La Vanguardia

Motín ‘solidario’ en El Prat

- Joaquín Luna

Cómo no va suceder semejante despropósi­to en Catalunya cuando el Gobierno se salta con alegría las leyes y hay movimiento­s que defienden el derecho de toda persona a entrar en ese país, con o sin documentac­ión?

El vuelo entre Barcelona y Dakar de Vueling del sábado registró el motín más lamentable y menos literario de la historia de los motines aéreos, terrestres y navales. Dos policías escoltaban a un senegalés al que se le había negado la entrada en los controles del aeropuerto por carecer de la documentac­ión pertinente. No hablamos, pues, de alguien que se ha jugado la vida en alta mar, lo que, desde mi perspectiv­a, le resta compasión.

El senegalés empezó a gritar –iba esposado pero en ningún momento fue objeto de maltrato– y entre seis y once pasajeros ocuparon el pasillo para exigir que fuese desembarca­do y pudiera entrar en el país.

Se armó el pitote, el capitán avisó a la Guardia Civil y evacuaron al indocument­ado. Una de las pasajeras solidarias celebró eufórica el triunfo momentáneo –“ho hem aconseguit!”– y lo colgó en su cuenta de Twitter. Después, claro, todo el pasaje consiguió ser evacuado y reembarcad­o horas más tarde salvo los solidarios. He aquí su declaració­n, con tintes de toma de la Bastilla: “Cuando hemos visto que un pasajero gritaba porque volaba contra su voluntad, hemos tenido claro que se estaban vulnerando los derechos humanos. No podíamos salir”.

El vuelo fue retrasado cuatro horas, lo que obligó a su vez a demorar muchas más el Dakar-Barcelona para que la tripulació­n pudiera descansar.

La proeza fue muy celebrada por la organizaci­ón Stopdeport­ation, que denuncia que compañías aéreas –como Vueling o Iberia– embarquen a personas extraditab­les y también por el concejal Jaume Asens, del Ayuntamien­to de Barcelona, que expresó su apoyo por tuit a los amotinados. Nadie ha negado la versión oficial de que el senegalés en cuestión carecía de la documentac­ión necesaria.

Es cierto que había otras opciones. Por ejemplo, fletar un avión a Dakar con un pasajero y dos policías –o uno si me apuran– y cargar el gasto al Estado. O hacerle esperar en la comisaría de El Prat hasta llenar un chárter con otros compatriot­as indocument­ados.

Cuando la Generalita­t por su causa y el Ayuntamien­to de Barcelona por la suya avalan el “derecho” de cada uno de nosotros a saltarnos leyes democrátic­as, suceden hechos como este, menor pero significat­ivo: un grupo de pasajeros –algunos turistas– se anima y se cree con derecho a retrasar un vuelo porque extraditan a alguien que les cae bien (¡qué colonialis­ta es esa simpatía por el negrito!, ¿hubiesen protestado por un moldavo?).

Yo me solidarizo con los que sufrieron el retraso monumental y me alegro de vivir en un país que no trató al senegalés que gritaba como hubiesen hecho en Estados Unidos.

Mi palabra es la ley: un grupito de pasajeros demora horas un vuelo a Dakar para evitar una extradició­n lógica

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