¿Qué estado mayor?
Una personalidad muy destacada del independentismo soltó esta diagnosis ante mi hace muchos meses: “el proceso no tiene un estado mayor que tome las decisiones con sentido de la estrategia, aquí cada uno va a su aire y la improvisación nos domina”. Retuve aquellas palabras e hice lo que debe hacerse siempre: contrastarlas con otras fuentes, de igual nivel. El resultado fue rotundo: la cúpula política de la desconexión tenía serios problemas para ordenar los esfuerzos de todos los actores en una misma dirección. No sólo había discrepancias sobre prioridades y tácticas, lo peor es que parecía que nadie mandaba. El relato del proceso siempre ha sido más eficaz que la cocina de la independencia.
El paso al lado de Mas introdujo una figura nueva en la ecuación: el president fusible, el verso libre, el convergente independentista de toda la vida. Escribí en su momento que no era coherente que se dijera que la fuerza del proceso son las personas que se han convertido a la estelada mientras se celebraba que el president fuera –ahora sí– un independentista de pura cepa. Por otra parte, que Puigdemont proclamara que él tenía fecha de caducidad me pareció un error de proporciones enormes, porque sugería un vínculo difuso entre sus decisiones y las consecuencias efectivas de aquellas. Nunca he entendido que alguien pueda aceptar una misión tan excepcional como esta y, al mismo tiempo, lo plantee como quien asume un servicio rutinario. Es comprensible que los consellers que integran el Govern –sobre todo los del PDECat– se hicieran algunas preguntas.
El movimiento independentista ha confundido el origen de su éxito (las movilizaciones) con un esquema de desenlace donde la protesta en la calle obligaría al Gobierno a moverse. La determinación de Puigdemont con la idea del referéndum unilateral (desde unos resultados del 27-S que aconsejaban, en cambio, una relectura de los tiempos del proceso) es también la determinación con un plan B nunca explicado públicamente y siempre presente en las previsiones de la ANC y Òmnium, la parte prepolítica y menos consciente de las dificultades de poner la tecnoestructura de la Generalitat al servicio de un pulso con Madrid. Dar atribuciones a una cápsula de mando (o comité invisible) integrada por asesores externos del president que dibujan escenarios de choque respondía a este plan B y era una manera de crear –tarde y mal– el estado mayor que nunca ha tenido el independentismo. Un estado mayor bendecido por Mas, con figuras como el republicano Xavier Vendrell, el convergente David Madí y el editor próximo a ERC Oriol Soler.
Esta cápsula ha quedado aparcada después de la crisis de Govern. Pero el plan B continúa sobre la mesa, y no se han cerrado por arte de magia las discrepancias al respeto, de varios dirigentes del PDECat (y algunos de ERC), incluso de los que ahora –como Santi Vila– están en el baile y tienen que bailar.
Un estado mayor bendecido por Mas, con figuras como Xavier Vendrell, David Madí y Oriol Soler