“Hay muchas crías y todas tienen que comer”
Anna Planella dedica el verano a alimentar polluelos, que en algunos casos llegan heridos
Con una mano, Anna sujeta un vencejo común y con la otra le abre el pico manteniéndolo bien abierto, lo hace con delicadeza y destreza a partes iguales. Después, con la ayuda de unas pinzas coge un grillo descongelado al sol y se lo introduce. El ave lo engulle rápido. Parece tener hambre. Así que le da otro. Y aunque pide más, “de momento ya basta porque todavía se está recuperando”, comenta esta joven de 24 años de Camprodon que se dedica a dar de comer de manera voluntaria a los polluelos que se recuperan en el Centre de Fauna dels Aiguamolls de l’Empordà.
El espacio donde trabaja está repleto de cajas con respiraderos. Dentro hay una treintena de golondrinas y una cincuentena de vencejos comunes, además de una oropéndola. La mayoría son crías, que han caído o saltado del nido –algunos están heridos– y han llegado aquí porque alguien los ha traído tras encontrarlos en la calle pensándose que estaban abandonados (pese a estar en el suelo, sus padres siguen alimentándolos) o bien a través de los Agents Rurals. Algunos ingresan por unos días y otros pueden quedarse un mes o más.
Anna, que hace dos años acabó Biología Ambiental en la Universitat Autònoma de Barcelona, empieza su primera ronda de comida a las nueve de la mañana y tarda una hora en alipara mentarlos a todos. A los insectívoros les da grillos o gusanos de harina y a los granívoros un preparado especial. Una vez termina, vuelta a empezar pues estas aves comen cada dos horas pero los más pequeños cada hora. Metódico y cuidadoso. Este es su trabajo desde junio, cuando empezó, hasta finales de agosto. También los pesa, cambia el papel de las cajas o los saca fuera que musculen en unas cajas mayores, entre otras tareas.
Según explica, personas de su entorno no entienden por qué trabaja gratis, pero ella lo tiene claro: “Te hace sentir bien. Ayuda a abrir puertas. Te da experiencia. Conoces a gente y te enseña cómo es el mundo real de ser biólogo. No te aburres, no paras. Hay muchas crías y todas tienen que comer”, recalca.
El centro, que rehabilita y atiende (y cuando ya es posible, libera) a un 80 por ciento de pájaros y en menor medida reptiles y mamíferos, calcula que de enero a julio del año pasado ingresaron 400 pájaros y este año ya son más de 700. Este ha sido un buen año de cría, pero el calor extremo ha afectado a las aves. Según el responsable del centro, Bertu Minobis, “los polluelos, que están en los nidos, puede que tuvieran mucho calor y saltaran para continuar viviendo en el suelo”. Es cuando algunos, en el intento, se lesionan. “En un día podemos llegar a tener 30 ingresos. Cuesta asumir todo el trabajo con los tres empleados que somos. El voluntariado y la aportación de los estudiantes en prácticas es imprescindible”, indica Minobis.
Este es el primer verano que Anna está en los Aiguamolls, pero ella hace años que ejerce tareas altruistas. Ha pasado por el centro de Torreferrussa (Barcelona) y la Fundación CRAM para la conservación y recuperación de animales marinos, y está vinculada al Centre de Recerca Ecològica i Aplicacions Forestals (Creaf), donde hace de voluntaria en un proyecto de captura y recaptura de marmotas en el Pirineo.
Si el plumaje y el peso del ave son correctos, la recompensa no tarda en llegar. La liberación es un momento mágico. “Llegan pequeños. Los alimentas. Crecen y puedes liberarlos y marchan bien... Es muy satisfactorio. El voluntariado es necesario porque veo que puedo ayudar tanto a los empleados como los polluelos”, afirma.