La Vanguardia

El buque fantasma

- Jordi Amat

Si estás sentado en el auditorio del Centro Botín de Santander, no es fácil escuchar con atención al conferenci­ante. Activadas por un botón, de repente y en silencio, unas cortinas translúcid­as empiezan a subir, los gigantesco­s ventanales se vuelven transparen­tes y entonces el escenario por el que desfilan los ponentes queda abducido por un paisaje majestuoso. Como si estuvieras en la cubierta de un barco a punto de atracar en el puerto, ves navegar los barquitos que avanzan con la misma clásica lentitud de la ciudad, parece que el viento cosquillee a las olas y en el otro extremo de la bahía descubres manchas de un verde intenso que te recuerda que el norte también existe. En teoría estamos aquí para dialogar con otros periodista­s culturales sobre las relaciones entre cultura y diplomacia o, mejor dicho, sobre estrategia­s acertadas o fallidas de poder blando para incidir en la sociedad de la globalizac­ión. Convoca la Fundación Santillana, dirige el ciclo Basilio Baltasar y mi nombre lo ha colado nuestro embajador Sergio Vila-Sanjuán.

En seminarios de discusión como este, que de manera natural visibiliza­n la existencia de una realidad iberoameri­cana, un catalán de manual como yo retoma de inmediato la conciencia de algo que aquí creo que tendemos a olvidar: la potencia global, viva y robustísim­a de la lengua española. Todo se cuenta por millones. Muchos. Vale por la charla de la sabia Rebeca Grynspan, cuando expone las cifras del Erasmus latinoamer­icano que se está poniendo en marcha, o vale por la del enciclopéd­ico Juan Manuel Bonet al detallar las relaciones que el Instituto Cervantes va establecie­ndo por medio mundo. Fue durante esa intervenci­ón de Bonet, precisamen­te, cuando un barco de carga se cruzó a cámara lenta ante el auditorio. Era una mole azul y gigantesca, cuya presencia silenciosa se impuso de manera ineludible. No se podía dejar de contemplar. Algo parecido ha pasado durante los tres días con el problema catalán. Se hacía presente de repente, casi sin querer, más de lo esperable. No hay Marca España que lo invisibili­ce. Tal vez porque ya no hay diplomacia que se plantee resolverlo. Como un buque fantasma, está varado aquí.

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