La Vanguardia

La Barcelonet­a se conjura para acabar con los pisos turísticos y el incivismo

Los vecinos se conjuran para acabar con los pisos turísticos, la clave del turismo de borrachera

- FEDE CEDÓ Barcelona

Lorena es una turista francesa de origen chileno de 20 años. Es de las pocas personas que a primera hora de la mañana desayunan en un bar de la plaza de Hilari Salvadó de la Barcelonet­a. Mientras observa a los servicios de limpieza apurar el baldeo se interroga: “no entiendo como alguien puede vivir aquí, es como un parque temático de la borrachera” describe, tras superar la primera noche en un apartament­o junto a tres compañeros de clase.

La noche en la Barcelonet­a es caos y desmadre. La joven reconoce que es difícil resistirse a las fiestas que improvisan los adolescent­es y jóvenes. “Nos invitaron unos chicos holandeses muy guapos, pagamos cinco euros y fueron a comprar la bebida al supermerca­do”. Como es habitual, la juerga acabó “como la mayoría, tirados por la escalera, vomitando en la calle o durmiendo en pisos que no eran suyos”. Lorena no bebe, pero acompaña. Tras una noche sin descanso hace acopio de fruta en el mercado municipal y consume un desayuno frugal antes de ir a la playa, donde está citada para continuar la fiesta con sus resacosos compañeros. Junto a ellos, un latero entierra bebidas en la arena y les pide ser su baliza de localizaci­ón. Mientras, un mantero le cubre con un gran pañuelo que simula estar vendiendo a los turistas.

La playa de la Barcelonet­a, junto con el paseo de Joan de Borbó, es el paraíso de los manteros y el núcleo de las fiestas espontánea­s de botellón. Ocupada por miles de personas hasta el ocaso, la arena es el preámbulo del desenfreno etílico. Toallas y pañuelos pasan a ser utilizados de mantelería sobre la que se acumulan litros de alcohol de consumo voraz . “Vamos más al supermerca­do que al apartament­o” reconocía Josh, un norteameri­cano de origen latino, que sabía muy bien a lo que venía. “En mi país, las redes sociales anuncian Barcelona como un paraíso mundial del desmadre”, por lo que no dudó en venir junto a cuatro colegas que ya no es capaz de localizar. Mientras se tambalea por el paseo, ignorante de la tragedia, las náuseas le obligan a apoyarse en el monolito de la vergüenza, cuyo contador cuantifica el número de refugiados que perecen en el intento de cruzar el Mediterrán­eo.

La preocupaci­ón por la presión turística es palpable en la Barcelonet­a. Algunos vecinos han aprovechad­o la ocasión para convertirs­e en pequeños especulado­res y obtener suculentos réditos de sus viviendas. Otros, los más, luchan para no sucumbir ante los fondos de inversión que someten a los residentes al implacable acoso de los turistas que hacen imposible la convivenci­a vecinal.

El barrio tiene cerca de 16.000 vecinos empadronad­os. Sólo hay 72 apartament­os legalizado­s y “más de 500 pisos piratas incontrola­dos” enumeran. Un desgaste que acaba por minar “la salud y la esperanza” dice Concepció, una anciana víctima del acoso que le obligó a vender su vivienda para marcharse a vivir fuera de Barcelona, presionada por la reconversi­ón de su finca en un bloque de apartament­os turísticos. “No te dejan vivir, llaman al timbre, se mean en la puerta, defecan en la escalera, te llenan la ventana de colillas y desperdici­os...” un caso paradigmát­ico de la recurrida gentrifica­ción de los barrios. Exactament­e lo mismo sucede con los comercios tradiciona­les que dan paso a tiendas de bebidas y comida oriental. “Un hecho que debería ser tan habitual como hacer la compra, para nosotros es un problema” cuenta Diana, una vecina que detalla como “sortea grupos de borrachos hasta llegar a la caja del supermerca­do” y abona que los residentes tampoco pueden hacer uso de la zona verde de estacionam­iento: “Puedes encontrart­e una piscina con agua, llena de gente en medio de la calle” ocupando las plazas de vehículos.

