El tic autoritario
Supongo que de un cronista como un servidor se espera un retrato de cómo se ve desde Madrid el proceso que lleva al referéndum y/o a la declaración unilateral de independencia. Si es así, les cuento: se está produciendo un interesante, aunque sutil, cambio de opinión. Hasta ahora se criticaba a Rajoy por su inmovilismo, por su falta de iniciativas y ofertas y por limitar su discurso al cumplimiento de la ley. Desde la caída de Baiget, del cambio de otros cuatro consellers y del relevo del director de la Policía, los malos han pasado a ser Puigdemont y Junqueras. Sobre todo, Junqueras, porque Puigdemont ya lo era. Pero el líder de ERC se había beneficiado de una curiosa imagen de hombre-solución, a pesar de ser el independentista más genuino y de repetir que él sólo quiere presidir la República Catalana.
El Madrid más sereno ha descubierto, por fin, que el proceso soberanista va en serio y que los gobernantes catalanes usarán todas sus armas para culminarlo, de la misma forma que el Estado avisa que usará todas las suyas para evitarlo. El Madrid más impulsivo, por no llamarle patriótico, está en la idea del 155, palo y tentetieso, que no se puede permitir que unos radicales rompan la unidad de España. Pero en estas apareció el error político. Los responsables de la Generalitat han dado pasos de difícil presentación ante el resto del mundo. Han roto el principio de neutralidad de los gobiernos ante una consulta popular. Han condenado a muerte política a servidores públicos que cometieron el delito o la imprudencia de dudar. Han resucitado la “lealtad inquebrantable”, término propio de regímenes autocráticos. Han cesado a personas que se habían distinguido por su tolerancia. Han lanzado la imagen de que buscan un control de los Mossos encaminado a que incumplan la legalidad de un Estado democrático. Y, para cerrar el relato, el Govern impone la ley del silencio, declara que no piensa informar de sus decisiones, se reserva el derecho de información como si fuese exclusivamente suyo y con ello echa paladas de tierra sobre la transparencia y el control del Ejecutivo.
¿Qué imagen sale de esta suma? Lean los periódicos: sale la imagen de un equipo autoritario que puede negar incluso la libertad de pensamiento. La Generalitat se desenvuelve en el finísimo filo de una navaja en el que es difícil distinguir dónde empieza la legítima busca de coherencia interna y la caricatura de un equipo dispuesto a actuar en la clandestinidad, por lo menos en la opacidad, para engañar al Estado y esquivar responsabilidades jurídicas. Para sus protagonistas quizá sea el éxito de la astucia que invocaba Artur Mas: cada día que pasa sin impugnaciones es una victoria. Para el resto del mundo es un asomo autoritario con tintes de xenofobia. Y así, disculpen la advertencia, señores de Junts pel Sí y la CUP: así se puede ganar la independencia, pero no el respeto internacional.
Los responsables de la Generalitat han dado pasos de difícil presentación ante el resto del mundo