Verdi y Goya compiten en ‘Il trovatore’ del Liceu
El público del Liceu aplaude el tenebroso montaje de ‘Il trovatore’
Cuando España aparece como fuente de inspiración o argumento en una ópera es en la mayoría de los casos a cuenta de Andalucía. En la capital sureña tienen incluso una ruta turística denominada “Sevilla, ciudad de ópera”. De modo que la idea de explotar Aragón, el Aragón de la pugna entre el Conde de Urgell y Fernando de Antequera, periodo en la que se ambienta el drama de Il
trovatore, y hacerlo empapándose de la atmósfera de Los desastres de
la guerra de Goya –la Guerra del francés, 400 años más tarde– es como mínimo una forma de aproximarse a un pedazo de la historia de España desde un punto de vista, digamos, más visceral. Y desde luego, es otro modo de penetrar en la maravillosa partitura de Verdi.
Para parte del público que asistió ayer del último estreno liceísta de la temporada el goce corrió más en este sentido, al menos en la primera parte, porque vocalmente el resultado fue, digámoslo claro, del todo irregular.
La canícula estival en la Rambla –que contrastaba con el exagerado refrigerio de la sala– acentuó de algún modo el efecto sombrío de la puesta en escena de Joan Anton Rechi, que se lo había jugado todo al ocre, el azul y al negro, utilizando fragmentos de lo grabados goyescos como telón de fondo.
Con esta jugada ganó una mano pero no la partida, si tenemos en cuenta los tibios aplausos que le dedicó el público. Pero razón no le falta al reggista andorrano cuando dice que la historia de este Verdi, basada en El trovador de Antonio García Gutiérrez (Chiclana de la Frontera, 1813 - Madrid, 1884), es inverosímil fuera del contexto de una guerra. A saber: la venganza de la gitana Azucena por los funestos sucesos acaecidos en el pasado, cuando lanzó a la hoguera a su propio bebé por error en lugar del al heredero del Conde de Luna, al cual acabó adoptando fruto de la desesperación (el trovador Manrico). Ahora Manrico y el otro del otro hijo del conde son rivales de clase y en amores ignorantes de su parentesco. Se masca la tragedia... Una trama, en fin, muy poco probable.
Pues bien, la dirección musical de Daniel Callegari, combinada con la claustrofóbica lectura que hace Re-
EL APLAUDÍMETRO Ni Leonora ni Manrico, sino la gitana, en la voz de Marianne Cornetti, se lleva los aplausos REPRESENTACIÓN INSTITUCIONAL Lluís Puig se estrenó como conseller de Cultura en el palco de las autoridades
chi de este drama ochocentista –con el guiño de introducir al propio Francisco de Goya, aquí en la piel de Carles Canut, como personaje espectador que simula pintar alguna escena de la propia ópera–, dejó anoche al público con una impresión muy contrastada.
Por un lado, la personalidad y la fuerza de la obra del pintor aragonés entronca con el inconsciente colectivo. Intensifica el drama. Pero al mismo tiempo, el reparto resultó del todo desigual, al punto que los personajes secundarios brillaban por encima de los protagonista: La Leonora de Kristin Lewis resultó engolada –a ver si la mejor soprano va a ser Tamara Wilson, en el segundo reparto–, y en cuanto al tenor, Marco Berti, podríamos decir que es obviamente superable por el Manrico del otro cast.
Vamos, que Goya casi le roba el papel a Verdi.
El público, que llenó la sala al 87%, dedicó con motivo su mayor ovación a Marianne Cornetti, una insuperable Azucena. Agradeció el trabajo de la orquesta y del coro y se prodigó con siete generosos minutos de aplausos.
En el palco oficial se situaba ayer por primera vez el flamante conseller de Cultura, Lluís Puig, cuyo nombramiento ha coincidido al menos con el último título de la temporada en la Rambla. No faltó el diputado fiel –a la cultura– Juanjo Puigcorbé. Y asistió Daniel Mòdol de la concejalía de Arquitectura. El director general, Roger Guasch, y el presidente de la Fundació, Salvador Alemany, les hicieron los honores. Por megafonía se recordó que el teatro dedica estas funciones al desaparecido Joaquim Molins, predecesor de Alemany en el cargo.