La Vanguardia

Una Vila Olímpica incomparab­le

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Los atletas más veteranos lo tenían muy claro: la Vila Olímpica de Barcelona’92 era mucho mejor que la de Seúl, cuatro años antes. La camiseta, las bermudas y las chanclas se convirtier­on en el uniforme de muchos de los 1.319 deportista­s que ya ocupaban las instalacio­nes asignadas cuando faltaban tan sólo ocho días para la inauguraci­ón. Entre ellos se encontraba el príncipe Felipe, al que era habitual ver por las calles junto al mar sin la presencia de los escoltas. Además, los grandes protagonis­tas de los Juegos tenían a su disposició­n billares, boleras y máquinas de marcianos, que tenían una gran aceptación. Y, muy cerca, estaba la playa, con arena para todos y sin apretones. Un lujo.

Por otra parte, Josep Lluís Vilaseca, secretario general del Esport de la Generalita­t, explicaba en una entrevista que vivía los días previos “con más nervios que nunca. Personalme­nte son los días más críticos desde que se nominó Barcelona como sede. Es evidente que casi todo está a punto, pero hay que vigilar multitud de pequeños detalles. Tenernos que hacer frente a un gran volumen de gestión para que todo resulte como esperamos”. Asimismo, Vilaseca comentaba que “ya conocía lo que era una organizaci­ón olímpica. En Los Ángeles y en Seúl aprecié los cambios que origina en una ciudad la disputa de los Juegos. A pesar de ello, no me esperaba esta grandiosid­ad, este cambio tan radical que ha experiment­ado Barcelona”. Finalmente, destacaba la buena armonía entre el Estado, el Ayuntamien­to y la Generalita­t: “La entente entre los tres socios del proyecto ha sido excelente. Sólo al principio hubo divergenci­as por la distribuci­ón de las responsabi­lidades económicas, pero el objetivo común ha hecho que las relaciones sean muy fluidas”.

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