Dos mujeres ante el espejo
Marina Saura y Lucía Lijtmaer reflexionan sobre la transformación del universo femenino
La condición de mujer es intransferible. Nadie la vive, argumenta, denosta o disfruta del mismo modo. Y en ese terreno resbaladizo es en el que se mueven dos libros de reciente publicación que reflexionan sobre la existencia en femenino: Sin permiso, de Marina Saura (Elba) y Yo también soy una chica lista de Lucía Lijtmaer (Destino). La primera, actriz y escritora madrileña, acaba de cruzar la frontera de los sesenta; la segunda, argentina de nacimiento y barcelonesa de adopción, la de los cuarenta.
Y a pesar de los veinte años que las separan y de practicar dos registros literarios muy distintos (la introspección y la ironía), un poso común une sus idearios: el trayecto –y su inevitable mochila de obstáculos– recorrido entre que tomaron consciencia de su condición de mujeres hasta llegar a ser –o casi– la mujer que querían..
Marina Saura (Madrid, 1957) es la hija mayor del pintor Antonio Saura (1930-1998) y Gunhild Madeleine Augot (1929), traductora de sueco y francés y sobrina del cineasta Carlos Saura. Estudió en España, Francia y Suiza y en The Drama Centre of London (entre 1976 y 1979). En España trabajó en obras de teatro, cine y televisión hasta la muerte de su padre en 1998, cuando se estableció en Suiza y creó la fundación Archivos Antonio Saura en Ginebra.
Su libro es un mosaico de preguntas encadenadas con maestría. Preguntas con el único objetivo de saber quien es. Desconcertante e inteligente, no ofrece ni una sola respuesta.
“¿Qué mujer soy?” se interroga alguien que adivinamos culta, metódica, académicamente preparada, elitista y snob, pero también contradictoria, dubitativa, anclada en la imagen de una niña que se sintió abandonada.
“¿Soy la mujer que sueña que se desenrosca la cabeza y la coloca con delicadeza sobre la mesilla de noche, sobre un tapetito de encaje de bolillos, para poder, al fin, descansar?”
No esconde Marina Saura las sombras y el dolor que le reportó durante años ser hija de quien es. “¿Soy la que escucha por la radio el nombre del padre, el resumen de su biografía y unos cuantos testimonios de homenaje reunidos con urgencia y se pregunta dónde, en qué agujero, en qué grieta de la necrológica encaja ella, la hija primogénita, la sobreviviente, la que también es hija de una madre olvidada, borrada, repudiada?”. Y la última pregunta, la más inquietan- te: “¿Soy alguien que conozco?”.
La propuesta de Lijtmaer es más ligera pero no menos recurrente. Sólo que utiliza testimonios en lugar de preguntas. El suyo es un manual en clave de humor para desmontar prejuicios sobre el feminismo. Ciertamente, por el texto desfilan estereotipos de género y no queda ninguno en pie. “La situación es tan paródica que exige ser explicada: como nadie quiere ver a una mujer mayor de cuarenta años en pantalla, se contrata a una treintañera para simular un circo irreal y a todas luces risible”.
Lijtmaer Paskvan, siempre hilarante y a riesgo de caer en lugares comunes, busca una alternativa honesta a un sistema diseñado para que las mujeres sean aquello que los demás esperan de ellas. Se ríe incluso de las primeras decisiones de independencia: “Cuando te trasladas a vivir sola por primera vez, te compras un sofá e intentas disimular que no es un sofá porque no quiere ser burguesa. Pero es un sofá. Quieres un sofá. Aceptémoslo cuanto antes”.
Cuenta la autora que, sea el medio que sea, siempre se formula la misma pregunta a un tipo de mujeres de contrastada solvencia: “¿Tu te declaras feminista?”. Y entonces X entorna los ojos, agita el flequillo y contesta con rapidez: “¡No, no! Yo estoy a favor de la igualdad, no soy feminista”. Y así transcurren los días hasta que llega lo que ella denomina el GC o “golpe en la cabeza”, es decir, el momento epifánico en que una decide que por ahí no pasa. La bajada a la realidad que, en el caso de Lijtmaer surgió el día en que un sujeto la hizo callar en una reunión de trabajo “para darle paso a uno que decía lo mismo que yo”. “Aún así, cuando empecé a quejarme, no consideraba que fuera feminista aún”, confiesa.
Un manifiesto para chicas listas. Saura y Lijtmaer se miran al espejo y con ellas otras generaciones de mujeres.
El libro de Saura es un mosaico de preguntas encadenadas con maestría, con el único objetivo de saber quien es. No ofrece ni una sola respuesta. Lijtmaer utiliza testimonios en lugar de preguntas. El suyo es un manual en clave de humor para desmontar prejuicios sobre el feminismo