Otros, los menos, resisten, como

REACCIONES Los residentes alertan de la presión que sufren de los grandes fondos de inversión TÁCTICAS Los lateros entierran la mercancía en la arena y utilizan a los bañistas como baliza

La Cova Fumada, el emblemátic­o establecim­iento que sirve las populares bombas. “Nos negamos a aceptar ofertas de traspaso” explica Josep Maria Solé, que encarna la tercera generación de una saga asentada en la Barcelonet­a desde hace 72 años. “Están permitiend­o que nuestro barrio se convierta en un nuevo Lloret ” lamenta impotente. “Ningún gobierno lo ha sabido parar” critica, por lo que observa como única salida “la mano dura” con la que se impone “la prohibició­n inmediata de este tipo de turismo” que además, reconoce “no gasta en el barrio, ya que viene con las bolsas del supermerca­do”. Josep Maria llega al hastío de repetir “a todos los alcaldes y concejales que han venido por aquí que la Barcelonet­a debería marcar tendencia” y no ser modelo internacio­nal del turismo de borrachera. Es tal el caos, apunta, que “ni los niños del casal pueden ir a la playa”. El sentimient­o de pertenenci­a a la Barcelonet­a se distingue con la bandera azul y amarilla del barrio colgada en el balcón. “Es nuestra forma de decir que no somos turistas”.

“Aquí se les permite lo que en su país tienen vetado” asegura Juan Luís, un jubilado que se turna con otros para no perder su sitio en los bancos de la plaza Poeta Boscà, la del mercado. “Gente desnuda corriendo por las calles e incluso comprando en los supermerca­dos” describe el pensionist­a, con toda una vida en el barrio marinero. “Un día –relata indignado– le recriminé a uno que meaba junto al banco y me quiso pegar”. De la Barcelonet­a ya no le sorprende nada, lo del vídeo de una pareja practicand­o sexo en un parque es hilarante, pero le preocupa más “la tensión acumulada que puede llevar a la explosión del barrio”.

Algunos turistas ya aprecian el rechazo de los residentes. Johan Selly, un británico de 25 años, reconoce que no puede preguntar por una dirección “porqué la última vez me mandaron a Sant Adrià de Besòs”. Otros, como Peter Magnuson, un sueco de 28 años, no entienden las críticas: “nos gastamos mucho dinero aquí, no venimos a molestar, que actúen contra los incívicos” afirma. Los restaurado­res también perciben hostilidad hacia el turista, “lo que genera mucha incomodida­d en las familias” comenta César, camarero en una de las terrazas.

Consciente­s de la problemáti­ca, algunas salas de fiestas intentan paliar el incivismo llegando a contratar vigilantes privados, que en algunos casos, como en la calle Trelawny, son bien recibidos por haber dispersado a las prostituta­s.

Mientras, el movimiento vecinal vuelve a la calle para protestar contra la presión turística, pero“los pasos son lentos y apenas se nota una mejoría” lamentan. “No estamos en contra del turismo, sino del modelo que tenemos aquí”.

LAS QUEJAS Los residentes relatan que hay tanto caos que ni los niños del casal pueden ir a la playa LOS RESTAURADO­RES El propietari­o de La Cova Fumada lamenta que “ningún gobierno lo haya sabido parar”

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ÀLEX GARCIA Contra la normativa. Dos turistas vestidas únicamente con el bikini comprando en un supermerca­do del barrio
 ?? ÀLEX GARCIA ?? La playa de Sant Sebastià atestada de personas al ritmo de una velada musical que se celebró en la arena
ÀLEX GARCIA La playa de Sant Sebastià atestada de personas al ritmo de una velada musical que se celebró en la arena
 ?? ÀLEX GARCIA ?? Una visitante en el interior de un apartament­o turístico a pie de calle en el barrio de la Barcelonet­a
ÀLEX GARCIA Una visitante en el interior de un apartament­o turístico a pie de calle en el barrio de la Barcelonet­a

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