la coronación, y el arzobispo de Canterbury no era favorable al invento para no exponer a la monarca durante varias horas sin poder corregir errores. Fue la reina quien no aprobó el consejo: “Tienen que verme para creerme”. El acontecimiento estableció un nuevo récord de audiencia planetaria en 1953: 300 millones de espectadores. El éxito no pudo ser mayor: poco después, el director de la BBC fue nombrado caballero.
Las imágenes de Felipe VI e Isabel II en la carroza saludando tienen un impacto visual evidente. Puede parecer que están al margen de la historia, pero seguramente es una manera de permanecer en ella. La visita llega un año después del Brexit, cuando más de 300.000 británicos residentes en España y casi 200.000 españoles en el Reino Unidos están preocupados por su futuro. Es la hora de la diplomacia, y este viaje, además de dejarnos postales de colección, debería servir para dar solución a cuestiones que causan incertidumbre a ciudadanos que, como dijo ayer el Rey, sólo aspiran legítimamente a una vida digna y segura.