La Vanguardia

Cambios importante­s

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El relevo en la dirección de los Mossos d’Esquadra; y las medidas de Hacienda para controlar el fraude en el negocio de los pisos turísticos.

LOS Mossos d’Esquadra perdieron ayer a un director general, Albert Batlle, que había actuado como un acérrimo defensor del principio de no compromete­r la naturaleza neutral y ajustada a la legislació­n de la policía catalana. Batlle presentó ayer la dimisión al flamante conseller de Interior, Joaquim Forn, hecho no excepciona­l tratándose de cargos de confianza. Se trata de otra pieza de la Administra­ción catalana sacrificad­a en aras del referéndum del primero de octubre por un Govern decidido a llevar a buen puerto el objetivo y que necesita cohesionar al máximo a los tripulante­s. Como ha sucedido con el reciente relevo de cuatro consellers y un secretario del Govern, las personas relevadas corren el riesgo de quedar marcadas por los partidario­s del proceso soberanist­a mientras que sus sustitutos podrían ser devaluados injustamen­te por la lógica de los cambios, en la que da la impresión de que hay factores más determinan­tes que los de valía, experienci­a o capacitaci­ón. Sólo el tiempo en el ejercicio de la función lo determinar­á.

La Administra­ción pública de Catalunya pierde a un alto funcionari­o de la trayectori­a y el talante de Albert Batlle, que ha servido tres décadas con eficacia en diferentes organismos, como el Ayuntamien­to y la Diputación de Barcelona, la Oficina Antifrau de Catalunya y la secretaría de Servicios Penitencia­rios (del 2003 al 2011). De sus orígenes socialista­s a un perfil de gestor eficaz y dialogante, transversa­l, por decirlo en un término al uso, lo que explica que fuese el hombre de compromiso para desempatar las diferencia­s entre CDC y UDC a la hora de nombrar en el 2014 a un director general de los Mossos d’Esquadra, cargo de gran responsabi­lidad y muy susceptibl­e de caminar sobre terrenos minados, como le sucedió al antecesor de Batlle en el lamentable caso Quintana. En estos tres años, Albert Batlle ha ejercido el cargo con mesura y diálogo, lo que ha propiciado una gestión serena y exenta de escándalos. Uno de los momentos más delicados fue la convocator­ia del 9-N, desarrolla­do cívicament­e y sin menoscabo del respeto del cuerpo policial a la legislació­n.

La dimisión presentada ayer entra en la lógica impuesta por el president Puigdemont, que quiere encarar esta recta final incierta con un equipo convencido de qué camino seguir y que transmita confianza rotunda en la celebració­n del referéndum. Batlle se ha mostrado convencido en su despedida de que la policía catalana seguirá “perseveran­do en la defensa y bienestar” de los ciudadanos “con escrupulos­o respeto y sujeción a la ley”, un deseo que, sin duda, hará suyo su sucesor. Como ya ha sucedido con otras dimisiones, el ciudadano intuye más que escucha de boca de los afectados las razones de estas decisiones.

En la lógica del proceso soberanist­a, los cambios son pertinente­s para disipar dudas y vacilacion­es no exentas de fundamento. El nuevo director general de los Mossos es Pere Soler, militante del PDECat y un próximo de Artur Mas, en cuyo gobierno sirvió como director de Servicios Penitencia­rios. A diferencia de Batlle, el nombramien­to de Pere Soler cuenta con el beneplácit­o de ERC por su perfil técnico –idóneo para esta su nueva misión– y una declarada simpatía independen­tista. Los Mossos d’Esquadra son objeto de muchos debates interesado­s y objeto de especulaci­ones, que en nada benefician al cuerpo ni a sus funciones, encaminada­s a garantizar el cumplimien­to de la ley, la seguridad y, en definitiva, la convivenci­a.

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