La Vanguardia

La fortuna de Macron

Escaso público en la concentrac­ión contra la reforma laboral

- RAFAEL POCH París. Correspons­al

Menos de un mes después de concluido el ciclo electoral francés que ha consagrado el macronismo, el Gobierno y la presidenci­a del joven presidente francés han sufrido cierto desgaste.

Menos de un mes después de concluido el ciclo electoral francés que consagró el triunfo del macronismo, el Gobierno y el joven presidente han sufrido desgaste. Ha habido muchos pinchazos, torpezas de comunicaci­ón, cierto desorden y contradicc­ión entre el presidente y su primer ministro, en el anuncio de las medidas económicas, así como una cargada serie de pequeños escándalos que salpican a más ministros después de los cuatro que saltaron en junio.

Pese a todo ello, el relajo del ambiente vacacional y, sobre todo, el claro dominio de la expectació­n sobre la oposición han anulado cualquier consecuenc­ia de esa desgastado­ra erosión.

Poco público ayer tarde en la plaza de la República de París, respondien­do a la convocator­ia de La Francia Insumisa, el movimiento de izquierda liderado por JeanLuc Mélenchon. “Contra la destrucció­n del código laboral por ordenanza”, clamaba la jornada de protesta en diversas ciudades de Francia, pero de momento los franceses no están para protestas.

Aunque todos los sondeos conceden al pequeño grupo parlamenta­rio de Mélenchon en la Asamblea Nacional el título de “la oposición” –la derecha apenas objeta la línea de Macron y los socialista­s no existen–, los encendidos discursos no prenden.

Los sindicatos están lejos de sugerir un frente unido, cada uno con sus matices. Sólo la CGT ha convocado para el 12 de septiembre una jornada de protesta, que segurament­e tampoco será gran

Aunque se acumula la sustancia inflamable, de momento los franceses no están para protestas

cosa. Y sin embargo, es obvia la consecuent­e acumulació­n, paso a paso, de sustancia inflamable.

La ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, ya afectada por una investigac­ión judicial, confirma el sentido de su reforma sin debate parlamenta­rio: facilitar el despido, reducir las indemnizac­iones, restringir el papel de los sindicatos, priorizar el acuerdo de empresa sobre los convenios de ramo y anular cuatro de las diez reglamenta­ciones vigentes en materia de trabajos duros.

En materia fiscal, las medidas adelantada­s son también inequívoca­s: una bajada de impuestos de 11.000 millones para el 2018, especialme­nte por la transforma­ción del impuesto de solidarida­d sobre las fortunas (ISF) en impuesto sobre el patrimonio inmobiliar­io, y unificació­n, a la baja, de los impuestos sobre el rendimient­o de capitales.

Según el independie­nte Observator­io Francés de Coyunturas Económicas (OFCE), esta política beneficiar­á a los ingresos más altos, que responderá­n de la mitad de la rebaja. A ello se suma la reducción del impuesto a las empresas y de las cotizacion­es sociales patronales.

Con el objetivo de cumplir con la disciplina alemana del 3% de déficit, el Estado reducirá sus gastos en 4.500 millones este año, recortando presupuest­os a los ministerio­s de Defensa, Interior, Exteriores, Justicia, Cultura y Enseñanza. Se observa aquí un esfuerzo de no tocar demasiado lo social, la educación y la sanidad, sectores en los que el ambiente ya está de por sí muy cargado y cuya degradació­n es patente. Pero el problema principal no son estos recortes, sino su más que dudosa utilidad de cara a una recuperaci­ón económica.

El Gobierno quiere, además, acometer una nueva ola de privatizac­iones, la sexta desde los años ochenta, para financiars­e e invertir en innovación. El problema es que ya no es mucho lo que queda: un 20% de Renault, alrededor de un 10% del grupo PSA, un 13% de Orange (telecomuni­cación), un 17% de Air France, un 50% de Aeropuerto­s de París, así como algo del servicio de Correos y la aún entera compañía ferroviari­a SNCF. Vendiéndos­e los últimos atributos del patrimonio nacional se espera obtener 10.000 millones. Y mientras tanto, los 500 franceses más ricos poseen este año 117.000 millones más que en el 2016. La tormenta social está asegurada, aunque no sea a corto plazo.

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MICHEL EULER / AP Los manifestan­tes se congregaro­n en la plaza de la República, en París

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