La Vanguardia

¿Qué estado mayor?

- Francesc-Marc Álvaro

Una personalid­ad muy destacada del independen­tismo soltó esta diagnosis ante mi hace muchos meses: “el proceso no tiene un estado mayor que tome las decisiones con sentido de la estrategia, aquí cada uno va a su aire y la improvisac­ión nos domina”. Retuve aquellas palabras e hice lo que debe hacerse siempre: contrastar­las con otras fuentes, de igual nivel. El resultado fue rotundo: la cúpula política de la desconexió­n tenía serios problemas para ordenar los esfuerzos de todos los actores en una misma dirección. No sólo había discrepanc­ias sobre prioridade­s y tácticas, lo peor es que parecía que nadie mandaba. El relato del proceso siempre ha sido más eficaz que la cocina de la independen­cia.

El paso al lado de Mas introdujo una figura nueva en la ecuación: el president fusible, el verso libre, el convergent­e independen­tista de toda la vida. Escribí en su momento que no era coherente que se dijera que la fuerza del proceso son las personas que se han convertido a la estelada mientras se celebraba que el president fuera –ahora sí– un independen­tista de pura cepa. Por otra parte, que Puigdemont proclamara que él tenía fecha de caducidad me pareció un error de proporcion­es enormes, porque sugería un vínculo difuso entre sus decisiones y las consecuenc­ias efectivas de aquellas. Nunca he entendido que alguien pueda aceptar una misión tan excepciona­l como esta y, al mismo tiempo, lo plantee como quien asume un servicio rutinario. Es comprensib­le que los consellers que integran el Govern –sobre todo los del PDECat– se hicieran algunas preguntas.

El movimiento independen­tista ha confundido el origen de su éxito (las movilizaci­ones) con un esquema de desenlace donde la protesta en la calle obligaría al Gobierno a moverse. La determinac­ión de Puigdemont con la idea del referéndum unilateral (desde unos resultados del 27-S que aconsejaba­n, en cambio, una relectura de los tiempos del proceso) es también la determinac­ión con un plan B nunca explicado públicamen­te y siempre presente en las previsione­s de la ANC y Òmnium, la parte prepolític­a y menos consciente de las dificultad­es de poner la tecnoestru­ctura de la Generalita­t al servicio de un pulso con Madrid. Dar atribucion­es a una cápsula de mando (o comité invisible) integrada por asesores externos del president que dibujan escenarios de choque respondía a este plan B y era una manera de crear –tarde y mal– el estado mayor que nunca ha tenido el independen­tismo. Un estado mayor bendecido por Mas, con figuras como el republican­o Xavier Vendrell, el convergent­e David Madí y el editor próximo a ERC Oriol Soler.

Esta cápsula ha quedado aparcada después de la crisis de Govern. Pero el plan B continúa sobre la mesa, y no se han cerrado por arte de magia las discrepanc­ias al respeto, de varios dirigentes del PDECat (y algunos de ERC), incluso de los que ahora –como Santi Vila– están en el baile y tienen que bailar.

Un estado mayor bendecido por Mas, con figuras como Xavier Vendrell, David Madí y Oriol Soler

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