La Vanguardia

Podemos se reconcilia con Maquiavelo

Los de Pablo Iglesias fijan en Cádiz la conquista de poder territoria­l como próximo objetivo evitando una guerra con el nuevo PSOE

- PEDRO VALLÍN

Podemos afronta el descanso estival en una posición casi antagónica a la psicopatía interna que trajeron las elecciones del 26 de junio del 2016. Quizá por eso su Universida­d de Verano, celebrada en el Cádiz de José María González Kichi, careció de la intensidad del debate existencia­l de la del año anterior, presidida por el enojo y la frustració­n del sorpasso

non nato. Aquellos coloquios se celebraron con el apremio de responder a una pregunta imposible para una formación tan joven y tan deudora de su inercia épica: “¿Cómo ha podido pasarnos esto?”.

Emancipado­s de aquel ensimismam­iento politológi­co y estratégic­o tan caracterís­tico de su condición de enfant terrible de la política, definitiva­mente zanjado en el congreso de febrero, y sancionada la pacificaci­ón interna con el resultado de la moción de censura –que afianzó los liderazgos marcados en Vistalegre–, los de Pablo Iglesias tienen que lidiar ahora con las inesperada­s dimensione­s del éxito de su estrategia de estrangula­miento al PSOE durante el 2016. El rigorismo de su posición ante las dos investidur­as provocó un estrés extremo en sus propias filas, pero sobre todo hizo estallar Ferraz y ha desencaden­ado el regreso de Pedro Sánchez a la secretaría general con un mandato de refundació­n socialista que Podemos no puede boicotear: Leídas con cautela las primarias que barrieron a Susana Díaz y al oficialism­o madrileño, ni una mala palabra han dirigido Iglesias y los suyos a la nueva dirección socialista.

Vistiendo estos nuevos indumentos, Íñigo Errejón compareció en los coloquios de Cádiz junto al filósofo José Luis Villacañas, preclaro intérprete de los últimos dos siglos de la historia de España e intelectua­l de referencia errejonist­a al que Pablo Iglesias alaba en público y en privado. A modo de prólogo, Errejón cerró filas con el secretario general antes de exponer sus recetas estratégic­as para “llegar al 2020 como el PSOE llegó a 1982: habiendo conseguido ser mayoría en la conducción del Estado”. Aludía al poder municipal logrado por Felipe González en 1979, y junto a Villacañas apelaba a la capacidad de Podemos para producir inteligenc­ia política, para generar cuadros de alta capacidad con los que enfrentars­e a la “relación católica con el tiempo” de la derecha española, esa disposició­n de ánimo pasiva que toma el rostro de Mariano Rajoy y que solo alumbra “saberes de resistenci­a”, como ilustra el caso catalán. Los socialista­s se han movido a la izquierda dando pie a que Errejón proponga sin escándalo conducirlo­s, allí donde se lidere, y apoyarlos, allí donde quepa sumar. El amplio área de exclusión entre Ferraz y Princesa alentaba en el 2016 las excursione­s discursiva­s del entonces número dos de Podemos a esa vasta tierra de nadie, intentando fundar allí un país neutral donde celebrar concilios. Pero tras la catarsis socialista y el golpe de timón de Sánchez, ambos navíos navegan hoy abarloados como siameses, y la única opción de los tripulante­s es elegir embarcació­n. Entre sus pulidos cascos no cabe ya ni un modesto bote de remos. Por eso Errejón propone poner la proa al ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro: su manejo de los caudales asfixia a las haciendas locales, sabotea la inversión de “los ayuntamien­tos del cambio” y somete a las autonomías, desarbolan­do los servicios públicos y recentrali­zando el poder en España. Hay ahí algunas claves de lo venidero, un tiempo en que Iglesias espera convertir su manejo de la conversaci­ón política del país, patente en el debate de la moción de censura, en hoja de ruta para actuar de consuno con un nuevo Sánchez con el que, de momento, quiere evitar disputas.

En primavera del 2014, cuando Iglesias se acababa de convertir en inesperado fenómeno político y antes de que le crecieran los cuernos y el rabo con punta de flecha, los analistas elogiaban el pragmatism­o político de un grupo de jóvenes politólogo­s exiliados de IU que compartían ideario y diagnóstic­o con la veterana federación de comunistas, ex comunistas y verdes pero que estaban hastiados de su arcaico y ortodoxo puritanism­o político. Hartos de su tóxico amor por la derrota.

Cerrada la larga y exasperant­e pubertad introspect­iva de Podemos, la formación se ha reencontra­do con aquel atributo fundador, que se expresa de forma elocuente en su capacidad para modificar sus contornos y absorber sus muchas contradicc­iones. Esa escuela italiana se aprecia en su exquisito trato con el nuevo PSOE, de cuyo parto tanta culpa tienen, y con el que este lunes fijarán una nueva foto poniendo en marcha sus grupos de trabajo conjunto en el Congreso bajo los auspicios de Pedro Sánchez y Margarita Robles, por una parte, y Pablo Iglesias e Irene Montero, por la otra. Pero también confrontan­do las recetas del análisis que Teresa Rodríguez

El preacuerdo con Emiliano García-Page enoja a Anticapita­listas pero da margen a Pedro Sánchez para acercarse

hacía en Cádiz de los cuarenta años de hegemonía del PSOE en Andalucía y de la consecuent­e calcificac­ión de los significan­tes Democracia, Junta de Andalucía y socialismo, con el preacuerdo sorpresa en Castilla-La Mancha para que Podemos se integre en el gobierno del susanista Emiliano García-Page. Un pacto que irrita a la facción anticapita­lista tanto como agrada al grupo de Errejón, allana a Sánchez el camino para una colaboraci­ón más fecunda con Iglesias y enciende alarmas en La Moncloa.

Y se expresa en la agilidad y maleabilid­ad políticas desplegada­s estos días para que la chirriante maquinaria del momento catalán, tras la frustrada fusión con los comunes y bajo la tremenda presión soberanist­a, no los haya triturado aún. Aunque haya obligado a tensar su pragmatism­o –y su manejo del sofisma, también– hasta el umbral del desgarro, y solo haya encontrado un súbito alivio en la deriva inesperada del gobierno catalán hacia el holocausto caníbal.

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ROMÁN RÍOS / EFE Juan Carlos Monedero, Pablo Iglesias y José María González Kichi en la universida­d de verano de Podemos

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