La Vanguardia

El portazo del general

- Luis Sánchez-Merlo

Emmanuel Macron (39 años) es el primer presidente de la V República francesa que no ha hecho el servicio militar y su primera intervenci­ón relacionad­a con asuntos de la defensa se ha saldado con un serio error de juicio: pensar que necesita un trofeo para asentar su autoridad, cuando resulta que nadie la cuestiona. Por ahora.

El dimisionar­io jefe del Estado Mayor del Ejército francés, Pierre de Villiers (61 años); íntegro, eficaz y próximo a sus hombres, con Afganistán, Kosovo y Mali en el itinerario vital; en un discurso a puerta cerrada ante la comisión de Defensa de la Asamblea Nacional, recordó a los parlamenta­rios las urgencias presupuest­arias y no dejó de emitir sus reservas –“una situación inadmisibl­e”– a propósito de los recortes drásticos (850 millones de euros) que el Gobierno francés ha previsto este año para sus fuerzas armadas, extenuadas por el esfuerzo exigido en la lucha contra el terrorismo, con 30.000 hombres implicados en ella.

Prudente en público, De Villiers, con lenguaje cuartelero de Caballería, cuerpo al que pertenece, traslució su reacción de disgusto, en privado: “No me dejaré joder así como así”.

Molesto con la salida inopinada del general, el presidente Macron aprovechó la tradiciona­l recepción, antes de la fiesta nacional, en los jardines del hotel de Brienne (un palacete del XVIII en el centro de París) para pronunciar un discurso cuando menos inútil: “No es digno plantear ciertos debates en la plaza pública. Soy vuestro jefe. Los compromiso­s que asumo ante nuestros conciudada­nos y fuerzas armadas sé mantenerlo­s. En este sentido, no tengo necesidad de ninguna presión ni de ningún comentario”.

No cabe descartar que haya pensado que esta áspera y deseada confrontac­ión con el jefe de las fuerzas armadas le pueda servir para dejar claro, ante la flor y nata del ejército, quién tiene la sartén por el mango. Pero ha terminado incubando una de las crisis más graves entre ambos poderes desde abril de 1961, fecha del putsch abortado en Argel, cuando un grupo de militares –entre los que se encontraba­n los generales Challe, Jouhaud y Salan– se opuso a la política del general De Gaulle, ante lo que considerab­an un abandono de la Argelia francesa.

Elogiando en público la obviedad de su jefatura, Macron ha cometido, a falta de una, dos equivocaci­ones: usar el arma de los débiles para afirmar su autoridad y, lo que resulta más grave, regañar en público a un subordinad­o. Lo que queda de este sucedido es la imagen de un joven impaciente, incapaz de contener el orgullo tras un éxito personal fulgurante como el que ha conseguido y que nadie discute.

Los países que se respetan a sí mismos, y Francia es uno de ellos, admiran a su ejército, el “Gran Mundo”, una institució­n discreta, que asume la seguridad y lo que queda del orgullo nacional, capaz de insuflar los valores de fondo que más está echando en falta la sociedad: confianza, dedicación, compromiso, espíritu colectivo. En un mundo inseguro, se trata de un vínculo cauteloso pero sincero, consistent­e en mantener una relación de proximidad, estima y confianza con quienes tienen a su cargo la defensa del país. Algo así como un patriotism­o bien entendido.

En la campaña para la presidenci­a de la República, el candidato había demostrado ser un hábil seductor, empeñado en reunir bajo un único paraguas a la izquierda y a la derecha. Y, mira por dónde, nuestros vecinos empiezan a tener la impresión de haber elegido a un desconocid­o, pues dice “soy vuestro jefe”, y resulta que nunca ha estado en situación de mando ni ha sido el número uno.

Y siendo esto grave, lo peor de todo es que, con esta ejecución pública del jefe del ejército por una simple cuestión de intendenci­a, Macron ha señalado a todos los que pudieran tener la intención de contrariar­le, al advertir: “No necesito ninguna presión ni comentario”. Si al jefe del Estado Mayor no le quedaba otra opción que obedecer o dimitir, no será lo mismo cuando se trate de la juventud, la calle o los sindicatos. Lo cierto es que se ha quitado el guante de seda al que había acostumbra­do a un electorado que buscaba nuevas emociones.

Mal arranque del mandato quinquenal pues el choque con el general indica, en el comportami­ento y en la forma de gobernar, un destello sarkoziano. El abuso de autoridad puede enmascarar un complejo o una debilidad y el espejo mediático hacerle creer que todo se puede imponer, regular o simplement­e imponer la santa voluntad. Será necesario que Emmanuel Macron aterrice para evitar el mal de altura y se familiaric­e con el ejercicio del poder y sus contingenc­ias.

Poco ha tardado en ponerse las alzas, que no deja de ser un fenómeno recurrente. Un político español las encargaba en una zapatería del centro de Roma, no lejos de la Fontana de Trevi, y con ello medía unos cuantos centímetro­s más. Otro prefirió poner los pies encima de la mesa para marcar rango y hay quien no tuvo ni que recurrir a eso, porque levitaba sin necesidad de ellas.

Esto ocurre cuando se pierde el contacto con la realidad, se confunde la obediencia con la sumisión y se adopta una visión desquiciad­a, presagio de mañanas difíciles por llegar. Resulta elemental reposar el poder sobre el más esencial de los principios de gobierno: la confianza y tener claro que gobernar también consiste en saber reconocer los propios errores, ejercicio virtuoso que pocos practican cegados por la arrogancia.

En el caso de Macron, como no le queda ninguna parcela, vía urnas, por conquistar, puede parecerle inútil persistir en la vía del encanto y concluir que ya puede ir quitándose el guante de seda. Pero las reformas que tiene por delante son de tal calado que cabe esperar la misma firmeza cuando surjan las auténticas dificultad­es. Pero ¿tiene puño de hierro?

El mundo civil y el militar son dos planetas que no tienen nada que ver, dijo De Villiers antes de dimitir, pero es dudoso que Macron pueda darse por contento con esta victoria pírrica, aplastando a alguien más pequeño que él. La cara del general, en la parada militar de los Campos Elíseos, al lado del jefe del Estado, ya era un poema. Los franceses detestan a los jefecitos, sólo les gustan los grandes jefes, Napoleón y De Gaulle. El jefe del ejército no era precisamen­te un jefecito y ya había advertido que los recortes le parecían insoportab­les.

Con lo que no contaba era con la pulsión juvenil de quien necesitaba afirmar su autoridad como forma de compensar su juventud. Desconoce que no debería olvidar que no se le va a dispensar su mocedad, si no va acompañada de una actitud de humildad.

El presidente de la República se enfadó porque De Villiers había respondido a las ansiedades presupuest­arias con mohín pero con transparen­cia, en el marco de una comisión parlamenta­ria, espacio en el que su obligación era justamente esa. En eso consiste la democracia.

El general ha sido coherente, ha preferido el honor al confort y se ha ido a su casa.

Macron ha cometido dos errores: usar el arma de los débiles para afirmar su autoridad y regañar en público a un subordinad­o

 ?? JEAN-PAUL PELISSIER / REUTERS ?? Nuevo mando. El presidente Macron, ayer en la base de Istres, en el sur de Francia, adonde fue con el nuevo jefe del Estado Mayor, el general del ejército de Tierra, Francois Lecointre
JEAN-PAUL PELISSIER / REUTERS Nuevo mando. El presidente Macron, ayer en la base de Istres, en el sur de Francia, adonde fue con el nuevo jefe del Estado Mayor, el general del ejército de Tierra, Francois Lecointre

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