Divulgador de la ‘grandeur’
MAX GALLO Historiador (1932-2017)
Su pasión por Francia se tradujo en una hostilidad a reconocer errores del pasado
Historiador y sobre todo divulgador de la historia, que él definía como “la suma del gran relato nacional, la cronología y los grandes hombres”. Novelista y académico, con más de cien libros en su haber, Max Gallo murió a los 85 años, dos después de haber revelado la enfermedad de Parkinson que padecía, y tras evolucionar del comunismo de sus jóvenes años al socialismo de Mitterrand y al fin a un soberanismo nacionalista. El hijo de inmigrantes italianos hizo suya para siempre la idea de grandeur.
Esa fue su más sostenida pasión, la que le llevó a enseñar historia de Francia, primero en instituto en su Niza natal, y luego en Ciencias Políticas de París. Pero sus primeros estudios fueron los de mecánico ajustador, “porque había que trabajar”. Orígenes humildes, con su rosario de humillaciones. “¡Qué alto precio hay que pagar para zafarse de los determinismos sociales y culturales!”, protestó en el semanario Le Point.
Su pasión por la historia de Francia se traducía en una actitud con cierta dosis de crítica, menor que su complacencia frente al tópico. Con respeto a las fechas, porque “un niño no puede comprender nada de Francia si no sabe que Luis XIV es anterior a Napoleón”. Tampoco sería posible “entender la construcción europea si se pasa por alto que el tema europeo crece entre las dos guerras mundiales debido al enfrentamiento entre Alemania y Francia”.
Como escritor rápidamente dio con su estilo de divulgador, traducido en lo que llamó novela-historia, parientas del folletón del siglo XIX. Y su éxito fue equivalente al que vivieron antecesores como Alejandro Dumas, el mestizo, víctima por su parte de racismo, y Émile Zola, nacido italiano y naturalizado francés.
En 1971, en colaboración, novela la auténtica historia de un interno del campo de concentración de Treblinka, que logra huir, y se apunta uno de sus primeros éxitos de ventas. Luego, natural en una bibliografía como la suya, que también podría hacer pensar en un antecesor más próximo como Stefan Zweig, encadena las vidas noveladas. Y sus celebradas biografías (Robespierre, Garibaldi, Jean Jaurès, Victor Hugo...) desembocaron, también naturalmente, en una saga de Napoleón Bonaparte, que además de convertirse en best seller le situó como referencia en el tema en particular y en la historia en general.
Ferviente comunista, deja el partido a la muerte de Stalin. Sus primeras novelas, que califica de política ficción lo llevan de la Italia de Mussolini a un texto reflexivo sobre izquierdismo, reformismo y revolución, muy polémico, en 1968.
Fracasa como candidato socialista a las municipales de Niza en 1981, pero se suma al triunfo de Mitterrand, de quien será secretario de Estado y portavoz del gobierno en 1983. Corta con la izquierda con una
tribuna en Le Monde, El silencio
de los intelectuales, en la que fustigaba “la inactividad de los eruditos”. Y porque se trata de actuar, funda con el varias veces ministro y soberanista Jean-Pierre Chevènement, un
Mouvement des Citoyens que sostiene la idea de “una crisis nacional que arranca cuando termina la Primera Guerra Mundial”.
Hostil a todo arrepentimiento –el reconocimiento de las razzias de judíos, el colonialismo, la ley Taubira que califica la esclavitud de crimen contra la humanidad– clama en dos libros su orgullo de ser francés.
Su respetado Mitterrand dijo, cuando se le echaba en cara su juventud derechista, que le convenía lo de empezar a la derecha y terminar a la izquierda, “al contrario que la mayoría”. Esa de la que terminará por formar parte Gallo, autor de varios discursos clave para el presidente Sarkozy.