Diplomacia y conflictos
La visita de Estado de los reyes de España al Reino Unido; y las tensiones laborales en el sistema de transporte público de Barcelona y su área metropolitana, que afectan a millones de ciudadanos.
LAS visitas de Estado son la máxima expresión de las relaciones diplomáticas, de ahí su excepcionalidad y elevado sentido del protocolo y la pompa. La visita de los reyes de España al Reino Unido se enmarca en este enfoque diseñado para resaltar y actualizar la singularidad de relaciones con mucha historia, enjundia y vínculos. No son visitas que abunden, ni se dispensan a cualquiera. De ahí la importancia de este encuentro en Londres entre los jefes de Estado de dos monarquías vigorosas, capaces de compaginar con naturalidad el peso de la institución y la fuerza de la democracia, un sistema de gobierno ligado al Reino Unido desde la noche de los tiempos y a España desde la transición propulsada, decisivamente, por el rey Juan Carlos I nada más ascender al trono. En reconocimiento al éxito de aquella transformación, el rey Juan Carlos fue el protagonista de la anterior visita de Estado al Reino Unido en el año 1986.
El primer día de visita de Estado de los reyes Felipe y Letizia ha combinado un protocolo marcadamente cordial –un detalle reservado a los representantes amigos de países aliados y merecedores del máximo respeto– y los contenidos de fondo político, expresados con tacto y firmeza por el rey Felipe VI. Sin duda, la soberanía de Gibraltar, la última colonia del continente europeo, era un asunto de mención obligada. Don Felipe evocó los siglos de relación bilateral entre dos grandes estados que han marcado, cada uno en su tiempo, el rumbo del mundo, con sus “alejamientos, rivalidades y disputas”, que los sucesivos gobiernos han conseguido superar y mantener en el pasado. Con esa perspectiva, el Rey expresó ante las dos cámaras del Parlamento británico su convencimiento de que “esta determinación para resolver nuestras diferencias será aún mayor en el caso de Gibraltar y confío en que a través del diálogo nuestros dos gobiernos serán capaces de trabajar por fórmulas que sean aceptables para todos los implicados”. Desde la cesión a principios del siglo XVIII de Gibraltar recogida en el tratado de Utrecht, España ha reclamado, con mayor o menor realismo, la reintegración pero desde el respeto al derecho internacional y de forma pacífica. Pese al anacronismo colonial, España ha mantenido estos tres siglos su reivindicación pero conforme a las leyes que rigen la comunidad internacional y aceptando –como dejó claro ayer el rey Felipe– que Madrid y Londres deben tener en cuenta en sus negociaciones a los gibraltareños.
El otro asunto relevante de esta visita es el Brexit, una decisión que “entristece” al Monarca español –y a media Europa– pero que, hoy en día, obliga a unas negociaciones sobre los derechos individuales de los ciudadanos, algo especialmente relevante en las relaciones entre España –donde hay 300.000 británicos empadronados– y el Reino Unido –país de residencia de 130.000 españoles–. El rey de España puso el acento en la conveniencia de dar confianza a estos segmentos de las respectivas poblaciones, una demostración de los efectos positivos de la Unión Europea de la que ahora se divorcia el Reino Unido.
Por último pero no lo último, los dos monarcas han dado muestras recíprocas de afecto, un intangible importante en dos viejas naciones que se han dotado de la monarquía para entroncar tradición y futuro. Felipe VI recibió la orden de la Jarretera, creada en 1348, y la reina Isabel II el homenaje del Monarca por su dedicación y ejemplaridad a lo largo de 65 años de reinado.