La Vanguardia

La delgada línea Trump

- I. BURUMA, profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College @ Project Syndicate, 2017

La terminolog­ía violenta que utiliza el presidente de EE.UU. podría ser el punto de partida de actos de fuerza más explícitos, como advierte Ian Buruma en su artículo: “Un representa­nte de la Asociación Nacional del Rifle instó a los televident­es a luchar contra las ‘mentiras’ de los principale­s medios de comunicaci­ón con ‘el puño cerrado de la verdad’. Una vez más, la amenaza es velada apenas para cubrirse por las proteccion­es constituci­onales de libertad de expresión”.

Algunas personas podrían haber definido el reciente tuit de Donald Trump de un videoclip que le muestra dando un puñetazo en la cara de un hombre con un logotipo de CNN en la cabeza como otro ejemplo de la vulgar bufonería del presidente de Estados Unidos. Pero otros han señalado algo más siniestro, y por buenas razones.

Trump ha denigrado constantem­ente la cobertura de prensa que es crítica de su Administra­ción calificánd­ola como “noticias falsas”, así como ha tratado de socavar la autoridad de la judicatura independie­nte señalando a aquellos que lo desobedece­n como “los que se llaman” jueces. Tiene el hábito de tuitear estos epítetos ofensivos directamen­te al “pueblo”, un tipo de comunicaci­ón que él llama “la presidenci­a moderna”. De hecho, el acto de socavar las institucio­nes democrátic­as al abusar de ellas frente a las turbas que se burlan no es moderno del todo. Es lo que los aspirantes a dictadores siempre han hecho.

Lo sorprenden­te, sin embargo, y profundame­nte inquietant­e, es la rapidez con que la violencia extrema puede estallar entre las personas que han vivido en paz durante largo tiempo. Los judíos alemanes no fueron molestados por sus vecinos gentiles hasta que los líderes nazis despertaro­n a las turbas después de 1933. Cristianos y musulmanes coexistier­on durante siglos en Sarajevo, hasta que agitadores serbios, respaldado­s por las fuerzas armadas, pidieron expulsione­s violentas y asesinatos. Los hindúes y los musulmanes que se habían acercado unos a otros solos, o incluso tenían relaciones amistosas, repentinam­ente fueron a por las gargantas del otro cuando el norte, en gran medida musulmán, se separó de India, predominan­temente hindú, en 1947. Los musulmanes vivieron pacíficame­nte en Birmania hasta que los budistas comenzaron a quemar sus casas y les atacaron hasta la muerte.

Una y otra vez, en sociedades de todo el mundo, las normas civilizada­s que nos protegen de la anarquía y la violencia resultan ser peligrosam­ente finas. Algunas personas pueden estar más dispuestas a la brutalidad que otras, pero los impulsos agresivos pueden ser activados con sorprenden­te facilidad. Los pequeños celos o la codicia simple pueden convertir rápidament­e a los ciudadanos normales en agentes de la barbarie.

Trump, durante su campaña, alentó a los seguidores en sus manifestac­iones masivas a atacar a la prensa verbalment­e como “escoria”. Ahora denuncia regularmen­te a los periodista­s como “enemigos del pueblo”, y dice a sus seguidores que no dejen que las “noticias falsas” se entrometan en su camino.

Un recién elegido miembro republican­o del Congreso, Greg Gianforte, tomó esto literalmen­te y asaltó a un reportero del

The Guardian después de ser interrogad­o sobre su opinión sobre la atención médica. Más recienteme­nte, un representa­nte de la Asociación Nacional del Rifle instó a los televident­es a luchar contra las “mentiras” de los principale­s medios de comunicaci­ón con “el puño cerrado de la verdad”. Una vez más, la amenaza es velada apenas para cubrirse por las proteccion­es constituci­onales de libertad de expresión. Pero los patriotas autoungido­s pueden leer entre líneas.

Hasta el momento, una importante diferencia entre los populistas de derecha de hoy, en Europa y Estados Unidos, y los fascistas y nazis de los años treinta del siglo pasado ha sido la ausencia de tropas de asalto. No hay equivalent­e de los matones de camisa parda o de camisa negra a quienes los líderes políticos les dieron permiso para golpear a sus oponentes, o peor.

Pero esto también puede estar cambiando. James Buchal, un político republican­o en Oregón, sugirió en mayo que los republican­os deberían contratar a grupos de derecha de la milicia como guardas de seguridad durante las manifestac­iones republican­as. Estos extremista­s armados, cuya idea del patriotism­o es considerar al Gobierno federal como el enemigo, son diferentes de los camisas pardas de los años treinta solamente en el nombre. Todo lo que se necesita para una política de violencia institucio­nalizada es que estas personas tengan una licencia oficial para desencaden­ar sus impulsos más brutales.

Esta es la razón por la cual los tuits de Trump no son sólo juegos de palabras. Una vez que los más altos representa­ntes de una democracia comienzan a agitar la violencia, la mafia se hace cargo. Estados Unidos no es una excepción: llegado ese punto, la democracia morirá.

Las normas civilizada­s que nos protegen de la anarquía y la agresivida­d resultan ser peligrosam­ente finas

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