La fortuna de Macron
Escaso público en la concentración contra la reforma laboral
Menos de un mes después de concluido el ciclo electoral francés que ha consagrado el macronismo, el Gobierno y la presidencia del joven presidente francés han sufrido cierto desgaste.
Menos de un mes después de concluido el ciclo electoral francés que consagró el triunfo del macronismo, el Gobierno y el joven presidente han sufrido desgaste. Ha habido muchos pinchazos, torpezas de comunicación, cierto desorden y contradicción entre el presidente y su primer ministro, en el anuncio de las medidas económicas, así como una cargada serie de pequeños escándalos que salpican a más ministros después de los cuatro que saltaron en junio.
Pese a todo ello, el relajo del ambiente vacacional y, sobre todo, el claro dominio de la expectación sobre la oposición han anulado cualquier consecuencia de esa desgastadora erosión.
Poco público ayer tarde en la plaza de la República de París, respondiendo a la convocatoria de La Francia Insumisa, el movimiento de izquierda liderado por JeanLuc Mélenchon. “Contra la destrucción del código laboral por ordenanza”, clamaba la jornada de protesta en diversas ciudades de Francia, pero de momento los franceses no están para protestas.
Aunque todos los sondeos conceden al pequeño grupo parlamentario de Mélenchon en la Asamblea Nacional el título de “la oposición” –la derecha apenas objeta la línea de Macron y los socialistas no existen–, los encendidos discursos no prenden.
Los sindicatos están lejos de sugerir un frente unido, cada uno con sus matices. Sólo la CGT ha convocado para el 12 de septiembre una jornada de protesta, que seguramente tampoco será gran
Aunque se acumula la sustancia inflamable, de momento los franceses no están para protestas
cosa. Y sin embargo, es obvia la consecuente acumulación, paso a paso, de sustancia inflamable.
La ministra de Trabajo, Muriel Pénicaud, ya afectada por una investigación judicial, confirma el sentido de su reforma sin debate parlamentario: facilitar el despido, reducir las indemnizaciones, restringir el papel de los sindicatos, priorizar el acuerdo de empresa sobre los convenios de ramo y anular cuatro de las diez reglamentaciones vigentes en materia de trabajos duros.
En materia fiscal, las medidas adelantadas son también inequívocas: una bajada de impuestos de 11.000 millones para el 2018, especialmente por la transformación del impuesto de solidaridad sobre las fortunas (ISF) en impuesto sobre el patrimonio inmobiliario, y unificación, a la baja, de los impuestos sobre el rendimiento de capitales.
Según el independiente Observatorio Francés de Coyunturas Económicas (OFCE), esta política beneficiará a los ingresos más altos, que responderán de la mitad de la rebaja. A ello se suma la reducción del impuesto a las empresas y de las cotizaciones sociales patronales.
Con el objetivo de cumplir con la disciplina alemana del 3% de déficit, el Estado reducirá sus gastos en 4.500 millones este año, recortando presupuestos a los ministerios de Defensa, Interior, Exteriores, Justicia, Cultura y Enseñanza. Se observa aquí un esfuerzo de no tocar demasiado lo social, la educación y la sanidad, sectores en los que el ambiente ya está de por sí muy cargado y cuya degradación es patente. Pero el problema principal no son estos recortes, sino su más que dudosa utilidad de cara a una recuperación económica.
El Gobierno quiere, además, acometer una nueva ola de privatizaciones, la sexta desde los años ochenta, para financiarse e invertir en innovación. El problema es que ya no es mucho lo que queda: un 20% de Renault, alrededor de un 10% del grupo PSA, un 13% de Orange (telecomunicación), un 17% de Air France, un 50% de Aeropuertos de París, así como algo del servicio de Correos y la aún entera compañía ferroviaria SNCF. Vendiéndose los últimos atributos del patrimonio nacional se espera obtener 10.000 millones. Y mientras tanto, los 500 franceses más ricos poseen este año 117.000 millones más que en el 2016. La tormenta social está asegurada, aunque no sea a corto plazo.