“M’exalta el nou i m’enamora el vell”
Dos días por los Pirineos con pocos puertos clásicos y protagonismo para las ascensiones modernas
Peyresourde, Aspin, Tourmalet y Aubisque. Los cuatro puertos míticos de los Pirineos, entronizados desde su debut en el año 1910, rebautizados como el Círculo de la Muerte cuando se encadenan sin descanso, escalados decenas de veces en diferentes ediciones del Tour de Francia, han quedado reducidos en este 2017 a un solo representante, el Peyresourde.
Pero eso no quiere decir que el paso por la cordillera pirenaica tenga que estar chupado. Al contrario. Los clásicos mantienen su misticismo y su fuerza, pero modernamente han aparecido nuevos invitados en la mesa del festín montañés. Como el puerto de Balès, descubierto en el Tour 2007 y que justo hoy aparece por quinta vez. O el tridente de dificultades de mañana, una alineación que
contratarían con los ojos cerrados los mejores descubridores de talentos: Latrape (debutó en 1956, con Charly Gaul, pero es sólo la octava vez que se sube), Agnes (desde 1988, sexta vez) y el Mur de Péguère, con sus pasajes al 18% y que aparece apenas por segunda vez en el Tour. Se subió en el 2012 y se anuló en 1971 porque se consideró que el descenso era demasiado peligroso.
“La etapa del viernes [la del tridente citado] es idónea para un ataque de Contador”, avisa Froome. “Y Bardet es peligroso, el año pasado hizo un ataque en un descenso, mojado, peligroso, y puede volver a probarlo”, explica el líder
de la carrera. Su renta es muy pequeña, especialmente sobre el francés del Ag2R y aún más con Fabio Aru, con quien, se mire por donde se mire, hay cuentas pendientes. “Me ha explicado que no sabía que yo tenía un problema mecánico y lo doy por bueno”, insiste Froome sobre el incidente del domingo pasado. Pero son dos rivales que tendrán que medirse de nuevo. El doble menú pirenaico les espera.
La primera etapa, hoy, tiene tres puntos determinantes. El primero, el paso por el alto de Menté, donde en 1971, bajo la tormenta, Luis Ocaña sufrió una caída en el descenso que lo eliminó de un
Tour que tenía dominado. Parecía posible la derrota de Eddy Merckx, pero eso nunca se podrá saber. Menté se pasa exactamente en el mismo sentido que aquel día.
Después, el alto de Balès, que se corona a sólo 30 km del final. Y finalmente la subida encadenada al Peyresourde y a Peyragudes. La meta es nueva y se sitúa en el altipuerto que fue escenario de El
mañana nunca muere, con Pierce Brosnan como James Bond.
La de hoy es una jornada larga, de 214,5 kilómetros, con las dificultades más destacables concentradas en los últimos cien. Como contraste, la etapa de mañana viernes coincide con la fiesta na-
cional francesa y sólo son 101 kilómetros. Todo el día subiendo y bajando. Esta combinación entre montaña sin descanso y poca distancia, suele ser peligrosa.
En la Vuelta a España del año pasado hubo un día que es comparable, con final en Formigal. Froome no lo ha olvidado. Era segundo de la general a 54 s de Quintana y no previó un ataque de salida de Contador, que lo reventó todo. Eran sólo 118 km y al final el británico, a pesar de que conservó el segundo lugar, tenía al colombiano a más de tres minutos. “Lo que es seguro –explica Froome– es que esta vez no me quedaré por detrás del grupo en la salida, tengo muy presente lo que me pasó”.
Fue un día negro. Perdió la Vuelta y todo el Sky –menos él– llegó fuera de control. Porque este es otro peligro de las etapas tan cortas: los plazos de eliminación son muy exigentes y si hay batalla de salida todo se complica.
La diferencia con el trazado que propone el Tour para mañana es que los tres puertos del día son bastante más complicados que los de la Vuelta. En cambio, el final no es en alto, sino en Foix, 27 kilómetros después del Mur de Péguère. “M’exalta el nou i m’enamora el vell”, dejó escrito J.V. Foix. Podría ser el lema del doble menú pirenaico de este Tour.