Los negros argentinos
Se supone que en Argentina no hay negros ni los hubo. Basta caminar por la calle Esmeralda, en pleno centro porteño –a escasas cuatro manzanas del famoso Obelisco– y al llegar al cruce con la calle Rivadavia se encuentra la plaza Roberto Artl. Este sitio albergó en el siglo XVIII el cementerio de pobres, negros y esclavos de la ciudad. Aunque de los negros y esclavos nada se dice por allí.
A principios del siglo XIX Argentina tenía un 40% de población negra. Poco se sabe de lo que ha sucedido con esta población, y mucho menos dónde están sus restos. Si bien era sabida la existencia de aquel cementerio de pobres en esta zona durante el siglo XVIII, un grupo de arqueólogos descubrió en 1999 tumbas que no siguieron el ritual católico canónico, a pesar de estar enterrados en lo que era una parroquia.
Durante las excavaciones –a cargo de Zunilda Quatrín– se encontró un joven o una joven, de entre 15 y 18 años, que estaba en una postura no habitual para un entierro católico: semisentado con el torso ligeramente girado hacia el oeste, las piernas flexionadas en posición fetal, las manos apoyadas en el pubis. No había restos de cajón ni de madera junto al cuerpo, sólo un largo collar de cuentas de colores que salían de la boca, y un adorno de madera que lo acompañaba. En lenguaje arqueológico, el hallazgo era compatible con un típico ritual africano.
Se encontraron muchos otros cuerpos con las características de este adolescente y, como asegura el arqueólogo Daniel Schávelzon en su libro Buenos Aires Negra, esto evidencia la resistencia pasiva de los negros –esclavos y libres– en Argentina. Pero no hay análisis suficientes en relación con estos entierros atípicos que se realizaron en pleno centro de Buenos Aires, mucho tiempo después de haber sido abolida la esclavitud en el país.
Cruzando al otro extremo del continente americano, en la ciudad de Nueva York encontramos otro espacio que también albergó a los negros esclavos de la ciudad, durante los siglos XVII y XVIII. En 1993 se realizaron las excavaciones en este sitio, que hoy se conoce como el proyecto urbano arqueológico más importante de Estados Unidos: el African Burial Ground. A partir de ese momento, la memoria histórica norteamericana revalorizó su patrimonio afrodescendiente, designándolo de interés histórico nacional.
Tampoco fue tan simple para la comunidad negra estadounidense ganar estos espacios. Un artículo publicado en el World Archaeological Bulletin por el académico Terrence W. Epperson relata un hecho escalofriante. En 1788 una delegación de afroamericanos esclavos y libres pidieron al New York City Common Council protección contra los estudiantes de medicina, que acudían por la noche al cementerio a desenterrar los cuerpos y “sin ningún tipo de respeto por edad o sexo, destrozaron su carne, sin ningún otro sentido que la curiosidad exponiéndola luego a las bestias y los pájaros”.
Terrence Epperson relata este episodio porque aquella indignación que provocaron las disecciones de los estudiantes a finales del siglo XVIII tuvo su repercusión en las excavaciones arqueológicas de 1991-1992. Los movimientos afroamericanos participaron del proceso. Así y todo, en 1993 el sitio se convertiría en el principal espacio de homenaje a la cultura afro, nada menos que en Nueva York.
Parece lógico imaginar que en Estados Unidos la arqueología relacionada con los afrodescendientes surgiera con más fuerza. Y a pesar de que Argentina alcanzó a tener casi la mitad de su población negra allá por el 1800, no hubo ningún Martin Luther King o un Malcolm X que pudiera surgir de aquella sociedad. Sabemos que el primer presidente argentino fue mestizo, Bernardino Rivadavia, pero ni él ni sus sucesores se ocuparon de los afroargentinos ni de su patrimonio.
Lejos del African Burial Ground, la plaza Roberto Artl hoy no rinde homenaje a su pasado. Los años de la crisis argentina transformaron la plaza en un espacio cerrado por rejas donde dormían los indigentes por las noches. Hoy, durante el día, se reúnen jóvenes y adultos de las capas más desfavorecidas del barrio porteño.
El escritor argentino –hijo de inmigrantes– Roberto Artl no se enteró nunca de la existencia de su homónima plaza, porque murió 30 años antes de la inauguración. Como es común, el escritor y periodista –a quien Julio Cortázar consideró su maestro– no fue reconocido en su época. Y esto es porque Artl se encargó de relatar en sus aguafuertes porteñas –que publicaba en los periódicos locales– la otra Argentina, no la que reivindicaba la élite de principios del siglo XX sino la de los oprimidos, como los que quedaron enterrados, poco estudiados y sin reconocimiento, en la plaza que hoy lleva su nombre.
Nada recuerda en la plaza porteña que hubo un cementerio de pobres y esclavos en el siglo XVIII