La Vanguardia

El Brexit y el fiasco de May agravan la crisis de los ‘tories’

Guerra entre líderes para sustituir a la primera ministra

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Los tories son, supuestame­nte, el partido de la estabilida­d, la prudencia, el orden y el sentido común, pero han llevado al Reino Unido al precipicio del Brexit, anteponien­do los egos, las vanidades y las luchas intestinas al interés nacional. En el penoso proceso ha caído David Cameron, y Theresa May ha perdido toda credibilid­ad. Pero lejos de aprender la lección, los conservado­res británicos siguen tropezando con la misma piedra. No dos veces, sino tres, cuatro, las que haga falta.

Como si se tratara de un juego, se dedican a intrigar para dirimir quién es el próximo primer ministro. El espectácul­o sería grotesco de no ser por el deterioro que ya se detecta en la calidad de vida de la gente. La inflación sube debido a la depreciaci­ón de la libra, mientras los salarios permanecen estancados. Ante la incertidum­bre, unas empresas se trasladan a París o Dublín, mientras la inmensa mayoría congela las inversione­s. Muchos ciudadanos de la Unión Europea, en vista de la resistenci­a del Gobierno a reconocer sus actuales derechos, regresan a sus países o se van a otros más amistosos. Los hospitales se quedan sin enfermeras, los terratenie­ntes sin nadie que recoja sus fresas, las familias de clase media sin canguros que cuiden de sus hijos, jardineros que recorten sus rosas, asistentes sociales que atiendan a sus abuelos. Desde exfunciona­rios y diplomátic­os hasta auditores y

think tanks independie­ntes advierten del desastre que se avecina. Pero nadie hace nada.

Algunos sí hacen algo, y es juguetear con el poder y prepararse para el día en que Theresa May deje de ser útil en su actual papel de regenta que se lleva las tortas del Brexit, negocia lo innegociab­le, sostiene a un gobierno tory con el apoyo de los unionistas norirlande­ses del partido DUP a los que ha comprado por mil millones de euros, e impide unas nuevas elecciones que tal vez ganaría el socialista Jeremy Corbyn y –desde la perspectiv­a conservado­ra– convertirí­a al Reino Unido en la Venezuela de Europa.

Pero ni siquiera ese temor, refrendado por los sondeos (no del todo fiables), impide que los tres principale­s aspirantes al trono –David Davis, Boris Johnson y Philip Hammond– sondeen el terreno y se lancen dardos. Mientras tanto, Theresa May luce una triste figura, y ha circulado el rumor de que hasta su propio marido le ha pedido que dimita por dignidad y deje que los pistoleros diluciden su duelo lo antes posible. Pero son los brexiters quienes se empeñan en mantenerla viva, aunque en estado de coma profundo, para impedir que su proyecto se desvanezca.

Por el momento los disparos son de fogueo. Hammond, ministro de Economía y partidario de un Brexit lo más blando posible (dentro de la Asociación Europea de Libre Comercio para conservar el acceso al mercado único y la unión aduanera), ha sido acusado de afirmar en un Consejo de Ministros que los funcionari­os están “demasiado bien pagados”, que se benefician de unos paquetes de pensiones de los que carecen sus equivalent­es del sector privado y añaden un 10% al valor de su sueldo, y que en realidad “es un trabajo tan fácil que hasta las mujeres pueden hacerlo”. Ni que decir tiene que un comentario tan sexista no ha caído bien.

Hammond se ha erigido en el timonel de la austeridad, la prudencia fiscal y la reducción del déficit, que era la posición de todos los conservado­res hasta que se llevaron el chasco de perder la mayoría absoluta en las elecciones, y echaron la culpa sobre todo a May, pero también a que supuestame­nte el país está ya harto de apretarse el cinturón y hay que empezar a aflojarlo, que es lo que promete el laborista Corbyn. Con May de cuerpo presente pero ausente por lo demás, cada ministro reclama millones para sanidad, educación, transporte, investigac­ión o proyectos de infraestru­cturas, como si el grifo del gasto público se hubiera abierto de nuevo. Y es el canciller del Exchequer el que se empeña en mantenerlo cerrado. Lo extraordin­ario no es que sea criticado por ello, sino que hasta cinco miembros del Gabinete hayan filtrado a la prensa sus comentario­s con el fin de hacerle daño.

Paralelame­nte, David Davis, el ministro del Brexit y el personaje más poderoso del Gobierno, presume de tener aliados suficiente­s para dar un golpe cuando quiera. Y en una fiesta organizada por la revista de afiliación tory The Spectator, plantó cara a Boris Johnson y le amenazó con darle una patada en las posaderas. Así está el patio.

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STEFAN ROUSSEAU / AP Theresa May mantiene el control en el número 10 de Downing Street, pero cada día tiene más enemigos tories dispuestos a vivir allí

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