De codazos y otras malas artes
SI Pío Cabanillas hizo célebre la frase “Todos al suelo que vienen los nuestros” para poner de manifiesto que no hay peores enemigos que los propios colegas, Winston Churchill proclamó en su día que no temía a los de la bancada de delante (la oposición), sino a los que se situaban en los bancos de detrás (los compañeros de partido). El espectáculo de los tres mosqueteros del Partido Conservador británico –que se están matando entre sí cuando todavía no ha muerto aquella a quien aspiran a suceder– es todo un tratado de política de baja estofa. La guerra entre los
tories por suceder a Theresa May, que cuenta el corresponsal en Londres, está más cerca de la torpeza de Mister Bean que de la sutileza de Maquiavelo. ¿O acaso no resulta cómico que David Davis, el ministro del Brexit, amenazara con pegarle una patada en el trasero a Boris Johnson, ministro de Exteriores, en mitad de la fiesta de la revista The Spectator?
Además de Davis y Johnson, también el titular de Economía, Philip Hammond, disputa el liderazgo del Partido Conservador. Más contemporizador que los dos anteriores, es partidario de una salida de la UE que no lo parezca y que permita conservar el mercado único y la unión aduanera. Lo que no es fácil, porque, como en el chiste, no se puede estar sólo un poco embarazada.
¿Tan mal le van las cosas a May? Su estrella ha dejado de brillar en el cielo conservador después de su mala campaña electoral y su peor resultado en las urnas. Nunca una victoria tuvo tanto sabor a derrota. La pérdida de la mayoría absoluta la convirtió en un pecio a la deriva, casi tan abandonada por sus socios comunitarios como por sus asociados de partido. David, Johnson y Hammond se pegan codazos en cada acto y en cada esquina. Sólo les une su menosprecio a su presidenta. Sabedores de que triunfan más a menudo los burdos que los sutiles (Tucídides), están dispuestos a comportarse como perfectos maleducados.